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NARCISO LUÉ

"EL DOBLE BAUTISMO"

13-07-2006

Por decirlo en pocas palabras, Jesús nació judío y murió "cristiano". Como es lógico, debió afrontar un doble ritual iniciático si, como sabe, en el bautismo se representa la muerte simbólica de un estado anterior y el nacimiento a uno nuevo. El primer bautismo lo fue de sangre; el segundo de agua. De los cuatro evangelistas sólo uno se refiere a la circuncisión.

El ritual de la sangre

"Llegado el día octavo en que debía ser circuncidado el Niño, le fue puesto por nombre Jesús, nombre que le puso el Ángel antes que fuese concebido. Cumplido asimismo el tiempo de la purificación de la madre, según la Ley de Moisés, llevaron al Niño a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor. Todo varón que nazca el primero, será consagrado al Señor; y para presentar la ofrenda de un par de tórtolas, o dos palominos como está también ordenado en la Ley del Señor" (Lucas 2, 21-24).

El Evangelio de Lucas es el único de los cuatro canónicos que se ocupa del bautismo de Jesús conforme el rito de la religión judía. Y lo hace con lujo de detalles, tal como es el estilo de este evangelista. Además de recordar la presentación que de su primogénito hace José, incluye dos largos párrafos dedicados a un hombre justo llamado Simeón y otro a una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. De estos dos episodios nos ocuparemos más adelante.

En el capítulo La Inmaculada Concepción hemos tratado la cuestión referente al nombre de Jesús (el Salvador), que es cambiado de la profecía según la cual debía llamarse Emmanuel (Dios con nosotros). La profecía es de Isaías (6, 10-16), y en este sentido, no se cumple. Se sustituye el nombre apropiado para un apaciguado, por el adecuado a un hombre que asumirá la salvación de su pueblo sometido al yugo romano (un caudillo que rija a mi pueblo de Israel, Mateo 2, 6).

Sin darle más extensión que la que precisamos, es menester recordar la ley mosaica debió ser cumplida por Jesús por voluntad de sus padres. La del ritual del agua sólo a él le incumbe. Respecto de la circuncisión, está mandada por YHVH a su pueblo, en estos términos:

"Dijo de nuevo Dios a Abrahán: Tú, pues, también has de guardar mi pacto, y después de ti, tu posteridad en sus generaciones. Este es el pacto mío que habréis de observar entre Mí y vosotros, así como tu descendencia después de ti: Todo varón entre vosotros será circuncidado. Circuncidaréis vuestra carne, en señal de la alianza contraída entre Mí y vosotros. Entre vosotros, todos los infantes del sexo masculino a los ocho días de nacidos, serán circuncidados, de una a otra generación; el siervo, ora sea nacido en casa, ora le hayáis comprado, y todo el que no fuere de vuestro linaje, ha de ser circuncidado. Y estará mi pacto señalado en vuestra carne para denotar la alianza eterna que hago con vosotros. Cualquiera del sexo masculino cuya carne no hubiera sido circuncidada, será su alma borrada de su pueblo, porque contravino mi pacto" (Génesis/Bereshit 17, 9-14).

El pacto de YHVH es más bien una orden, un mandato o una ley que todo su pueblo elegido debe acatar y cumplir. No hay acuerdo de voluntades sino imposición lo que, por lo demás, es propio de los dioses. Lo que se debe destacar es que este bautismo lo es de sangre, porque la vierte el bautizado y los animales sacrificados en ofrenda al Señor. Esta alianza es de YHVH con el pueblo de Israel; mientras que la alianza que establece con Noé y que se manifiesta mediante el arco iris, lo es con toda la humanidad: Esta es señal de la alianza que tengo entre Mí y todo viviente sobre la tierra (Génesis/Bereshit 9, 17), sea o no judío. El Jesús histórico a través de la voluntad de sus padres cumple con el ritual judío, como está mandado, pues de otro modo hubiera comenzado su vida terrenal infringiendo normas básicas de la hierofanía de su pueblo.

Su madre también estaba obligada a cumplir con la ley mosaica y por lo tanto, ajustarse a los plazos de la purificación de toda parturienta. Estas normas severas están contenidas en el Levítico/Vaikra:

"Y habló así el Señor a Moisés, diciéndole: Dirige tu palabra a los hijos de Israel y les dirás: si la mujer conociendo al hombre queda preñada y diere a luz un varón, quedará inmunda por siete días, separada como en los días de la regla menstrual. Al día octavo será circuncidado el niño. Mas, ella permanecerá treinta y tres días purificándose de su sangre. No tocará ninguna cosa santa ni entrará en el Santuario hasta que se cumplan los días de su purificación. Mas si diere a luz mujer, estará inmunda dos semanas, según el rito acerca del flujo menstrual, y por sesenta y seis días quedará purificándose de su sangre."

"Cumplidos, en fin, los días de su purificación por hijo o por hija, traerá a la entrada del Tabernáculo del Testimonio un cordero primal para el holocausto, y un pichón o una tórtola por el pecado, y los entregará al sacerdote, el cual los ofrecerá al Señor, y rogará por ella y con esto quedará purificada del flujo de su sangre. Esta es la ley de la que diere a luz varón o mujer. Pero, si sus facultades no alcanzan para poder ofrecer un cordero, tomará dos tórtolas o dos pichones, el uno para holocausto, el otro para sacrificio por el pecado y el sacerdote hará oración por ella, y así será purificada" (Levítico/Vaikra 12, 1-8).

Si nos atenemos al relato de Lucas, se puede apreciar que la ofrenda de los padres de Jesús es la de la gente pobre, porque no llevan al Templo un cordero sino un par de tórtolas o palominos. La primera purificación de María es de siete días, durante los cuales no hubiera podido entrar al Templo pues toda parturienta de hijo varón debe mantenerse alejada y no tocar ningún objeto sagrado durante esa primera semana después del parto. Al octavo día puede hacerlo y de hecho lo hace juntamente con su esposo José, llevando al niño para ser circuncidado mas, sin tocar ningún objeto sagrado dedicado a los rituales. Lo llevan a Jerusalén, seguramente desde Belén, y no se puede especular si ello se debe a que en Belén se carecían de los instrumentos de culto para circuncidar, o para hacerlo en la capital del reino de Judea. Seguramente, fue esta segunda razón la que motivó el viaje.

Esta ofrenda del niño a YHVH nunca ha sido borrada de la frente de Jesús, como que durante toda su vida llevó consigo la señal en su cuerpo. Este acto religioso era el apropiado a su condición de hijo de padre judío, y se cumplió al margen de su naturaleza divina. Lo que vino después en el relato de Lucas, tiene otro cariz. Con estos versículos 21 a 24, se podría decir que concluye la versión meramente histórica del primer bautismo, del que sólo cabe señalar la presencia de la sangre, como se dijo antes. Del Dios del Antiguo Testamento/Tanaj, se dijo que es un Dios adicto a la sangre, como que desde el principio de los tiempos prefirió la ofrenda cruenta de Abel matando a los primogénitos de su ganado para incinerarlos en la hoguera de los sacrificios, despreciando la de Caín, que le ofrendaba los frutos y productos de la tierra cultivados por él mismo con el sudor de su frente. De ahí en más, la sangre estará siempre presente en los rituales judíos, lo que no puede decirse de los cristianos. Pasando a la segunda parte del relato de Lucas, aparece un personaje de nombre Simeón, que introduce con sus palabras, una serie de símbolos herméticos.

"Había a la sazón en Jerusalén un hombre justo, y temeroso de Dios, llamado Simeón, el cual esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo moraba en él. El Espíritu Santo le había revelado que no había de morir antes de ver el Cristo o el Ungido del Señor. Así vino inspirado por Él, al Templo. Y al entrar con el niño Jesús sus padres, para practicar con Él lo prescrito por la Ley, tomándole Simeón en sus brazos, bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, saca en paz de este mundo a tu siervo, según tu promesa, porque ya mis ojos han visto al Salvador que nos has dado, al cual tienes destinado para que, expuesto a la vista de todos los pueblos, sea luz brillante que ilumine a los gentiles, y la gloria de tu pueblo de Israel. Su padre y su madre escuchaban con admiración las cosas que de Él se decían. Y Simeón bendijo a ambos, y dijo a María, su madre: Mira, este niño que ves, está destinado para ruina y para resurrección de muchos en Israel; y para ser blanco de contradicción; lo que será para ti misma una espada que traspasará tu alma, a fin de que sean descubiertos los pensamientos ocultos en los corazones de muchos" (Lucas 2, 25-35).

La revelación que recibe Simeón no es precisamente del Espíritu Santo, sino del Arcángel Gabriel, puesto que el Espíritu Santo es una promesa que hace Jesús resucitado a sus apóstoles: Yo voy a enviaros el Espíritu (el Consolador) que mi padre os ha prometido por mi boca; entre tanto permaneced en la ciudad, hasta que seáis revestido de la fortaleza de lo alto (Lucas 24, 49). De cualquier manera, lo importante es que este personaje recibe aviso del nacimiento del Ungido y la promesa de que lo verán sus ojos antes de morir; de suerte que una vez que lo reconoce en el Templo a donde va guiado por San Gabriel, exclama: Saca en paz de este mundo a tu siervo, según tu promesa. Cumplido su deseo, sólo aspira a morir en la gloria porque mis ojos han visto al Salvador que nos has enviado. No se dice que supiera que el nombre que pusieron al niño fuera el de Jesús, y sin embargo lo distingue como el Salvador que nos has dado, y no el de Emmanuel, que es el nombre que según Isaías tendría el Cristo. Es Simeón un profeta, sin duda alguna, porque profetiza el futuro de Jesús y con la humildad propia de todo profeta bíblico, le rinde honores; los que merece el Ungido. Sin embargo, a nuestro interés, lo que Simeón busca como Diógenes en las tinieblas es la consolación de Israel, no la propia, ni la de los demás habitantes de su pueblo: lo que busca y persevera en ello, es la consolación de Israel, tal como lo pone en palabras el evangelista Lucas. Unir este deseo de Simeón con la presencia de Jesús en el Templo en el momento en el que debe ser circundado, explica a nuestro entender el verdadero mensaje divino de Jesús, enlazando con el episodio del anciano Simeón, la angustiosa espera de Israel con la nueva era espiritual del cristianismo.

Lo cierto es que la consolación de Israel es una promesa bíblica que se remonta a los tiempos del profeta Isaías, en boca de quien pone Dios la descripción de la Jerusalén celeste. Es importante porque el anciano Simeón, a punto morir, sigue aguardando al Ungido que hará realidad la consolación de Israel, porque esa gracia ha de ser hecha realidad por el Consolador, que en griego es paraclhtoV, de donde "Paráclito". ¿Y cuál es el auxilio, la ayuda que el defensor, el Consolador hará realidad? Esa gracia es el advenimiento de la Jerusalén celeste, que describe el profeta Isaías y que, en todo caso, es una Jerusalén espiritual, de suerte que su descripción proviene de las palabras sagradas y no de su visión sensitiva. No habla de las piedras de Jerusalén, sino de sus dones y virtudes.

"Por cuanto estuviste tú abandonada y aborrecida, sin haber quien te frecuentase, Yo haré que seas la gloria de los siglos y el gozo de todas las generaciones venideras; y te alimentarás con leche de las naciones, y te criarán regios pechos, y conocerás que Yo soy el Señor que te salva, el Redentor tuyo, el Fuerte de Jacob. En vez de cobre te traeré oro, y plata en lugar de hierro; y en vez de maderas, cobre, y en lugar de piedras, hierro; y pondré por gobierno tuyo la paz, y por prelados tuyos, la justicia".

"No se oirá hablar más de iniquidad en tu tierra, ni de estragos, ni de plagas dentro de tus confines; antes bien, reinará la salud o la felicidad dentro de tus muros, y resonarán en tus puertas, cánticos de alabanza. Ya no habrás menester sol que te dé luz durante el día, ni te alumbrará el resplandor de la luna; sino que el Señor mismo será la sempiterna luz tuya, y tu gloria y claridad el mismo Dios tuyo. Nunca jamás se pondrá tu sol, ni padecerá menguante tu luna, porque el Señor será para ti sempiterna luz tuya, y se habrán acabado ya los días de llanto. El pueblo tuyo se compondrá de todos los justos; ellos poseerán eternamente la tierra, siendo unos pimpollos plantados por Mí, obra de mis manos, para que Yo sea glorificado. El menor de ellos valdrá por mil, y el parvulillo por una nación poderosísima. Yo el Señor haré súbitamente todo esto, cuando llegare su tiempo" (Isaías 60, 15-22).

"A este fin ha reposado sobre Mí el Espíritu (el Consolador) del Señor; porque el Señor me ha Ungido, y me ha enviado para evangelizar a los mansos y humildes, para curar a los de corazón contrito, y predicar la redención a los esclavos, y la libertad a los que están encarcelados" (Isaías 61, 1).

Interpretar todo el simbolismo de la Jerusalén celeste nos implicaría en una tarea ingente y muy alejada de nuestros propósito actual, por ello, sólo se descifrará lo que esté estrictamente vinculado al tema que nos ocupa. El primer Paráclito es Jesús, el Ungido, que viene a consolar al pueblo de Israel, con lo cual el anciano ve cumplido sus deseos y busca la muerte en paz. Esa consolación de Israel es, en todo caso, la del fin de los tiempos y extendida, como es obvio, a toda la especie humana. La desaparición de toda iniquidad, enfermedad, estragos, plagas y maldad, sólo es posible cuando con el nuevo advenimiento de Jesús, el juicio final haga realidad la Jerusalén celeste que Dios describió a Isaías y éste trasladó a toda la humanidad con palabras profanas que puedan ser entendidas por cualquiera. La Jerusalén socorrida, consolada y por lo tanto, glorificada, se hará realidad con la segunda venida de Jesucristo; mientras tanto, es el Espíritu Santo (el Paráclito, el Consolador), quien se queda en la tierra para auxiliar a los cristianos y en general a todo ser humano justo, que lo necesite. Es de advertir que en este pasaje bíblico se anticipa muy claramente la profecía de Daniel, la que seguramente como sabio de Israel ya conocía, y que con la alegoría de la estatua, interpretando un sueño de Nabucodonosor reconoce los cuatro ciclos cósmicos de nuestra actual Manvántara, aunque en términos judeocristianos: la edad del oro, la de plata, la de bronce y la de hierro (Daniel 2, 28-45).

Que la Jerusalén celeste es el estado superior al que accederá el hombre al final de los tiempos, lo explica claramente el profeta al decir que
Ya no habrás menester sol que te dé luz durante el día, ni te alumbrará el resplandor de la luna; sino que el Señor mismo será la sempiterna luz tuya, y tu gloria y claridad el mismo Dios tuyo. Nunca jamás se pondrá tu sol, ni padecerá menguante tu luna, porque el Señor será para ti sempiterna luz tuya, y se habrán acabado ya los días de llanto. Todo esto sólo puede acontecer fuera del tiempo. Es en la eternidad donde ya no cabe el sol que alumbra y da calor, ni el reflejo de la luna será necesario porque toda la luz estará en la Eternidad que es Dios mismo, siendo Él la Luz, y generándola. Por eso, en sentido figurado dice el profeta que entonces jamás se pondrá el sol ni menguará la luna, porque es el propio Dios quien será La Luz, y ante semejante descripción, es obvio que se habrán acabado los llantos. Sin aflicción no hay lugar al llanto, ni angustias. Sólo alegría y felicidad. Aparte de su significado claro y contundente, no cabe duda que ha sido expresada la profecía del final de los tiempos con una belleza poética indiscutible. Como se advierte sin dificultad, el bautismo bajo el ritual judío es, para la mejor comprensión de la doble naturaleza de Jesús, muy clarificador.

Por una parte está presente la luz que irradia Jesús (luz brillante que ilumine a los gentiles), y por otra parte de Luz de la Eternidad, según acabamos de explicar. Cuando se dirige a María, el viejo Simeón le recuerda el destino doloroso de su hijo (está destinado para ruina), y al mismo tiempo el destino glorioso (y para resurrección de muchos en Israel); a lo que se debe añadir el que será blanco de contradicción, en clara alusión a las controversias que todavía se manifiestan alrededor de su existencia, de sus milagros, de su vida histórica en la que los expertos descubren contradicciones. Con estas frases, el anciano da a entender que la misión de Jesús es redimir a los justos y arrepentidos, lo que le valdrá ser centro de contradicciones, recelos e inquinas en su contra. Circunstancias éstas, que atravesarán como una espada el alma de María, porque la prédica de su hijo está movida por el propósito de despertar los pensamientos ocultos en los corazones de muchos, generando envidia y odio en los que terminarán enviándolo a la cruz. Es de una evidencia absoluta la predicción de Simeón: lo que hace es describir con alegorías lo que será la vida de ese niño que sus padres llevaron al Tempo para ser circuncidado.

La Jerusalén celeste está anunciada con alegorías en la Buena Nueva y con ello se establece una conexión evidente entre ambas culturas sagradas dando paso a lo que se da en llamar tradición judeocristiana. Esto dice el Evangelio del Paráclito (Consolador):

"Yo os digo la verdad: os conviene que Yo me vaya, porque si Yo no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando Él venga, convencerá al mundo en orden al pecado, en orden a la justicia, y en orden al juicio. En orden al pecado, por cuanto no han creído en Mí; respecto a la justicia de mi causa, porque Yo me voy al Padre, y ya no me veréis; y tocante al juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Aun tengo muchas otras cosas que deciros, mas por ahora no podéis comprenderlas. Cuando venga el Espíritu de verdad, Él os enseñará todas las verdades necesarias para la salvación, pues no hablará de suyo, sino que dirá todas las cosas que habrá oído, y os preanunciará las venideras. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío, y os lo anunciará. Todo lo que dice el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá de lo mío y os lo anunciará" (Juan 16, 7-15).

En este pasaje bíblico Jesús queda comprometido con la justicia y el juicio; la primera, es la justicia que corresponde a su causa y se pliega sin reservas sobre la columna izquierda del Árbol de la Vida de los kabbalistas hebreos, mientras que el juzgamiento, que corresponde al sephiroth quinto (GEBURAH), y concuerda con el quinto Camino de la Sabiduría de la Kabbalah, corresponde según sus propias palabras al juicio de que será objeto y tras el que será condenado a morir en la cruz. En cuanto a la presencia del Paráclito, será él quien traduzca al "lenguaje de los pájaros" dirá todas las cosas que habrá oído. Tales "cosas" no se las anticipa Jesús a sus discípulos porque ahora no podéis comprenderlas, en clara alusión a la falta de densidad espiritual como para comprender aquello de lo que solamente serán capaces una vez hayan sido elegidos por el Creador para acceder a tales conocimientos; es decir, a descifrar "el lenguaje de los pájaros" con el que el Paráclito les preanunciará las "cosas" venideras. Este pasaje en otro de los tantos enlaces que el cristianismo genera con sus dogmas con el Antiguo Testamento/Tanaj, creando así lo que se denomina como tradición judeocristiana. Del mismo modo que en ocasiones produce rupturas clarísimas con la tradición hebrea, otras como la presente, sirve para fortalecer esa tradición que enlaza dos religiones monoteístas.

Con la parte tercera y final de este relato evangélico de Lucas, vuelve a ser enlazado esa tradición judeocristiana, para lo cual debe asumir el respeto debido a los rituales judaicos. Lo que dice el evangelista es lo siguiente:

"Vivía entonces una profetiza llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era ya de edad muy avanzada y la cual, casada desde la flor de ella, vivió con su marido siete años. Y se había mantenido viuda hasta los ochenta y cuatro de su edad, no saliendo del Templo, y sirviendo en él a Dios día y noche con ayunos y oraciones. Ésta, pues, sobreviniendo a la misma hora, alababa igualmente al Señor, y hablaba de Él a todos los que esperaban la redención de Israel. Y María y José con el Niño Jesús, cumplidas todas las cosas ordenadas en la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret." (Lucas 2, 29-39).

El otro personaje de esta historia es la profetiza Ana, otra anciana que reitera las palabras de Simeón, dando por cierto que el destino de Jesús estaba ligado a la redención de Israel. Es este caso, la referencia no lo es a los tiempos finales, sino a la redención del pueblo de Israel que, bien visto cómo se expandió el cristianismo tal y como lo deseaba Jesús, vienen a coincidir sus efectos con la redención de toda la humanidad. Esta santa mujer vivió casada durante siete años, y ese número representan la cruz tridimensional, que es el símbolo de la Creación, con seis direcciones y tres dimensiones, todas ellas derivadas del nombre sagrado YHVH, que está compuesto por tres letras, si quitamos la "H", que se repite. De modo que lo que resta como el Gran Nombre en palabras del Sepher Yetzirah, es lo siguiente: (Yod, Heh, Vau, aunque a la inversa, pues el hebreo se escribe de derecha a izquierda, por lo tanto: ), y con la combinación de estas tres letras el Creador "selló" el Universo en seis direcciones. Así, pues, de la Unidad Creadora más las seis direcciones de la Totalidad de la Creación se obtiene el número cabalístico siete, que son los años que estuvo la profetiza Ana ligada a su marido. ¿Qué necesidad tenía el evangelista en hacernos saber los años que estuvo casada la anciana si no fuera para esconder en el símbolo del número siete el significado de la Creación, atribuida a Jesús el día en que sería circundado? El número de la Creación es el seis, pero se le debe añadir el séptimo que es el día del Creador (en el que "descansó"). Asimismo, se ha de tener presente lo que enseña la Kabbalah judaica:

"Los inefables Sephirot son diez, también son los números; y así como hay en el hombre cinco dedos contra cinco, también sobre ellos es establecida una alianza de fuerza, por la palabra de la boca, y por la circuncisión de la carne" (Sepher Yetzirah, Cap. Primero, 3).

Las seis direcciones de las que resultan las tres dimensiones de la Creación en su Totalidad, son las siguientes, según la Kabbalah:

Cinco: Selló lo alto y encaró hacia arriba. Lo selló con Yod Hed Vav ().

Seis: Selló lo bajo y encaró hacia abajo. Lo selló con Heh Yod Vav ().

Siete: Selló el este y encaró hacia adelante. Lo selló con Vav Yod Heh ().

Ocho: Selló el oeste y encaró hacia atrás. Lo selló con Vav Heh Yod ().

Nueve: Selló el sur y lo encaró a la derecha. Lo selló con Yod Vav Heh ().

Diez: Sello el norte y lo encaró a la izquierda. Lo selló con Heh Vav Yod ().

He aquí, las seis direcciones de la Totalidad de la expansión del Cosmos. Es de advertir que la altura está sellada con las mismas letras que las asignadas al Tetragrámaton; es decir: , o sea: fuego, agua y aire, que son, las tres letras que invirtiéndolas por su orden, conforman la palabra (YHV), cuya forma completa es, como sabemos: YHVH, con la (H) repetida. Con esas tres letras sagradas se escriben las seis direcciones del símbolo de la cruz que es el símbolo de la Totalidad de la Creación. La letra (H) está repetida porque la primera corresponde al agua y la segunda, a la tierra. Y puesto que del agua surgió la tierra, tal repetición no es más que una consecuencia lógica de la precesión de los cuatro elementos de la Creación. Y esto se explica recordando que para el Sepher Yetzirah, las tres letras madres del alephbeto hebreo son (aleph, mem, shin), y que la correspondiente al elemento agua es la (mem), de la que surgió la (H) final de (YHV), y por lo tanto: (YHVH). Agua, en hebreo es ; es decir, las letras Mem, Yod y Mem final. Esta letra es una de las tres madres y significa agua, por lo que se escribe tal como significa en el Sepher Yetzirah, por lo cual símbolo y significado son uno, si se tiene en cuenta que la letra (Yod), en este caso sirve de simple separación, semejante a la del o'clock inglés. Cuando se marcan las vocales "a" en la letra "m" y la "i" en la "yod", el significado sigue siendo agua, y se pronuncia máyin.

Con lo examinado hasta aquí se puede colegir que del Tetragrámaton y las enseñanzas de la Kabbalah, el símbolo de los siete años que duró el matrimonio de la profetiza Ana de la tribu de Aser, están vinculados a los signos de la tradición hebrea con los implicados en la significación de los creados por Jesús, quien fue bautizado por Juan, su pariente, y con agua, a lo que corresponde la (mem), (elemento agua) de la Kabbalah, letra vinculada de modo directo con el Tetragrámaton, en los términos que quedó explicado en el párrafo anterior. Enseña el Sepher Yetzirah que Las Tres Madres en el mundo son Aleph, Mem y Shin: los cielos fueron producidos por el Fuego; la tierra del Agua; y el aire del Espíritu, que es como un reconciliador entre el Fuego y el Agua. Entre el Fuego y el Aire, aparece estrechada el Agua, que es el elemento utilizado en el Jordán, en el segundo bautismo de Jesús.

Otra correspondencia entre las dos tradiciones podemos colegir de la letra Mem, que corresponde al elemento agua en su significado numérico, que es 40, y en el espacio corresponde a la Tierra, de donde resulta que si extendemos la correspondencia de la tierra como nacida del agua y es, a la vez, la arcilla que en rojo color viene definida por la sangre del Adán cosmogónico, la relación sangre-agua de los dos bautismos de Jesús, están absolutamente emparentados. Entremos a la simbología de la tierra, tal como acabamos de expresarlo, vinculada a la sangre. Se ha dicho que:

"...el significado literal del nombre de Adam es "rojo", y que puede verse en ello uno de los indicios de la vinculación de la tradición hebrea con la tradición atlante, que fue la de la raza roja. Por otra parte, nuestro colega Argos, en su interesante crónica sobre "La sangre y algunos de sus misterios", considera para el nombre Adam una derivación que puede parecer diferente: después de recordar la interpretación acostumbrada según la cual significaría "sacado de la tierra" (adamah), se pregunta si no vendrá más bien de la palabra dam "sangre"; pero la diferencia apenas es más que aparente, no teniendo en realidad todas estas palabras sino una sola e idéntica raíz" (1).

Los alquimistas suelen afirmar que Hércules representa el "azufre del oro" cuya virtud refractaria a los agentes más incisivos sólo puede ser vencida por la acción de la vestidura roja o sangre de la piedra (2). No es discutible, en ningún campo de los conocimientos esotéricos la relación del color "rojo", con el elemento "tierra" y la materia "sangre", que posibilitan la vida desde Adán a toda la especie que le sucedió; se debe añadir que estos tres estados de la manifestación están directamente vinculados con el "calor". Se comprende ahora, con las derivaciones desarrolladas desde el número siete, las profundas implicaciones del símbolo del Evangelio, y en especial los lazos incuestionables habidos entre el ritual de la sangre y el del agua, bien entendido que la interpretación de los símbolos ofrecen con frecuencia varias posibilidades y que en cada ocasión se debe escoger la que mejor se adecua al caso concreto.

Nos resta descifrar el número ochenta y cuatro que se cita en el versículo siguiente al del número siete. Y nos hacemos la misma pregunta: ¿qué interés o necesidad tiene este dato de la edad de la profetiza Ana en el relato de un pasaje de la vida de Jesús? Ni siquiera se menciona el nombre de su marido al que, sin embargo, se tiene en cuenta para comunicar que Ana enviudó a los siete años de matrimonio. Se cita, no obstante esta y otras omisiones, la edad de la anciana. El número ochenta y cuatro no nos dice nada. Por lo tanto se debe buscar por otro sendero la solución a este enigma. Si restamos los siete años de matrimonio para obtener el número de años que vivió sin otra compañía que la de Dios orando y ayunando en el Templo, obtenemos el número setenta y siete; es decir, dos veces siete.

Esta vez, sin embargo, el número siete no debe tener un significado cercano a la concepción de la Totalidad de lo creado, porque como bien se lee en las Escrituras, la referencia lo es a la edad de la profetiza. En este sentido, surge sin dificultad la interpretación de la letra del alephbeto hebreo cuyo valor es siete: la letra correspondiente es la (Zaín), que representa los valores espirituales que son, el sustento del mundo manifestado. Es la espiritualidad que ostenta cada modalidad de la manifestación individualizada del ser, y que puede ser profunda y extensa o estar degradada. Aleph y Zaín ( ) (1 y 7), representan la unidad Divina y su presencia en todo lo manifestado, y como un natural, está vinculado a la cruz tridimensional de seis direcciones, de lo que ya hemos tratado en líneas anteriores. Por otra parte, las asignaciones que deben ser hechas de las diez ramificaciones a partir del Sepher Yetzirah, el concepto de la letra (Zaín) es la energía reflejada abajo y que retorna hacia arriba, a su fuente de generación. La espiritualidad de Ana le permite el ascenso de su reflejo de la divinidad, hacia los estados superiores mediante la meditación intuitiva.

El segundo número siete obtenido de la edad de la profetiza Ana una vez restados los siete años de matrimonio, debe ser rescatado del séptimo de los treinta y dos caminos del Sepher Yetzirah de la Santa Kabbalah. Este camino (NETZACH) equivalente a Victoria o Eternidad, y se identifica como el de la Inteligencia Oculta "porque esparce un brillante esplendor en todas las virtudes intelectuales que son contempladas con los ojos del espíritu y por el éxtasis de la fe". Estas palabras de la Kabbalah no pueden ser más apropiadas para ser ensamblarlas a la personalidad de la profetiza del Evangelio de Lucas. Su alto grado de espiritualidad le permite contemplar todas las virtudes intelectuales mediante el ojo del espíritu, lo que en términos platónicos sería "ver con los ojos del alma"; esto es, lejos del saber ontológico y centrados en el saber que se obtiene mediante la inteligencia intuitiva.

El ritual del agua

En este punto dos son los símbolos ligados: el del agua, y el del bautismo. La simbología del agua tiene profundas implicaciones en la teología así como en la ciencia. Del agua proviene la tierra o, dicho de otro modo, al agua se debe la existencia de la tierra. Así lo predica en su inicio el Génesis/Bereshit 1, 1-2. Científicamente se sostiene que el enfriamiento de los polos contrajo el volumen de las aguas creando los hielos eternos de los dos polos y así, recogiendo el volumen de la totalidad del agua del planeta fue posible la aparición de la tierra que estaba sepultada por el agua total. En ese sentido se puede decir que del agua procede la tierra, aunque en realidad no pasa de ser un fenómeno astrofísico del planeta.

"Las aguas simbolizan la suma universal de las virtualidades; son fons et origo, el depósito de todas las posibilidades de existencia; preceden a toda forma y soportan toda creación. Una de las imágenes ejemplares de la creación es la de la isla que "aparece" de repente en medio de las olas. Por el contrario, la inmersión simboliza la regresión a lo preformal, la reintegración al modo indiferenciado de la preexistencia. La emersión repite el gesto cosmogónico de la manifestación formal; la inmersión equivale a una disolución de las formas. Por ello, el simbolismo de las aguas implica tanto la muerte como el renacer" (3).

En el bautismo, la inmersión en las aguas equivale a una muerte pasajera y simbólica, seguida de un renacer a una nueva vida. Es el fenómeno iniciático de la resurrección tras la muerte del pasado; es el comienzo de una nueva vida, sea con efectos cosmogónicos, teológicos, culturales, biológicos o soteriológicos. Como acto de iniciación que es, no está sujeta a ninguna cultura, ciencia, religión o gnosis, porque la iniciación es un método de acercamiento, conocimiento y aceptación del postulante o adepto, al nuevo grado de conocimiento, para lo cual debe seguir todos los tramos rituales que se le imponen.

Por lo demás, el agua siempre da una idea de limpieza, de algo que se lava y se purifica, y a la vez, el agua o todas las aguas producen una ruptura con las formas toda vez que un cuerpo cualquiera emerge de ellas. El agua es lo indeterminado, amorfo, indiferenciado e indistinto. La forma es la concreción de los entes que se manifiestan en acto separándose de las aguas. Las aguas, como lo expresa el Génesis/Bereshit, son el caos donde nada se distingue aunque todo esté virtualmente contenido en ellas, pero para adquirir identidad y manifestación separada de lo húmedo que todo lo cubre, es menester que se produzca la emersión.

Dejando atrás interpretaciones más o menos míticas de los primeros teólogos cristianos, lo cierto es que en el bautismo la inmersión en las aguas del Jordán, en el caso que no ocupa, equivale a una dimensión microcósmica, lo que en el macrocosmos representó la diluvio universal o la desaparición de la Atlántida. Tras el diluvio, Dios proclama una nueva alianza con todos los hombres de la tierra que resucitaron de las aguas, y para que sea visible y tranquilizador el mantenimiento del pacto, tras cada tormenta pone Dios en el Cielo el arco iris, reafirmando su promesa de no repetir el castigo. En el caso del bautismo, la emersión de las aguas del Jordán significó para Jesús un renacimiento hacia una nueva vida, dejando atrás los efectos del ritual de la sangre que le practicaron a los ochos días de haber nacido. El segundo ritual provoca la extinción del primero, a los efectos teológicos, porque físicamente llevará hasta su muerte la señal del ritual de la sangre en su cuerpo. No cabe duda que el rito de la circuncisión produce una consecuencia de carácter perdurable en el varón, de la que nunca podrá escapar. La carne que se le extirpó no se regenera; el bautismo con agua es una iniciación limpia y carente de señas permanentes. El Dios afecto a la sangre deja sus huellas en el cuerpo de los varones; el Dios del agua, no hiere ni pretende dejar su señal en los varones o en las mujeres que, por lo demás, reciben el bautismo con un rito idéntico al de los niños varones.

La simbología del agua, empero, no es exclusiva de la tradición judeocristiana sino que, por el contrario, se pierde en la noche de los tiempos. Del mismo modo que en ciertas cosmogonías se da por supuesto que la especie humana surgió de las aguas y que por lo tanto es "lo húmedo" el medio ambiente originario del hombre, del que se apartó para establecerse en tierra firme y por la ley de la evolución convertir sus branquias en un sistema pulmonar de respiración, del mismo modo, decíamos, el agua es el elemento disolvente, desmenuzador y aniquilador de las formas, de las que con sus movimientos rítmicos esparce los gérmenes y virtualidades biológicas por todo su espacio húmedo, del que nacerán otros seres que entrarán en la cadena biológica de lo creado, y por lo tanto, de lo manifestado.

Sin negar la hierofanía propia del bautismo, que para los cristianos es un sacramento, es también cierto que se lo mire como se quiera, constituye un rito iniciático que lleva implícito el efecto del renacimiento de un hombre nuevo, lo que en términos cristianos se evidencia como la entrada de un nuevo componente al Cuerpo Místico de Cristo. Un nuevo feligrés de la Asamblea de la Iglesia Universal. En el simbolismo tradicional, el agua está ligada al símbolo de la lluvia. Cae la lluvia desde el Cielo; o es lo mismo decir que la sustancia propia de los estados superiores "desciende" hacia los inferiores mediante el agua que se desploma sobre la tierra. Dado que no existe ruptura entre estos dos estados como lo entendía Platón en orden a las esencias y el reflejo de ellas, muy al contrario se da una comunicación simbólica entre ambos, de manera que luego que lo no manifestado ha descendido manifestándose en la Creación en forma de lluvia, gracias a los rayos del sol que evapora el agua caída, ésta vuelve a su estado de no manifestación subiendo desde la tierra hacia la atmósfera, donde el agua deja de ser observada por los sentidos.

Este "subir y bajar" del agua se puede explicar con el concepto de la letra (Jet): movimiento del ir y venir entre el Dios eterno y lo creado, y cuyo significado es: temor. Esta letra representa la posibilidad del ser humano de trascender a estados superiores, elevándose más allá de los límites del mundo sensible. Por su parte, el Sepher Yetzirah enseña que entre los opuestos Fuego y Agua, el elemento Aire que está inscrito en la primera letra del alephbeto, es el conciliador entre ambos, el elemento divino que los unifica para que de ambos surja la vida, después de la manifestación de la tierra, separándose de las aguas.

Todo lo que venimos recordando en relación al agua, sea como elemento de la creación, sea como símbolo de las doctrinas sagradas de la antigüedad, lleva el propósito de resaltar hasta qué punto el sacramento del bautismo es para la sabiduría tradicional, un símbolo iniciático plenamente diferenciado y cargado de una profunda hierofanía. Así como el bautismo por el ritual de la sangre sólo tiene cabida en el Evangelio de Lucas, el del agua está relatado en tres de los cuatro Evangelios, pero de manera muy escueta. Más importancia le dan a los episodios de Juan el Bautista que al rito cumplido por Jesús. Por ello, creemos apropiado examinar lo uno y lo otro, comenzando por los episodios previos al ritual. Dice el primero de los evangelistas:

"En aquella temporada se dejó ver Juan Bautista (se refiere a la época en que la Sagrada Familia se establece en Nazaret), predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Haced penitencia, porque está cerca el reino de los Cielos, Éste es aquel de quien se dijo por el profeta Isaías: es la voz del que clama en el desierto, diciendo: Preparad el camino del Señor; haced derechas sus sendas. Traía Juan un vestido de pelos de camello en sus lomos; y la comida suya eran langostas y miel silvestre. Iba, pues, a encontrarle la gente de Jerusalén y de toda Judea, y de toda la ribera del Jordán; y recibían de él el bautismo en el Jordán, confesando sus pecados. Y como viese venir a su bautismo muchos de los fariseos y saduceos, díjoles: ¡Oh, raza de víboras! ¿Quién os ha enseñado a huir de la ira que os amenaza? Haced, pues, frutos dignos de penitencia. Y dejaos de decir interiormente: Tenemos por padre a Abraham, porque os digo que poderoso es Dios para hacer que nazcan de estas mismas piedras hijos de Abraham. Mirad que ya la segur está aplicada a la raíz de los árboles. Y todo árbol que no produce buen fruto, será cortado y echado al fuego. Yo, a la verdad, os bautizo con agua para moveros a penitencia; pero el que ha de venir después de mí, es más poderoso que yo, y no soy yo digno de llevarle las sandalias. Él es quien ha de bautizaros en el nombre del Espíritu Santo, y en el fuego. Él tiene en sus manos el bieldo, y limpiará perfectamente su era, y su trigo lo meterá en el granero mas, las pajas las quemará en un fuego inextinguible" (Mateo 3, 1-12).

Es digno de destacar la descripción del aspecto de Juan el Bautista, así como sus hábitos alimentarios que demuestran su ascetismo, su humildad, sobriedad de vida y a la vez, un carácter firme capaz de enfrentarse a los fariseos y saduceos que eran por entonces las dos sectas más numerosas y poderosas de Jerusalén, como que dominaban en número a toda otra. Es curioso pero, lo mismo que Jesús, Juan el Bautista no menciona ni para bien ni para mal la secta de los esenios, la más respetada a causa de la virtuosa vida de sus miembros. Algunos historiadores suponen con fundamento que María, la madre de Jesús, pertenecía a esa secta de hombres y mujeres santos.

Cuando el Bautista asegura que Dios es capaz de hacer brotar hijos de Abraham de las piedras, está afirmando el poder creador constante de un universo no terminado y en constante movimiento y transformación pues, si de la especie ya terminada como entes manifestado es dable admitir la manifestación de otros que existen sin estar manifestados, ninguna otra interpretación parece posible. De un punto de vista de una teología que sustenta a una religión, cualquiera sea, se demuestra la voluntad poderosa y de contenido ilimitado del Creador con expresiones como la usada por el Bautista. De un punto de vista de la ciencia sagrada tradicional, lo que significa es que el Universo en sí mismo una realidad provisoria, fenoménica y contingente de los estados inferiores ya manifestados, lo que a su vez permite colegir otra existencia de grado superior donde los estados individuales del ser manifestado para lograr una realización total de su existencia, deben integrarse en la Existencia Total del Cosmos, donde el eje central y absoluto de la Creación hace girar a todos los estados individuales desintegrados ya en la Totalidad. El Creador puede, tras la integración de todos los estados individuales del ser contingente, centrar su actividad creadora y absorberlos en una sola Existencia Total, donde las piedras se confunden con los hijos de Abraham y son la misma cosa, y a la inversa, porque los entes han perdido ya su individualidad, aunque sigan estando de modo distinto en esa Existencia Total.

Los árboles que no dan buenos frutos serán cortados y echados al fuego, clama el Bautista, y con esta advertencia está exigiendo una vida terrenal ajustada a los principios morales que dan buenos frutos; los otros árboles serán cortados con el segur e incinerados. El fuego, que con seguridad las mentes más elementales verán en este versículo la cabal representación del infierno, dejarán el camino a medio hacer ya que el fuego es la representación, como el bautismo, de una regeneración por la destrucción de un estado anterior. El fuego, ya lo explicamos en otra ocasión (4), lo mismo que la inmersión en el agua, tiene dos consecuencias que le son propias a su razón de ser en la simbología tradicional: el mito de la muerte y del nuevo nacimiento. En el fuego mediante la fe reparadora en la regeneración; en el agua mediante la emersión de sus profundidades.

Luego, el Bautista habla del agua, y según dice, la usa para que los bautizados se muevan a la penitencia. En la versión oficial de la Biblia que, como es sabido es la que se traduce a todos los idiomas de la Vulgata Latina de San Jerónimo, el vocablo "moveros" está especialmente destacado con letra cursiva, lo que denota una significación a tener en cuenta. En efecto, no es lo mismo "hacer" penitencia que "moverse" hacia la penitencia. El movimiento da una idea clara de acto de voluntad dirigido a un propósito singular. Se mueve hacia la penitencia quien antes no hacía penitencia; quien hace penitencia, simplemente repite un acto de contrición ya conocido. El Bautista se enfada con los fariseos y saduceos a causa de sus conductas siempre o casi siempre fuera de las reglas; señalados por la envidia y la codicia de lo ajeno, muy entregados a la adquisición de bienes materiales, pocos respetuosos con las reglas y marginadores de los mandamientos mosaicos, amantes del poder, la opulencia y la fama y con tales acreditaciones, dominantes sin embargo de los setenta del Sanedrín. Luego de reprocharles a viva voz con un insulto ¡Oh, raza de víboras!, les da la posibilidad de regeneración por el fuego porque como árboles serán tumbados con el segur, y quemados sin regeneración si no se arrepienten. Después les abre las puertas a Dios mediante el bautismo con agua para que emergiendo de su pasado pecaminoso lo hagan hacia un nuevo nacimiento, convertidos en hombres y mujeres nuevos, anuncio de la redención que Jesús propone a los malvados desde el simbolismo de su crucifixión. Los que se avenga a lograr la salvación propuesta por Jesús, serán los granos que recoja y meta en su granero; la paja será quemada en un fuego inextinguible que asemeja al "infierno" de los cristianos y que no es un equivalente del fuego del doble efectos: el destructor y el regenerador, propio de la simbología tradicional. El "fuego inextinguible" sí que se refiere al infierno porque lo que no se extingue no tiene la posibilidad de regenerarse.

Con un mayor lujo de detalles, como suele ser habitual en el Evangelio de Lucas, se lee acerca de la prédica del Bautista, lo siguiente:

"El año decimoquinto del Imperio de Tiberio César, gobernando Poncio Pilato la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea, y de la provincia de Traconite y Lisanias, tetrarca de Abilinia, hallándose Sumos Sacerdotes Anás y Caifás, el Señor hizo entender su palabra a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. El cual vino por toda la ribera del Jordán, predicando un bautismo de penitencia para la remisión de los pecados, como está escrito en el Libro de las Palabras o vaticinios del profeta Isaías: Se oirá la voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas; todo valle sea terraplenado, todo monte y cerro allanado; y así los caminos torcidos serán enderezados, y los escabrosos igualados; y verán todos al Salvador enviado de Dios. Y decía a la gente que venía a recibir el bautismo: ¡Oh, raza de víboras! ¿Quién os ha enseñado que así podréis huir de la ira de Dios que os amenaza? Haced dignos frutos de penitencia, y andéis diciendo: Tenemos a Abraham por padre. Porque yo os digo que de estas piedras puede hacer Dios nacer hijos de Abraham. La segur ya está puesta a la raíz de los árboles. Así que todo árbol que no dé buen fruto será cortado, y arrojado al fuego. Y preguntándole la gente: ¿qué es lo que debemos, pues, hacer?, les respondía, diciendo: el que tiene dos vestidos, dé al que no tiene ninguno, y haga otro tanto el que tiene qué comer. Vinieron asimismo publicanos a ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¡y nosotros, qué debemos hacer para salvarnos? Les respondió: No exijáis más de lo que os está ordenado. Le preguntaban también los soldados: ¿Y nosotros, qué haremos? A estos, les dijo: No hagáis extorsiones a nadie, ni uséis el fraude, y contentaos con vuestras pagas. Mas, opinando el pueblo que quizá Juan era el Cristo, y prevaleciendo esta opinión en el corazón de todos, Juan la rebatió, diciendo públicamente: Yo en verdad os bautizo en agua; pero está para venir otro más poderoso que yo, al cual no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. Él os bautizará en el Espíritu Santo, y en el fuego. Tomará en su mano el bieldo, y limpiará su era, metiendo después el trigo en su granero, y quemando la paja en un fuego inextinguible. Muchas otras cosas además de éstas anunciaba al pueblo con las exhortaciones que les hacía (Lucas 3, 1-18).

Tras una breve incursión histórica que sirve inmejorablemente para situar los acontecimientos en el curso de los tiempos, el Bautista pronto introduce el primer símbolo cuando expresa que el Señor hizo entender su palabra a Juan, en el desierto. Como es habitual, los dioses suelen comunicar con sus elegidos en lugares apartados de los ojos y oídos de los demás mortales. "Hizo entender su palabra a Juan" es lo mismo que trasmitirle su mensaje en "el lenguaje de los pájaros" (5), para que después Juan pueda descifrarlo y repetirlo a los profanos; no obstante, el Bautista suele expresarse con alegorías, dificultando la comprensión de quienes le oyen. A veces utiliza frases simbólicas y otras, metáforas. Con todo, examinaremos este pasaje bíblico.

Lo que hacía Juan era recorrer las riberas del Jordán bautizando en la penitencia para la remisión de los pecados. Este bautismo no era, como el de los hebreos por el ritual de la sangre porque no se trataba de sumar un nuevo miembro al pueblo de Dios, verdadero rito iniciático, sino de bautizar con la finalidad de que el bautizado pueda remitir sus pecados y lograr la redención. Se podría decir que mientras el ritual de la sangre servía al bautizado para obtener una identidad entre los elegidos como pueblo de Dios y fortalecer de ese modo la alianza entre YHVH y cada uno de los componentes del pueblo de Israel, el bautismo por el ritual del agua consistía en avanzar en el perdón de los pecados mediante su remisión, y acercarse a la Salvación prometida en las Escrituras, aunque también incrementando con nuevos miembros el Cuerpo Místico de Jesucristo.

Debían los hijos de Israel allanar el camino del Señor terraplenando todo valle, allanando todo monte y cerro, con lo cual se enderezarían los caminos torcidos e igualados los escabrosos. Todo esto tiene un significado esotérico que nos lleva a deducir que la venida del Señor debía ser preparada arrasando todo un presente ahíto de maldad y perversión, incluyendo, y esto es lo más notable, los cerros, lo que incluye, como es obvio, a las colinas y todo montículo en forma de cono. Como es sabido, la colina, la montaña o el cerro, tienen un específico significado en la simbología tradicional: es el sitio de la iniciación, el lugar donde con la práctica de la iniciación se produce la muerte del pasado y el renacimiento hacia una nueva vida y es además, donde, desde el orificio en el cenit de su cúpula, es posible ascender a los estados superiores del ser. Todo eso debe ser allanado porque El que viene establecerá un nuevo camino de ascensión y lo será el eje constituido por su propio cuerpo crucificado. Desde allí, los arrepentidos podrán, venía a decir el Bautista, llevar a cabo ese ascenso espiritual que signará la nueva era de la humanidad.

En cuanto a los frutos del árbol y la penitencia, ya quedó explicado en líneas anteriores mas, a propósito de este pasaje, aprovecha Juan para inducir a la solidaridad, a la piedad para con los más pobres, para que repartan no todo lo que tengan, sino todo lo que les sobra en vestidos y alimentos. También aconseja a los soldados sin alejarlos de sus deberes bélicos dado que es propio del pueblo de Israel el haber estado permanentemente en guerra, alentándolos para que no prevariquen y se conformen con sus pagas. Finalmente, cuando se le pregunta, insiste en que él no es el Cristo, sino que vendrá después de él otro más poderoso a quien no es digno de desatarle la correa de sus sandalias. El que vendrá bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Aquí el fuego readquiere el simbolismo de la destrucción y la regeneración, siempre presente en la palabra evangélica. La destrucción es el rechazo del pasado para abrazar la nueva doctrina de la fe cristiana. Esta mención al fuego es distinta a la del fuego inextinguible con el que se amenaza dos líneas más abajo. En cuanto a la referencia del Espíritu Santo, es el Paráclito (en griego) o Consolador (en latín), que Jesús promete a sus discípulos dejar con ellos para que los asista cada vez que se encuentren en aprietos (Lucas 24, 49). La parábola del bieldo y la era con la que concluye este pasaje evangélico, ya la explicamos en líneas anteriores.

El primer testimonio de Juan el Bautista está ya tratado en Biunidad y dualidad de Jesús, por lo cual, aquí sólo nos referiremos a su segundo testimonio. Acerca de estos hechos, Marcos nada contiene. Dice el evangelista Juan:

"Después de esto se fue Jesús con sus discípulos a la Judea, y allí moraba con ellos, y bautizaba por medio de los mismos. Juan asimismo seguía bautizando en Ennón, junto a Salim, porque allí había mucha abundancia de agua, y concurría la gente, y eran bautizados. Pues, todavía Juan no había sido puesto en la cárcel. En esta ocasión se suscitó una disputa entre los discípulos de Juan y algunos judíos acerca del bautismo. Y acudieron a Juan sus discípulos, y le dijeron: Maestro, aquel que estaba contigo en la otra parte del Jordán de quien diste un testimonio tan honorífico, he aquí que se ha puesto a bautizar, y todos se van a Él, Juan les respondió: No puede el hombre atribuirse nada si no le es dado del Cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que he dicho: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado antes que Él. El esposo es aquel que tiene la esposa, mas el amigo del esposo que está para asistirle y atender a lo que dispone, se llena de gozo con oír la voz del esposo. Mi gozo es, pues, ahora completo. Conviene que Él crezca y que yo disminuya. Él que ha venido de lo alto, es superior a todos. Quien trae su origen de la tierra, a la tierra pertenece, y de la tierra habla. El que ha venido del Cielo, es superior a todos. Y atestigua cosas que ha visto y oído, y con todo, casi nadie presta fe a su testimonio. Mas, quien cree en lo que Él atestigua, testifica con su fe que Dios es Verídico. Porque Éste, a quien Dios ha enviado, habla las mismas palabras que Dios, pues Dios no le ha dado su Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo, y ha puesto todas las cosas en sus manos. Aquel que cree en el Hijo de Dios, tiene vida eterna, pero quien no da crédito al Hijo, no verá la vida sino que, al contrario, la ira de Dios permanece siempre sobre su cabeza" (Juan 3, 22-36).

Las palabras de Juan son similares a las de Mateo y Lucas, por lo cual no reiteraremos. Se menciona aquí algo que Juan el Bautista repite en cada ocasión que le es propicia: la de que el que vendrá tiene que crecer y para que esto ocurra es necesario que el Bautista disminuya. Esto lo tenemos explicado en el capítulo Biunidad y dualidad de Jesús, y se refiere al nacimiento de Jesús coincidente con el momento en que se inicia la mitad ascendente del año, mientras que el del Bautista se produce en el momento de la mitad descendente del sol. Por ello suele también decir que el que viene es antes que él, lo que históricamente es una incoherencia pues Juan fue mayor que Jesús, aunque no es una contradicción en términos cósmicos, atemporal.

Lo realmente destacable es la frase a quien Dios ha enviado, habla las mismas palabras que Dios, pues se refiere a la palabra sagrada o idioma original y base de todas las lenguas. El idioma perdido en la noche de los tiempos cuando los hombres se apartaron del estado primordial con una clara disminución de su espiritualidad y avenencia con lo sagrado, dando paso a un espacio cada vez más amplio de lo profano. Jesús hablaba la palabra de Dios, las mismas palabras que utiliza Dios para dar contenido a la lengua sagrada o idioma original, lo que Juan el Bautista sabe porque es un elegido de Dios para recibir conocimientos mediante el "lenguaje de los pájaros" (6).

Hasta aquí, hemos realizado un repaso de los textos evangélicos relativos a Juan el Bautista que son, con mucho, más explícitos y extensos que los ocupados por los evangelistas en describir lo que fue propiamente el bautismo por el rito del agua. Toca, pues, abordar este episodio.

"Por este tiempo vino Jesús de Galilea al Jordán en busca de Juan (se refiere al tiempo en que Juan comenzó a bautizar), para ser por él bautizado. Mas Juan se resistía a ello, diciendo: Yo debo ser bautizado por Ti, ¿ y Tú vienes a mí? A lo cual respondió Jesús, diciendo: Déjame hacer ahora, que así es como conviene que nosotros cumplamos toda justicia. Juan entonces condescendió con Él. Bautizado, pues, Jesús, al instante que salió del agua se le abrieron los Cielos y vio bajar al Espíritu de Dios a manera de paloma y posar sobre Él. Y se oyó una voz del Cielo que decía: Este es mi querido Hijo, en quien tengo puesta toda mi complacencia" (Mateo 3, 13-17).

El Evangelio de Marcos 1, 9-11, más breve, en nada difiere como no sea en algunas palabras que no alteran lo esencial del relato, por lo cual no es de interés el trascribirlo ahora. Otro tanto ha de decirse del de Lucas 3, 21-22. Y en cuanto Juan 1, 19-34, ya se ha tratado con extensión en el cap. Biunidad y dualidad de Jesús, en relación a la larga exposición que hace el evangelista de la misión y testimonio que da Juan el Bautista de Jesús, por lo que no vale la pena insistir en ello. En cuanto a la parte del relato que corresponde al hecho mismo del bautismo, contiene la misma descripción que la de los anteriores evangelistas por lo cual, basta con que examinemos lo dicho por Mateo, que se acaba de transcribir en líneas más arriba.

Hay dos cuestiones a considerar: la frase que así es como conviene que nosotros cumplamos toda justicia, y lo de la aparición del Espíritu Santo y las palabras atribuidas a Dios. No dice que deberán entre ambos cumplir con la profecía, como es habitual leer en los Evangelios, sino que de ese modo cumplirán toda justicia. ¿El ser humano ha sido creado para ser justo o para ser libre? En principio se puede argumentar que lo justo es una dimensión propiamente humana, una entelequia que resulta posible tan sólo en razón de la vida social. Sin interacción social, el hombre ni es justo ni deja de serlo. Lo sería, por ejemplo, consigo mismo si daña su cuerpo voluntariamente o lo preserva de daños. Pero, aun en este caso se estaría introduciendo un concepto que recala en la dualidad Bien-Mal, lo que, en soledad, exigiría una conciencia que se estuviera moviendo constantemente sin referencias orientadoras. Disquisiciones sobre la soledad del hombre desligado de toda compañía de su propia especie es alimentar un ámbito noético de escaso valor filosófico; se podría decir que no pasaría de ser un divertimento totalmente inútil, un ejercicio de especulación imaginaria.

Para Sócrates, según Platón, la justicia es la reunión de todas las virtudes que, como consecuencia de ello, producen la felicidad (7). Pero, ¿es de esta justicia de la que habla Jesús? ¿De la justicia humana, la que imparten los hombres para restablecer la alteración de las normas y dar a cada cual lo que le corresponde? No parece que se pueda aceptar una propuesta semejante. Jesús se refiere a la justicia divina que está representada en el Árbol de la Vida. La columna derecha del Sephiroth corresponde a la Misericordia; la de la izquierda a la Justicia (8). De los diez Sephiroth del Árbol, el Quinto Sefirot, que corresponde al Quinto Camino de la Sabiduría y las Puertas de la Comprensión, es GEBURAT, definido como el Poder, la Justicia y la Severidad. Representa este quinto camino la Inteligencia Radical, porque es la que más se asemeja a la Unidad Suprema que emana de la Sabiduría Primordial, que es la sabiduría de CHOCHMAH, el segundo camino y el segundo Sephiroth que es el Segundo Esplendor a juicio de los Kabbalistas. La justicia de que se habla en las Escrituras no es otra que la del Camino de la Perfección, imitador sublime de la Sabiduría Primordial de la Kabbalah y que corresponde, a nuestro interés actual, al Din; también a los treinta y dos Caminos de la Perfección del Sepher Yetzirah.

El Espíritu Santo bajó a semejanza de algo corpóreo sobre la cabeza de Jesús cuando era bautizado con agua, y según los Evangelios no ocurrió cuando se llevó a cabo cuando fue bautizado bajo el rito de la sangre. Su circuncisión fue un hecho histórico normal; no así el del bautismo bajo el ritual del agua. O tal vez haya que decir que fue también normal si se tiene en cuenta que lo es para Jesús que inauguraba una nueva era con una nueva religión. El Paráclito o Consolador vendrá tras la desaparición terrenal de Jesús. Él mismo lo anunció a sus discípulos advirtiéndoles que si Él no se marcha de esta vida terrenal, el segundo Paráclito no vendrá a acompañar en sus desventuras a los apóstoles: Y Yo voy a enviaros el Espíritu que mi Padre os ha prometido por mi boca (Lucas 24, 49).

Jesús es el primer Consolador de las almas y el segundo será el Espíritu que envíe Dios-Padre, según dio promesa a los suyos y a toda la humanidad que creyere, por boca de Jesús. La promesa la hizo Dios utilizando su propio lenguaje: el lenguaje sagrado que es incomprensible para los mortales. Por eso dependió de Jesús para que, con su lenguaje terrenal tradujera al arameo la palabra divina. Ese es el mensaje y la realidad cósmica de la prédica de Jesús: es la prédica divina puesta en palabras profanas, aunque a veces utilizara metáforas y parábolas para enriquecer el lenguaje. Tampoco puede caber duda a la altura del recorrido por estos dogmas, que de manera constante Jesús utiliza el lenguaje simbólico que es lo que tratamos de ir desvelando en este trabajo, para dar a conocer los significados ocultos que ostentan en su intimidad. Tal como sabias fueron las palabras del alquimista Fulcanelli al afirmar, no sin razón, que la alquimia tan sólo es oscura porque está oculta. A lo que habría que añadir: lo preciso para alumbrar esa oscuridad, es descorrer el velo que cubre la alhqeia.

 

NOTAS

(1) René Guénon, Algunas observaciones sobre el nombre Adán, en la Revista Symbolos.

(2) Fulcanelli, Las moradas filosofales, cap. "El mito alquímico de Adán y Eva".

(3) Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, cap. III.

(4) En El Icono de la Natividad.

(5) En el cap. El Icono de la Natividad hemos explicado el significado de este símbolo.

(6) Acerca del significado de esta frase, ver el cap. El Icono de la Natividad.

(7) Platón, La República, 443-d y 444-a, b, c, d y e.

(8) Recuérdese que el hebreo se lee de derecha a izquierda y de arriba abajo.
Por eso, el quinto Sephiroth está a la izquierda, pues si leyéramos el Árbol de la Vida de izquierda a derecha como en las lenguas latinas, sería el cuarto y no el quinto.