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SAN AGUSTIN
TRATADOS
México 1984. Consejo Nacional de Fomento Educativo, p. 107-112.

 

CAPITULO XVII

VERDADERA OPINIÓN DE LOS ACADÉMICOS

LOS DOS MUNDOS DE PLATÓN

     37. Pues, ¿qué pretendieron aquellos grandes varones con sus eternas y tenaces disputas para excluir de todos la ciencia de lo verdadero? Oíd ahora más atentamente, no lo que sé, sino lo que opino: he aplazado para el final el declarar, si puedo, mi parecer acerca de todo el. plan o consejo de los académicos.

     Platón, el hombre más sabio y erudito de su tiempo, que de tal modo disertaba, que todo, al pasar por su boca, cobraba grandeza y elevación, y tales cosas habló, que, de cualquier modo que las dijese, nunca se empequeñecían en sus labios, después de la muerte de Sócrates, su maestro, a quien distinguió con singular predilección, según dicen, tomó muchas doctrinas de la escuela de Pitágoras. Y éste, insatisfecho de la filosofía griega, que entonces o no existía o estaba muy oculta, después que por los razonamientos de Ferécides de Siria se persuadió de la inmortalidad del alma, emprendió largas y vastas peregrinaciones para escuchar a gran número de sabios.

     Platón, pues, añadiendo a la gracia y sutileza socrática en las cuestiones morales la ciencia de las cosas divinas y humanas, que diligentemente había indagado en la mencionada escuela, y coronado después estos elementos con una. disciplina capaz de organizarlos y juzgarlos, esto es, la dialéctica –la cual o es la misma sabiduría o un medio indispensable para llegar a ella–, se dice que sistematizó la filosofía, como ciencia perfecta, de la que no es ahora tiempo de discurrir. Para mi propósito, básteos saber que sintió Platón que había dos mundos: uno inteligible, donde habitaba la misma verdad, este otro sensible, que se nos descubre por los órganos de la vista y del tacto. Aquél es el verdadero, este el semejante al verdadero y hecho a su imagen; allí reside el principio de la Verdad, con que se hermosea y purifica el alma que se conoce a sí misma; de éste no puede engendrarse en el ánimo de los insensatos la ciencia, sino la opinión. Con todo, lo que se hace en este mundo por las virtudes llamadas civiles, semejantes a las verdaderas virtudes, y sólo conocidas de un reducido número de sabios, no merece sino el nombre de verosímil.

     38. Éstas y otras verdades de la misma clase fueron conservadas entre los discípulos de Platón, según era posible y guardadas en forma de misterios. Pues ellas no pueden ser fácilmente percibidas sino por los que, purificándose de todo. vicio, se han consagrado a un género de vida más que humano; ni peca gravemente el que, conociéndolas, las quisiere enseñar a cualquiera. Y así, cuando Zenón, príncipe de los estoicos, después de haber escuchado y creído ciertas doctrinas, vino a la escuela fundada por Platón, que dirigía entonces Polemón, yo creo qué lo tomaron por sospechoso, juzgándole indigno de manifestarle y confiarle las –por decirlo así– sacrosantas doctrinas de Platón, si antes no olvidaba las teorías con que allí se presentó, aprendidas en otras escuelas.

     Muere Polemón y le sucede Arquesilao, condiscípulo de Zenón, mas bajo el magisterio de aquél. Por lo cual, lisonjeándose Zenón de una opinión suya acerca del mundo y, sobre todo, sobre el alma –a cuyo conocimiento aspira la verdadera filosofía–, y diciendo de ella que es mortal, y que no hay más mundo que éste al alcance de los sentidos, y que todo en él es obra del cuerpo (pues al mismo Dios consideraba como fuego), entonces Arquesilao, con mucha prudencia y tino a mi parecer, al ver que cundía aquel mal, ocultó completamente la doctrina de la Academia y la cubrió como oro, para que la descubriesen alguna vez los venideros. Por lo cual, como la multitud es muy propensa a caer en falsas opiniones y, por el hábito de vivir entre los cuerpos; fácilmente, pero con daño, cree que todo es corporal, aquel hombre tan penetrante y generoso se dedicó más a limpiar de sus errores a los mal enseñados que a instruir a los que aún no juzgaba dispuestos para recibir su doctrina. De aquí procedieron las opiniones que se atribuyen a la nueva Academia, de que no tuvieron necesidad los antiguos.

     39. Pero si Zenón hubiese despertado de su error alguna vez, y visto que nada puede percibirse sino lo que se conformaba con su definición, y que una cosa semejante no puede hallarse entre las realidades corpóreas, a que reducía todo, ya hace tiempo se hubiera extinguido el ardor de estas disputas, que una gran necesidad había encendido.

     Pero él, engañado con una falsa idea de constancia, según parecía a los mismos académicos –y en esto yo veo razón para oponerme a ellos–, se mantuvo terco, y su doctrina perniciosa sobre los cuerpos sobrevivió como pudo hasta Crisipo, el cual, con su enorme influencia le dio una gran fuerza expansiva, a no ser que Carnéades, que era más agudo y despierto que sus predecesores, no le hubiera resistido de tal modo, que me sorprende, que aquella opinión gozase después de algún crédito. Carnéades fue el. primero en abandonar aquella especie de imprudencia en calumniar, con que halló gravemente difamado a Arquesilao, para no parecer que contradecía a todo con espíritu de jactancia; sino para batir y destruir a los estoicos y a Crisipo.

 

CAPÍTULO XVIII

DIVISIONES EN LA NUEVA ACADEMIA

     40. Después vióse acometido por todos los flancos, porque si a nada se debe prestar asentimiento, el sabio debe abandonarse a una total inercia.

     Y Carnéades, hombre admirable y menos admirable, porque derivó su doctrina de las fuentes de Platón, sagazmente observó qué obras aprueban los hombres, y hallándolas semejantes a las verdaderas, dio el nombre de verosímil a lo que en este mundo puede seguirse como regla en la práctica. Conoció él, por su agudeza, a qué cosa eran semejantes, y lo ocultaba prudentemente, y a esto llamaba probable. Pues reconoce bien una imagen el que conoce el modelo. Pero, ¿cómo el sabio aprueba o cómo puede seguir la verosimilitud, cuando ignora la misma verdad? Luego ellos conocían y aprobaban cosas falsas, en que notaban laudable semejanza con las verdaderas. Mas como no era licito ni fácil revelar a los profanos, dejaron ellos a la posteridad y a los que pudieron en su tiempo, cierta señal de su doctrina. Y a los buenos dialécticos les prohibían con insultos y bromas promover cuestiones gramaticales. Por eso para Carnéades, por el jefe y autor de la tercera Academia.

     41. Después, este conflicto duró hasta nuestro Tulio, pero ya muy debilitado, para hinchar con su último soplo la literatura latina. Pues para mí no hay mayor inflación que, sin estar convencido, decir tantas cosas con tan copiosa abundancia y derroche de ingenio. Pero con este soplo, creo yo, quedó abatido y disperso aquel fantasma, el platónico Antíoco, porque los rebaños de los epicúreos instalaron sus establos soleados entre los pueblos muelles.

     Pues Antíoco, discípulo de Filón, el cual fue, a mi parecer, hombre sumamente circunspecto, que había comenzado a abrir las puertas a los enemigos vencidos y a restaurar la autoridad de Platón en la Academia y sus leyes –si bien Metrodoro había intentado antes hacer lo mismo, siendo el primero en confesar que no fue opinión expresa de los académicos que nada puede percibirse con certeza, sino que ellos esgrimieron necesariamente tales armas contra los estoicos–, Antíoco, pues, como he comenzado a decir, después de frecuentar la escuela del académico Filón y del estoico Mnesarco, se introdujo cautelosamente, a título de auxiliar y de miembro, en la antigua Academia, entonces casi vacía de defensores y segura por falta de enemigos, y metió en ella no sé qué funesta doctrina, tomada de las cenizas de los estoicos, para profanar el santuario de las enseñanzas de Platón. Pero Filón, tomando de nuevo aquellas armas, le resistió hasta morir, y nuestro Tulio destruyó lo que quedaba, no pudiendo soportar que en vida suya fuese manchado o arruinado lo que él amó. Y por eso, no mucho después de aquellas tiempos, amortiguada toda obstinación y terquedad, la doctrina de Platón, que es la más pura y luminosa de la filosofía, deshechas las nubes del error, volvió a brillar, sobre todo en Plotino, filósofo platónico, quien fue juzgado tan semejante a su maestro, que se creía que habían vivido juntos, pero, por 1a larga distancia de tiempo que los separa, más bien se ha de decir que en éste ha revivido aquél.

 

CAPÍTULO XIX

ESCUELAS FILOSÓFICAS

     42. Así ahora apenas tenemos más filósofos que los cínicos, peripatéticos y platónicos; y los cínicos, porque les place cierta libertad. y licencia de la vida. Mas en lo que atañe a la erudición y doctrina, como también a la moral, que mira a la salud del alma; no han faltado hombres, de suma agudeza y diligencia, que con sus discursos han mostrado la concordia vigente entre las ideas de Aristóteles y Platón, que sólo a los ojos de los distraídos e ignorantes parecen disentir entre sí; así, después de muchos siglos y prolijas discusiones, se ha elaborado una filosofía perfectamente verdadera.

     No es ésta la filosofía de este mundo, que nuestras sagradas letras justamente detestan, sino la del mundo inteligible, al que la sutileza de la razón no habría podido guiar a las almas, cegadas con las multiformes tinieblas del error y olvidadas bajo la costra de las sordideces materiales, si el sumo Dios; descendiendo con su misericordia al seno del pueblo, no hubiese abatido y humillado hasta tomar cuerpo humano al Verbo divino, para que, estimuladas las almas con sus preceptos y, sobre todo, con sus ejemplos, sin luchas de disputas, pudiesen entrar en sí mismas y volver los ojos a la patria.

    

CAPÍTULO XX

CONCLUSIÓN DE LA OBRA

PLATÓN CONDUCE A CRISTO

     43. He aquí las convicciones probables que entre tanto me he formado, según puede, de los académicos. Si no son acertadas, poco me importa, porque por ahora me basta con creer que el hombre puede hallar la verdad. Pues quien opina que los académicos mismos han pensado así, lea a Cicerón. Porque dice él que solían ocultar su doctrina, sin descubrírsela a nadie más, que al que llegaba con ellos a la ancianidad.

     Cuál fuese su doctrina, Dios lo sabe; yo creo que fue la de Platón. Mas para que conozcáis brevemente mi plan, sea cual fuere la humana sabiduría, veo que aún no la he alcanzado yo. Con todo, aun hallándome ya en los treinta y tres años de la vida, creo que no debo desconfiar de alcanzarla alguna vez, pues, despreciando los bienes que estiman los mortales, tengo propósito de consagrar mi vida a su investigación. Y como para esta labor me impedían con bastante fuerza los argumentos de los académicos, contra ellos me he fortalecido con la presente discusión. Pues a nadie es dudoso que una doble fuerza nos impulsa al aprendizaje: la autoridad y la razón. Y para mí es cosa ya cierta que no deba apartarme de la autoridad de Cristo, pues no hallo otra más firme. En los temas que exigen arduos razonamientos –pues tal es mi condición que impacientemente estoy deseando de conocer la verdad, no sólo por fe, sino por comprensión de la: inteligencia– confío entre tanto hallar entre los platónicos la doctrina más conforme con nuestra revelación.

     44. Aquí, al ver que yo había terminado mi discurso, aunque era ya de noche. y. hubo que utilizar la. linterna. para escribir, con todo, los jóvenes con mucha atención ansiaban saber si Alipio prometía responder, aunque :fuese en otro día.

     Entonces dijo él:

     –Nada, estoy dispuesto a conceder que haya respondido mejor alguna vez a mi propia íntima instancia, como el confesar que me retiro vencido por la discusión de hoy. Y creo que esta alegría no debe ser únicamente mía. Os la comunicaré, pues, a vosotros, compañeros de lucha y jueces míos. Porque ser vencido en esta forma por la posteridad, tal vez hasta los académicos lo desearon. Y a la verdad, ¿qué pudo ofrecérsenos a nosotros más agradable que esta discusión, más sólido con la gravedad de las sentencias, más abierto a la benevolencia y más henchido de erudición y doctrina?

      Me es imposible mostrar bastante admiración por la amenidad con que se han tratado las cuestiones más espinosas, venciendo con fuerza las dificultades mayores, exponiendo con mesura las convicciones y vertiendo claridad sobre los puntos más obscuros.

     Así, pues, compañeros míos, convertid vuestra ansiedad expectante, con que me provocabais a responderle, en una más segura esperanza de instruiros juntamente conmigo. Tenemos una guía que es capaz de llevarnos, can la ayuda del Señor, hasta los mismos arcanos de la verdad.

     45. Al notar yo por los gestos de la cara que los muchachos se mostraban un poco decepcionados, porque Alipio, al parecer, no iba a responder, les dije sonriendo:

     –¿Tenéis acaso envidia de las alabanzas que me ha tributado? Mas por ser tan segura la firmeza de Alipio, no le temo, y para que vosotros me mostréis también vuestro agradecimiento, quiero prepararos contra él, por haber defraudado vuestra esperanza. Leed los libros de los académicos, y cuando veáis allí a Cicerón vencedor de estas bagatelas –¿y qué cosa más fácil que lograr esto?–, obligad a Alipio a sostener mi causa y razonamiento contra aquellos argumentos invencibles de Tulio.

     Ésta es, Alipio, la onerosa recompensa que te doy en pago de tus falsas alabanzas.

     Se rieron ellos con esto, y terminamos el gran debate, no sé si con la debida solidez, pero sí más moderada y prontamente de lo que yo esperaba.