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DIONISIO AREOPAGITA (s. V)

EPÍSTOLAS  (Selección, I a VII)

De: Pseudo Dionisio Areopagita, De los Nombres Divinos.
Ed. Antoni Bosch, Barcelona 1980.
Introducción, traducción y notas de Josep Soler. Apéndice.

 

EPÍSTOLA I

A CAIO, TERAPEUTA (1)

     Las tinieblas son destruidas por la luz, y especialmente, por una luz abundante: los conocimientos destruyen la ignorancia, especialmente los conocimientos amplios. Esto lo considerarás en sentido superlativo y no privativo, enunciándolo como algo más allá de cualquier verdad, diciendo que la verdadera luz no es vista por los que la poseen y que aquella ignorancia que es según Dios, se oscurece por causa del conocimiento de las cosas; y tinieblas sobreeminentes son encubiertas por cualquier clase de luz y eclipsan todos los conocimientos.

     Y si alguien, viendo a Dios, comprende aquello que ve, no es a Él mismo a Quien ve, sino alguna cosa de las que son suyas y que pueden ser conocidas por nosotros; Él mismo, sin embargo, siempre permanece por sobre la inteligencia y la sustancia, y existe más allá de la sustancia y es conocido (sólo) más allá de la mente en cuanto (existe) como negación del conocimiento y de la esencia (en cuanto es desconocido y no existe).

     Y esta perfectísima ignorancia –en el recto sentido de la palabra– (constituye) la ciencia de Aquel que está más allá de todas las cosas que caen bajo (el objeto del) conocimiento.

     (1) ...los monjes... por ello, nuestros piadosos maestros han dado a estos hombres el nombre ya de terapeutas –o dedicados al culto–, ya de monjes... (Jerarquía Eclesiástica, VI, parte 1ª, párrafo 3º). therapeutas = monje, servidor. Vid.: Dictionnaire de Spiritualité, III, col. 271.

EPÍSTOLA II

AL MISMO CAIO, TERAPEUTA

     ¿Es que puede decirse que Aquello que trasciende toda criatura está también más allá de la Tearquía y del Principio mismo de todo bien? Sí, si consideras por Deidad y Bondad a la sustancia misma del Bien, productora de lo divino y lo bueno y a aquella sublime imitación de Aquello que trasciende a Dios y a la Bondad y según la cual venimos a ser deificados y buenos.

     Y como tal sea el principio de deificación y de bondad para aquellos que vengan a ser deificados y buenos, hay que decir que Aquello que está más allá de todo principio, y es Principio de todo principio, trasciende a Dios y a la Bondad en tanto existe como principio de la Tearquía y de todo bien: y en cuanto sea inimitable e incomprensible, trasciende las imitaciones y aprehensiones y a aquellos que se hagan imitadores y partícipes.

    

EPÍSTOLA III

AL MISMO CAIO

     Repentino (2) es aquello que, contra toda esperanza, y tiniebla hasta el momento, se abre a la luz.

     En cuanto al amor de Cristo para los hombres, juzgo que esto también lo han querido insinuar las palabras divinas (3) cuando Éste avanzó hacia nuestra mirada, saliendo de su retiro suprasustancial, sustanciándose en forma humana.

     No obstante, permanece incomprensible también después de su misma manifestación, o, por decirlo de forma más divina, en su misma manifestación: pues el misterio de Jesús está oculto, no expresándolo ningún discurso ni ninguna intelección; ya sea declarado por la palabra, es arcano; ya lo sea por la inteligencia, permanece ignoto.

     (2) cfr. Platón, Banquete, 210 e (y Plotino, Enéadas, V, 3, 17,29).

     (3) Malaquías, III, 1: «Repentinamente, el Señor que buscáis, entrará en su Templo».

 

EPÍSTOLA IV

AL MISMO CAIO, TERAPEUTA

     ¿Cómo, preguntas, Jesús, siendo trascendente a todas las cosas, vino a ser agregado sustancialmente junto con los restantes hombres?

     Si aquí lo llamamos hombre, no es únicamente como creador de los hombres, sino que queremos decir que, en cuanto es verdaderamente hombre, lo es según toda la sustancia del hombre. Pero nosotros no limitamos a Jesús en su humanidad, pues Él no es únicamente hombre (ya que de ninguna manera existiría suprasustancialmente si sólo fuese únicamente hombre); sino que, llevado por su extremado amor a los hombres, por encima de ellos y semejante a ellos, asumió, de la sustancia de los hombres, la esencia, aun cuando Él existiese suprasustancialmente.

     Y con todo, está lleno, más allá de cualquier modo, de la suprasustancialidad, de manera que la posee supraesencialmente, Él, que trasciende siempre cualquier sustancia; y también ha asumido en verdad la sustancia humana más allá de cualquier sustancia, engendrando aquellas cosas que son humanas de forma que trasciende la condición humana.

     Lo cual, lo patentiza, no sólo una Virgen que lo parió de manera sobrenatural, sino también aquella agua fluyente que sostuvo y no cedió bajo el peso de sus pies de materia y tierra y por una virtud sobrenatural resistió sin ceder (4).

     ¿Quién, en verdad, podría recordar todas las demás cosas, que son innumerables? Las cuales, si las consideramos con una mirada divina, vemos de un modo que está más allá de la mente, que aquello que se afirma sobre la humanidad de Jesús tiene la excelencia y la virtud –aunque en forma absoluta–, de negación. Pues, por decirlo de forma breve, no era un hombre y no que no fuese un hombre, sino que, nacido de los hombres, trascendía la naturaleza humana y, en verdad se hizo hombre aun siendo por encima de su naturaleza (de ellos).

      Y por lo demás, digamos que rea1izó actos divinos, no a título de Dios, y actos humanos, no a título de hombre, sino que, siendo al mismo tiempo Dios y hombre, dio a conocer un nuevo modo de actuar: la operación teándrica (divina y humana a la vez).

     (4) Mat., XIV, 25.

 

EPÍSTOLA V

A DOROTEO, MINISTRO

     La tiniebla divina es aquella luz inaccesible en la cual, se dice, Dios habita (5). Y como aquella sea inaprehensible a causa de la difusión exuberante de su luz sobrenatural, sin embargo, en ella descansa cualquiera que merezca conocer y ver a Dios, y por la misma razón por la que no ve ni conoce, este mismo existe en Aquel que trasciende cualquier visión y conocimiento, sabiendo sólo de Él que está más allá de las cosas sensibles e inteligibles, diciendo a la vez que el profeta: Para mí es admirable tu ciencia, tan elevada que jamás podré alcanzarla (6).

     De este modo es como se dice del divino Pablo que conoció a Dios cuando supo que Él existía trascendiendo toda ciencia e inteligencia; asimismo dice (él) que sus caminos son indescifrables e inescrutables sus juicios (7), inenarrables sus dones y su paz sobrepasa a todo entendimiento (8), ya que descubrió a Aquél que es totalmente trascendente, y supo, de un modo que sobrepasa cualquier inteligencia, que Aquél que es autor de todas las cosas, es también superior a todas ellas.

        (5) I Tim.,VI, 16.

         (6) Salmo 139 (Vulgata, 138), 6.

         (7) Romanos, XI, 33.

         (8) Filipenses, IV, 7.

EPÍSTOLA VI

A SOSÍPATRO, SACERDOTE

     No te juzgues victorioso, venerado Sosípatro, por atacar aquel culto u opinión que no te parece legítimo, pues si arguyes rectamente contra ellos, no por esto demostrarás el valor positivo de tus afirmaciones; puede ser que, tanto para ti como para otros, se te escape la verdad, que es, a la vez, oculta y verdadera, a favor de las apariencias.

     Pues no es bastante que un objeto no sea rojo o brillante, para que sea blanco; ni, si alguien no es caballo, no por ello necesariamente es un hombre. Y así, si me quieres escuchar, esto es lo que harás; desiste de hablar en contra de tus adversarios, y que todo lo que digas, sea para establecer la verdad de tal manera que no sean válidas las cosas que se digan contra ti.

 

EPÍSTOLA VII

A POLICARPO, OBISPO

I

     Que yo sepa, jamás he polemizado con los griegos ni con nadie, pues para un varón justo creo es suficiente el conocer y expresar la verdad en sí y en su auténtica realidad. Cuando hayamos establecido esto, de la forma que sea, por ello mismo se demostrará que todo lo que no sea esta verdad, aunque pueda existir una apariencia de semejanza, viene a ser falso por no ser en sí semejante a la verdad; en vano, pues, si tú crees ser poseedor de la verdad, disputarás con éstos u aquéllos: es esto semejante a un hombre que dice ser poseedor de moneda real pudiendo suceder que sea poseedor sólo de una pieza lejanamente semejante a la auténtica. Mas si convences a éste de su error, vendrá otro y después otro en desacuerdo contigo.

     Mas si la razón verdadera fuese establecida de manera irrefutable, cualquier cosa que le sea adversa caerá por sí misma frente a la inmutable persistencia de la auténtica verdad. Con esta convicción, en mi opinión, juiciosa, nunca he provocado ninguna polémica contra los griegos ni ningún otro adversario; para mí es suficiente –si este don Dios me lo concede–, de aprehender rectamente la verdad desde un principio y exponerla después tal como conviene.

II

     Tú me informas de que el sofista Apolofanes me injuria llamándome parricida, ya que según él he faltado a la piedad filial sirviéndome en contra de los griegos de aquello que aprendí entre los griegos. Pero nosotros podríamos objetar, en verdad, en contra de estos griegos, que son ellos los que abusan de los dones de Dios contra Él mismo, ya que tratan de destruir su verdadero culto mediante el uso de la sabiduría que de Él mismo han recibido. No hablo aquí de las opiniones de la multitud, que se adhiere tenazmente a las ficciones materialistas de los poetas, sino que hablo del mismo Apolofanes que usa de las cosas divinas en contra de lo divino; pues por medio de esta ciencia de las cosas existentes a la cual él, rectamente, llama filosofía, y que por el divino Pablo es llamada ciencia divina (9), los verdaderos filósofos deberían ascender hacia Aquel que es el autor de todas las cosas y conocimientos.

     Pero no quiero ir contra mis principios refutando las opiniones ajenas, o las de Apolofanes, aunque él debería saber, siendo sabio, que el orden y el movimiento de los cielos no admiten alteración alguna como no venga de la fuerza de aquella misma Causa que los ha creado y los conserva, ya que, según testimonio de la Escritura, a la vez los crea y los cambia (l0).

     ¿Por qué, pues, no adorar a Aquel al que en verdad conocemos ser el Dios de todo, admirando al Poder gracias al cual todo subsiste con admirable potestad?

     Pues gracias a su energía, el sol y la luna se detuvieron, por un admirable poder de inmovilización, en su camino, y, a la vez que ellos, todos los cielos, permaneciendo todo un día en el mismo lugar de los espacios (11); o bien –y esto es aún más maravilloso–, las esferas superiores que envuelven a las restantes siguieron en su entera revolución sin que las esferas inferiores las siguiesen en su movimiento circular: por ello vimos igualar un solo día en duración a tres de normal duración (12) de manera que, o bien el cielo, durante veinte horas, fue arrastrado en su natural impulso en sentido contrario y de una manera admirable retrocedió en sus pasos en forma retrógrada, o fue el mismo sol que en su carrera redujo en diez horas su movimiento de cinco etapas y de nuevo, retrogradándose, empleó diez horas rehaciendo su camino entero; la cual cosa asombró a los habitantes de Babilonia sometiéndose –por este motivo–, sin lucha a Ezequías al que consideraban como semejante a Dios y hombre sobrehumano.

     Omito las grandes maravillas que ocurrieron en Egipto ni hablo de otros prodigios obrados por la divinidad en diversos lugares: hago mención únicamente de los celestes prodigios obvios y bien conocidos de todos en el universo entero. Pero aunque Apolofanes niega la verdad de estos hechos, todos ellos se hallan consignados en los libros sagrados de los persas y también los magos aún hoy día celebran el recuerdo del triple Mitra, semejante al sol.

     Séanos permitido admitir que él, por ignorancia o por inexperiencia, no quiera otorgar fe a estos (prodigios); pero a él, dile: ¿qué opinas del eclipse solar que sucedió (al erigirse) la cruz como salud (para todos)? Pues entonces, los dos juntos, nos hallábamos en Heliópolis y vimos este admirable fenómeno ya que la luna vino a colocarse delante del sol (aunque no era el momento de su conjunción), y ella misma, nuevamente, desde la hora nona hasta el anochecer vino a restituirse en oposición con el sol.

     Hazle memoria de esta otra circunstancia; él sabe muy bien cómo vimos a la luna iniciar su ocultación por el lado de oriente y avanzar hasta el extremo del sol (hasta el borde occidental del sol); retrocedió luego de manera que la ocultación y el retorno de la luz se obraron al abandonar el último el punto del sol que primero había velado.

     Éstos son los prodigios que en aquellos tiempos se obraron y que sólo el Cristo es capaz de producir –ya que es la Causa de todas las cosas–, realizando grandes y maravillosos hechos innumerables.

III

     Todo esto, si puedes decirlo (a Apolofanes) de forma positiva, díselo, y tú, Apolofanes, si puedes, convénceme de impostura, yo que me encontré en tu compañía en aquellas circunstancias y todo lo observé junto contigo y lo vi con admiración. Y no olvido que, en este momento, arrebatado su espíritu por no sé qué inspiración, Apolofanes profetizó, y dirigiéndose a mí, exclamó: «Éstas, oh preclaro Dionisio, son señales de cambios en las cosas divinas».

     Pero con todo esto ya he dicho bastante en esta epístola. Tú puedes perfectamente suplir y completar mi razonamiento en lo que le falte y llevar de manera perfecta hacia Dios este varón que, en muchas cosas, es bien sabio; quizá él no desdeñará, con mansuetud y humildad, aprender la verdad de nuestra religión la cual sobrepasa cualquier sabiduría.

     (9) I Corintios, II, 7.

     (10) Daniel, II, 21.

     (11) Josué, X, 12 ss.

     (12) II Reyes, XX, 11.