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NARCISO LUÉ

"BIUNIDAD Y DUALIDAD DE JESÚS" (y 2)

(15-06-2006)

En la primera época del cristianismo, la de Pablo y los apóstoles que distribuyeron sus epístolas a distintas partes del mundo, estos precursores estaban más arraigados en la tarea de crear una religión lo suficientemente sólida como para imponerse no sólo a otras religiones que asediaban (en especial el Judaísmo), sino también a las sectas y herejías que estaban constantemente acosando a los dogmas y a la estructura de gobierno del catolicismo. Desde entonces dio comienzo o se afianzó una religión que no se funda en interpretar la Palabra de Jesús, sino en lo que interpreta la Iglesia que dijo Jesús. Terminadas las persecuciones se levantó un velo que olvidó esa tarea de los primeros teólogos, y en su lugar se construyó una ideología ritualista y por ende, repetitiva, que es válida por lo que vale, pero errónea por todo lo que excluye cuando advierte un intento de profundización. Volvemos a la escritura sagrada.

El apóstol Santiago, en su epístola, reitera que la sabiduría proviene de Dios y no de los hombres, lo que no implica negación del "hecho cultural". En efecto, dice:

"Mas, si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídasela a Dios, que a todos da copiosamente, y no zahiere a nadie; y le será concedida" (Epístola de Santiago 1, 5).

Esa falta de sabiduría equivale tanto a no tener ninguna como a tener la meramente humana (profana), según lo explicado en líneas anteriores, a propósito de la epístola de Pablo a los Corintios I.

Admitiendo las diferencias de ritos, de afirmación de dogmas y enseñanzas divinas, así como la duración de los ciclos cósmicos, no es dable olvidar la repetida adveración de que todas ellas descienden de un tronco común, porque todas están en la Creación y proceden del mismo acto de un creador Único, sea atribuida la Creación a Marduk, YHVH, Brahma, Ahura-Mazda, Zeus, Júpiter u otra deidad. Como se ha dicho, los dioses de las doctrinas circulares son perecederos porque retornan cíclicamente por toda la eternidad una y otra vez; concluido un ciclo inician uno nuevo; y ese morir y renacer va dejando su rastro en el mito del eterno retorno. Los dioses de las doctrinas lineales, por el contrario, dibujan un camino recto hasta el final de todos los tiempos, instante en el que Dios celebrará un juicio final con veredicto inapelable. Platón se afirma en la concepción circular con una clara alusión de la rueda cósmica al sostener que el alma,

"...después de ser entrelazada por doquier desde el centro hasta los extremos del universo y cubrirlo exteriormente en círculo, se puso a girar sobre sí misma y comenzó el gobierno divino de una vida inextinguible e inteligente que durará eternamente" 15.

La expresión "estado primordial" que utiliza Guénon, significa, según él mismo lo explica, el estado "normal" de la humanidad en los primeros tiempos, donde todo conocimiento podía ser abordado directamente, sin necesidad de símbolos 16. De modo que, decaído ese estado en la actualidad, es preciso valerse de los símbolos para desentrañar ciertos significados herméticos. Por ello, el símbolo, no pasa de ser una llamada de atención que invita a desentrañar el significado que lleva encapsulado en su interior. Y ese descubrimiento es neutro para el símbolo porque siempre ofrece lo mismo al hermeneuta, y en ocasiones, más de un significado. Es el hermeneuta quien debe seleccionar el significado apropiado a la narración o a la imagen que ostenta el símbolo. Cada religión asumirá su propio significado porque el símbolo es neutro; es el significado del símbolo lo que tiene sustancia e identidad. Así, pues, nadie puede entorpecer la posibilidad de hacer uso de una simbología tradicional para comprender mejor los misterios del cristianismo. Sólo basta con estar atentos para no introducir por vía de la interpretación, cuerpos extraños a la doctrina de que se trate, en este caso el cristianismo, siquiera para ser consecuentes con el principio parmenídico de la no contradicción.

En el caso de Jesús, el problema se presenta desde el inicio. Su doble naturaleza crea un aparente problema, que no se resuelve mediante un sincretismo, ni siquiera mediante una síntesis de ambas naturalezas. Lo que existe es una fusión de ambas, de manera que por esta razón, en u orden lógico han perdido su identidad; es una mezcla alquímica, por lo cual, la cuestión consiste en comprobar si resulta compatible una naturaleza humana en una esencia divina o, si se quiere, lo inverso, porque una cosa es enunciarlo como se hace en los Evangelios y demás libros canónicos, y otra cosa es descubrir la posibilidad; o mejor aun, llegar a entender que ese fenómeno es del todo comprensible por el ejercicio intelectual apropiado. Hasta ahora, en este trabajo, se ha puesto de manifiesto la seguridad de que Jesús es Dios y que se confirma mediante una simbología clásica. Lo que nos exige ahora es considerar una doble cuestión.

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En efecto, dos asuntos reclaman tratamiento: de una parte, la relación símbolo-analogía y de otra, la correspondencia entre lo divino y lo humano. Comenzando por esto último, las correspondencias entre el plano del estado inferior y el del superior del ser, son numerosas; tantas como la multiplicidad de los estados del ser, ya que en esta correspondencia, el ascenso por la escala de Jacob 17 está graduado por los peldaños que permiten ascender y descender a cada cual. El ser humano en tanto que ser existencial, tiene las aptitudes suficientes para elevarse de su estado inferior hacia estados superiores del ser mediante ejercicios que incrementen su espiritualidad gastada por los signos de nuestra vida actual, aunque siempre sujeto a las cualidades de su naturaleza, que es la de ser un ser manifestado. Por ello, ese voluntario esfuerzo no puede suponer una traslación completa hacia el mundo de lo no manifestado, que está en un plano distinto e inalcanzable para esta especie. Con Jesús, esta imposibilidad cede a causa de su naturaleza divina.

Esta correspondencia de lo inferior con lo superior se puede explicar diciendo que lo inferior es el reflejo de lo superior; el rostro que en el agua se refleja, como los dos ancianos del Zohar, o el sello de Salomón, o los dos triángulos invertidos que forman la estrella de David. Si se puede decir que lo inferior es el símbolo de un orden superior, cabe la afirmación de que la ley de la correspondencia es el fundamento de todo simbolismo. La explicación en términos profanos de este aserto es que en el plano cósmico el simbolismo carece de razón de ser, pues lo no manifestado está evidente en sí mismo y para sí mismo; la Creación, diríamos, está en carne viva, o en otras palabras, no necesita Dios de ningún simbolismo para hacerse evidente a sí mismo. Ahí está por sí y para sí, tal como es, sin significado alguno porque lo que debiera ser significado es lo evidente, y sólo es de ese modo, sin posibilidad de acceso a ella por parte del hombre. Mas, si lo inferior es el reflejo de lo superior, significa que lo superior cósmico-eterno se manifiesta como un reflejo en el agua, en el plano terrenal-temporal, y es en razón de esta correspondencia que lo sagrado puede ser conocido: nunca directamente, siempre como un reflejo gracias a la correspondencia de los dos planos, el superior y el inferior. Reiterando la misma idea debe decirse que la correspondencia entre lo sagrado y lo profano sólo se evidencia mediante el símbolo. La Creación tiene, entonces, dos modos de ser: el eterno y el histórico, aunque con modalidades diversas, según sea el plano en el que se considere. La diferencia atiende a lo no manifestado respecto de lo manifestado o sea, para sí mismo y para todo lo creado que evoluciona en su propia historia.

La teoría de las correspondencias se plantea en el caso de Jesús, de una manera distinta, lo que viene a requerir solución a la cuestión de la prevalencia de una de sus dos naturalezas sobre la otra. ¿Es en Jesús la naturaleza divina de rango superior que la terrenal? ¿O es a la inversa? ¿Cuál prevale sobre la otra, o cuál domina de las dos? De un punto de vista de la metafísica óntica no puede caber duda acerca de la prevalencia de la divina, siquiera, por tener cualidades espirituales de "mayor especificidad". En un orden de méritos, por así decirlo, lo cósmico es superior a lo terrenal. No obstante, desde un punto de vista cosmogónico no se puede admitir esa prevalencia porque Jesús es una unicidad o mejor dicho: El Único, y por lo tanto, su carácter es la indivisibilidad y la indestructibilidad. Ninguna de sus dos naturalezas prevalece sobre la otra. Esa fusión indestructible se comprende recordando que la Creación es Única y está en su totalidad reunida en esa unicidad que recoge lo celestial y lo terrenal. Participan de las cualidades de la Creación, tanto lo terrenal cuanto lo cósmico, aunque lo hacen de manera diferente: lo terrenal como lo manifestado y lo cósmico como lo no manifestado que, dicho sea de paso y aquí lo reiteramos, no equivale a la Nada. Para una mejor comprensión de lo que acabamos de decir, la puesta en palabras de estas ideas no tienen una "existencia" terrenal sino cosmogónica. Es sabido que las ideas teológicas resultan difíciles de explicar y por una "manía" psicológica, involuntariamente el profano termina poniéndole una imagen física, una forma, cuerpo o figura, que desnaturalizan la idea originaria, de manera que lo figurado concluye convirtiéndose en aquélla, y lo falso concluye siendo el punto de referencia, obviamente erróneo. Algo semejante a lo que acontece con las imágenes sagradas que están depositadas en las iglesias y desde donde parten en procesión generando un fervor psicológico que supera el que debiera ser dedicado a la idealización del santo, de la Virgen o Jesús.

Creemos que la cuestión básica es determinar si las dos naturalezas de Jesús son correspondencias o complementarias entre sí, o si son dos oposiciones. Para Guénon,

"El propio complementarismo, que todavía es dualidad, debe, en determinado grado, desaparecer ante la unidad: sus dos términos se equilibran y se neutralizan en cierto modo al unirse hasta fusionarse indisolublemente en la indiferenciación primordial",

y líneas más abajo, expresa respecto de los contrarios:

"El centro de la cruz es, pues, el punto donde se concilian y se resuelven todas las oposiciones; en este punto se establece la síntesis de todos los términos contrarios que, a decir verdad, sólo son contrarios según los puntos de vista exteriores y particulares del conocimiento en modo distintivo" 18.

De algún modo, sea por la fusión de los complementarios o por el punto de vista que admite la síntesis de todos los contrarios u opuestos, ambos simbolismos vienen a resolverse en una "fusión" o en una "síntesis" o sea, que encuentran el modo de concluir como dualidad. Esto quiere decir que son estados inestables y de necesaria desaparición para lograr la indiferenciación primordial. Si comprendemos que para Guénon, es en la cruz donde se manifiestan claramente los términos complementarios y los contrarios, que no son otra cosa que "las direcciones contrarias, a partir del centro, de las dos semirrectas que son las dos mitades de un mismo eje, sea cual sea este eje; la oposición, pues, se puede considerar igualmente, o bien en el sentido vertical, o bien en el sentido horizontal" 19, debemos colegir que es una concepción distinta que de los contrarios u opuestos, se lee en Platón 20. En efecto, los opuestos de que trata Sócrates en el Diálogo de Fedón, no se neutralizan ni se fusionan, carecen de la posibilidad de síntesis porque constituyen la fenomenología de la generación de los seres. Y ya sabemos que los griegos clásicos elaboraban sus construcciones filosóficas sobre la base de una firme metafísica ontológica. Así, pues, esta dualidad irreducible debe mantenerse en ese estado para que la explicación de la generación del ser por los contrarios u opuestos, tenga la inmutabilidad que demanda toda metafísica del ser en cuanto ser.

Así las cosas, podría decirse que las dos naturalezas de Jesús son complementarias y por ende, que terminan fusionándose en la indiferenciación primordial mas, esa fusión ¿se produce para la realización de una vida histórica o para una eternidad cósmica? ¿La fusión nace con el nacimiento de Jesús, o se produce en el momento de su muerte? Porque al fin de cuentes, la muerte es un hecho histórico propio de los seres mortales. Si decimos que ambas naturaleza están fusionadas sin que la una prevalezca sobre la otra, no hay otro modo de explicarlo que aceptando que la fusión de estos dos estados complementarios se fusionan con la natividad de Jesús y que la síntesis de sus oposiciones o contrarios se sintetiza con su muerte. La contradicción se neutraliza, se esfuma o se desintegra con la muerte, dando paso, en el caso de Jesús, a la resurrección que, en las doctrinas del lejano Oriente será la reencarnación, principio que también estaba presente en Occidente, entre los griegos 21.

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Terminado de considerar el tema de las correspondencias entre lo manifestado y lo no manifestado, toca entrar al de la relación entre símbolo y analogía que, en el caso de Jesús, decae porque si el símbolo es la expresión de la analogía, ninguna analogía es útil para fundamentar la naturaleza divina de Jesús, y es debido a que su naturaleza celestial es no manifestada y lo no manifestado es inaccesible al conocimiento del ser humano al no caer bajo la apreciación de sus sentidos. Lo celestial de Jesús "bajó" a la tierra para insertarse en una naturaleza humana, de suerte que los episodios de su biografía histórica pudieron ser conocidos directamente por sus contemporáneos debido a que lo terrenal es cognoscible directamente por los mortales. Por lo demás, toda vida terrenal es reflejo de lo celestial, y esto es aplicable a Jesús como a todo ser humano. El reflejo no alcanza a tener la misma naturaleza que lo celestial; posibilita un cierto grado de gnosis, lo que se logra mediante el proceso de desacralización de los significados al traerlos al plano terrenal y entrar en ellos mediante la inteligencia intuitiva, pero nada más. Ya se vio en líneas más arriba que Jesús no fue reconocido por los suyos a causa de su "presencia" no manifestada.

Insistiendo en la misma idea, lo vivido por Jesús con su naturaleza celestial no fue un reflejo del estado superior, sino la realidad misma de ese estado pero que, por ser celestial se mantuvo no manifestado y por lo tanto, no cognoscible por sus contemporáneos. Pero, sí que trasmitió ciertos mensajes herméticos a través de sus palabras. De ahí que la realidad histórica de Jesús está relatada con las palabras contenidas en los libros canónicos; la realidad celestial está encubierta en su propia naturaleza no manifestada. Se puede decir que lo simbólico de los Evangelios, por ejemplo, está plasmado en sus palabras escritas. Jesús viajó por Palestina portando ambas naturalezas, siendo conocida solamente una de ellas. De hecho, el propio Jesús explicó a sus discípulos:

"Siendo cierto que al que tiene lo que debe tener, dársele ha aun más, y estará sobrado; mas al que no tiene lo que debe tener, le quitarán aún lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque ellos viendo, no miran, no consideran, y oyendo no escuchan, ni entienden. Con que viene a cumplirse en ellos la profecía de Isaías que dice: Oiréis con vuestros oídos, y no lo entenderéis; y por más que miréis con vuestros ojos, no veréis. Porque ha endurecido este pueblo su corazón, y ha cerrado sus oídos, y tapado sus ojos, a fin de no ver con ellos, ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón, por miedo de que, convirtiéndose, Yo le dé la salud. Dichosos vuestros ojos porque ven, y dichosos vuestros oídos porque oyen" (Mateo 13,12-16).

Se advierte con claridad la razón por la que Jesús hablaba en parábolas; es decir, usando el lenguaje profano pero encapsulándolo en símbolos que solamente los discípulos descifraban; dichosos vuestros ojos porque ven, y dichosos vuestros oídos porque oyen, les dice Jesús, y en estos versículos pone en evidencia la torpeza de los humanos, que ciegos deambulan por el recorrido histórico del Kali-Yuga; han cerrado sus oídos y tapado sus ojos. La verdad que expresa del pueblo de Israel es trasladable a nuestra actualidad, que también forma parte histórica de la misma Yuga que a la que se refería Jesús situándola en su tiempo histórico. Quien trasmite la Palabra es Jesús histórico mas, la Palabra trasmitida proviene de Jesús cósmico, no manifestado. Esta dualidad de acción que es propia de una naturaleza dual, se reitera una y otra vez a lo largo de su vida.

Jesús peregrinó llevando su palabra y era una palabra divina expresada por su naturaleza humana. Y esa palabra, representada en el lenguaje profano, puede ser malvada o bienhechora. La importancia de las palabras articuladas por la lengua, está explicado en la Epístola de Santiago, cuando dice:

"Así también la lengua es un miembro pequeño, sí, pero viene a ser origen fastuoso de cosas de gran bulto. ¡Mirad un poco de fuego cuán grande bosque incendia! La lengua también es fuego, es un mundo entero de maldad. La lengua es uno de nuestros miembros que contamina todo el cuerpo, y siendo inflamada del fuego infernal inflama la rueda, o toda la carrera de nuestra vida" (Santiago, 3, 5-6).

La palabra puede ser fuente de maldad y contaminación, aunque bien usada, signo de bonanza y espiritualidad. Lo relevante de esta cita es la introducción de una serie de símbolos tradicionales como la lengua, el fuego y otros que en los versículos anteriores se citan de modo expreso. Sin embargo, lo más significativo es la mención de la rueda y lo descifraremos más adelante. Ahora, sólo señalemos que no deja de sorprender que entre las innumerables posibilidades de encontrar símil, Santiago haya elegido el de la rueda. Habrá que convenir que el apóstol Santiago era un iniciado, siendo la iniciación un rito presente en todas las culturas y doctrinas sagradas, como que Platón, en nuestro Occidente se refiere a ello como una práctica aceptada con normalidad en Fedón 69 c. Y no es una intuición si recordamos la idea primigenia que de la iglesia cristiana ofrece Pablo en su Epístola a los Corintios en el cap. 4, comparando los distintos miembros de un cuerpo humano, con los fieles del cristianismo que en su totalidad conforman el Cuerpo Místico de Jesucristo 22.

Jesús usó de la palabra que muchas veces no era entendida en sus prédicas. Pero, ahí estaban los elegidos para captar el símbolo y ponerlo por escrito en los libros canónicos. De tales elegidos da cuenta Pablo denominándolos como los que "interpretan palabras". Se lee, lo siguiente:

"Así es que ha puesto Dios varios miembros en la Iglesia; unos en primer lugar, los apóstoles, en segundo lugar los profetas, en el tercero doctores, luego a los que tienen el don de hacer milagros, después a los que tienen gracia de curar, de socorrer al prójimo, don de gobierno, de hablar todo género de lenguas, de interpretar las palabras. Por ventura, ¿Son todos apóstoles? ¿O todos profetas? ¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos la gracia de curar? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos?" (Corintios I, 12, 28-30).

Como se advierte, Pablo en poco espacio da un organigrama de la Iglesia Católica, que hasta la fecha perdura. A nuestro interés, queremos señalar la mención de los "intérpretes". Y nosotros preguntamos: ¿Quiénes son estos intérpretes? ¿Qué falta hacen en una Iglesia que se supone que se expresa con palabras profanas para entendimiento de los profanos? La respuesta es simple: la Iglesia recibe de los Evangelios la palabra divina y para descifrar los símbolos que contiene no precisa doctores, que los tiene, ni curanderos o personas que hacen milagros, sino "intérpretes". De modo que no se precisa ser sacerdote ni estar ordenado para descifrar los símbolos, pues todos los cristianos conforman el Cuerpo Místico de Cristo, lo que demuestra que la doctrina sagrada que está contenida como palabra de Dios en los cuatro Evangelios, no es una escritura profana para ser entendida por profanos, sino que es "lenguaje sagrado" que está traducido al "lenguaje de los pájaros" por seres elegidos y que en esta Epístola, Pablo los menciona uno a uno en sus respectivas especies, para que los símbolos con los que estos seres han encubierto los significados, sean interpretados por los hombres y lleguen al fondo de las verdades teológicas de su religión. Con todo, no es ocioso señalar que de un punto de vista dogmático, los humanos pueden errar y, por otra parte, para los cristianos no hay otro cristianismo que el que predica como artículo de fe la Iglesia a través de sus jerarquías.

De ordinario, cada ser y en especial el humano, se sitúa en el centro de sus valores existenciales, pero esa situación que se genera en razón de su carácter axial con respecto a todo lo demás, no es sin embargo real con respecto a todo lo demás. Cada ser reclama para sí el eje y el centro, y aunque sea una verdad no desvirtuada, se debe admitir que hay otra verdad que reclama todo lo creado y a causa de lo cual, el eje y el centro se trasladan hacia un ómphalo más o menos explícito: un país, una ciudad, un templo o una casa. En el caso de Jesús, el centro estuvo siempre donde Él estaba situado, y desde ese centro se situaba el eje del mundo porque su naturaleza divina pedía para sí el privilegio de centrar la creación en una divinidad insertada en el tiempo histórico y proporcionándole la fortaleza del eje terrenal sujeto por su propio eje celestial. Demás está decir que ese centro cosmológico carece de sitio concreto, físico, evidente a los sentidos, porque todo lo celestial es "materia" no manifestada, y aunque esté en todas las cosas creadas, es inaccesible a los sentidos.

El centro del mundo desde donde "subía" el eje primordial de la humanidad, estuvo en todo momento fijo en la espina dorsal de Jesús, ascendiendo hacia lo cósmico y lo extracósmico a través de su coronilla, la chimenea humana por donde se produce el ascenso. Con lo dicho queda claro que nadie pudo tocar, ni ver, ni siquiera imaginar la naturaleza celestial que estaba revestida por su cuerpo terrenal porque, repitiéndolo una vez más, lo celestial es lo no manifestado y carece de accesibilidad al conocimiento humano. Lo que se veía de Jesús, era su centro terrenal que abarcaba todo su orden existencial, de carácter histórico, como el de cualquiera otro ser humano, pero no su centro ni su eje cósmico. Durante la vida de Jesús, el centro del Universo estaba situado en el eje de su espina dorsal, convertida en punto inmóvil que permite el movimiento; un punto siempre fijo para sustentar la necesaria rotación de la Creación toda.

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A esta altura de los tiempos debiera ser moneda corriente en el ámbito de la pura información, que el nacimiento de Jesús se produjo entre el 15 de julio y el 15 de agosto, en el pueblo de Belén. Y este hecho histórico está plenamente acreditado en los propios Evangelios cuando se refieren al censo que ordenó para todo el mundo (romano) César Augusto, siendo Cirino el gobernador de Siria (Lucas 2, 1-5). Por lo demás, si en el hemisferio norte el nacimiento se hubiera producido en el mes de diciembre, los pastores que esa noche permanecían en el campo con sus rebaños, hubieran muerto congelados; está muy claro que el acontecimiento se produjo en pleno verano. No obstante, la Iglesia católica decidió apartarse de la verdad histórica, para nada trascendente en la interpretación de una cosmogonía, y alteró la fecha del nacimiento, siguiendo la pauta trazada por algunas jerarquías eclesiales, seguramente iniciadas. Hubieran podido elegir cualquier día del mes que transcurre entre el 15 de julio y el 15 de agosto y con ello acertaban de pleno, pero no. Prefirieron un día de diciembre, pero no un día cualquiera. Como ya lo hemos explicado en otro lugar, no es casualidad que la elección recayera en el día 24, pues es el inmediatamente posterior a la conclusión de las saturnales romanas, fiestas paganas de grandes comilonas, borracheras y sexo, que transcurrían entre el 17 y el 23 del mes de diciembre.

El día elegido debió ser el 21, día del solsticio de invierno mas, como quedó dicho, no era para nada adecuado hacer coincidir la fecha del nacimiento de Jesús con aquellas fiestas orgiásticas. Debió ser elegido el 21 de diciembre, pero lo fue el 24, por necesidad. Correspondía a la naturaleza divina del recién nacido empezar a vivir el día en que comienza el año, pues desde el primer ciclo de la actual Manvántara, desde el ciclo de los hiperbóreos, se fijó el eje de la tierra bajando de norte a sur en el curso anual con Capricornio en el norte, y de sur a norte manteniendo a Capricornio como trópico dominante en el curso solar, mientras que, si se desplaza la dirección del eje de norte a sur en el curso solar, bajará desde el trópico de Cáncer hacia Capricornio. Así, pues, se hizo coincidir el día más cercano al 21 de diciembre, solsticio de invierno en el hemisferio norte, cuando la mitad ascendente del año inicia su curso: desde el día más corto del año hacia el día más largo: el del solsticio de verano. Y aunque parezca pura casualidad y no una decisión tomada de conformidad a los símbolos de la ciencia tradicional, el cristianismo no obra en las cuestiones relevantes por puro capricho o sometido a las reglas desordenadas de la casualidad. Así, se puede leer en el Evangelio que mientras Juan estaba bautizando con agua en Ennón junto a Salim "porque allí había mucha gente y abundancia de agua", respondiendo al comentario de sus discípulos respecto de ese hombre a quien había bautizado en la otra orilla del Jordán, les decía lo siguiente:

"Mi gozo, pues, es ahora completo. Conviene que Él crezca y que yo disminuya. Él, que ha venido de lo alto, es superior a todos. Quien trae su origen de la tierra, a la tierra pertenece, y de la tierra habla. El que ha venido del Cielo, es superior a todos" (Juan 3, 29-31).

Dice el evangelista Juan, poniendo en boca del Bautista, que Jesús ha venido de lo alto y es superior a todos. Se refiere, obviamente, a su naturaleza divina y es por ello que habiendo venido del Cielo, habla de cosas celestiales y no de cosas de la tierra, que es lo que hablan quienes proceden de la tierra. Por lo demás, está claro que muchos siglos antes de que las jerarquías eclesiásticas estableciera el día 24 de diciembre a medianoche como el del nacimiento de Jesús, ya Juan el Bautista lo fijó con claridad en el día 21 de diciembre, día auténticamente celestial del nacimiento de Jesús, pues claras son sus palabras: "Conviene que Él crezca y que yo disminuya", en una clara alusión al inicio de la mitad ascendente del año que atribuye a Jesús y que, como ya quedó dicho, se inicia en el solsticio de invierno. Y la alusión es clara porque Jesús nace en su existencia celestial en invierno, cuando comienza el curso anual ascendente, mientras que Juan nace en verano, cuando se inicia la mitad descendente del año. Por ello, Juan disminuirá desde el solsticio de verano hacia el solsticio de invierno, mientras que Jesús crecerá de éste, hacia aquél.

Siguiendo con la correspondencia de los episodios evangélicos con la simbología de la ciencia sagrada tradicional, se ha dicho que "Los dioses han creado al hombre y al mundo, los héroes civilizadores han terminado la creación, y la historia de todas estas obras divinas y semidivinas se conserva en los mitos" 23. La primera observación que se debe hacer después de la lectura de este párrafo, es la afirmación implícita de que la Creación se mueve, que no está eternamente inmóvil y que no responde a un acto creador único sin más intervención divina y por ende, con rechazo de toda idea de alteración o modificación de la obra del Creador, que es lo que propugna la doctrina hebrea de los seis días de la Creación, según se cuenta en el Génesis/Bereshit. Esta movilidad constante y sin solución de continuidad es, por lo demás, visible a los ojos o la memoria histórica de cualquiera. Basta con recordar los fuegos volcánicos, los maremotos y terremotos, la modificación del clima y lo que es aun más evidente: el movimiento de los continentes que se distanciaron entre sí, así como la desaparición de la Atlántida como gran evento cósmico, y de Pompeya como pequeño evento.

En el orden humano, también hubo y sigue habiendo movimiento. De los hiperbóreos se ha pasado a la civilización de los talantes, de éstos a la de los arios y de los arios a nuestra civilización actual. Estos cuatro grandes ciclos de la tradición hindú se corresponden con los ciclos mencionados por Daniel cuando interpretaba el sueño de Nabucodonosor, enumerando sucesivamente la edad de oro, de plata, de bronce y de hierro, en la que nosotros estamos inmersos 24. Admitido que la Creación se mueve, que cambia, esos cambios en el orden humano se deben a muchos factores mas, lo que se podría denominar como cambios sustanciales, obedecen a la actividad de personajes de rango especial: los héroes, los profetas, los fundadores de religiones y en general, los que comunican con la palabra sagrada para luego traducirla al lenguaje de los símbolos para que los profanos puedan descifrar. Es lo que M. Eliade denomina como "héroes civilizadores" que crean una historia "semidivina". La tradición judeocristiana se refiere a los elegidos que reciben la palabra sagrada: Moisés y los profetas Jeremías, Isaías, Ezequiel, y los ángeles que en el Antiguo Testamento/Tanaj, ascienden y descienden constantemente por la escala de Jacob 25, cumpliendo con la misión que en la mitología griega estaba destinada a Hermes, intermediario entre Zeus y los mortales. No sólo es un intermediario sino que además, interpreta la palabra recibida, aunque más bien, se podría decir que lo que hace es traducir la palabra sagrada al lenguaje humano, como acontece en la tradición judeocristiana.

Otro aspecto a considerar es el cambio de nombre, que es un ritual vinculado a los grados de iniciación que tiene que ver, a su vez, con el símbolo de la muerte y el inicio de la segunda vida, una resurrección. El "segundo nacimiento" lo es hacia la luz, la vida plena y un ascenso por los peldaños de la sabiduría. Esta suerte de "resurrección" naturalmente que de carácter simbólico, que conduce hacia una nueva vida, está recogida en el Evangelio de Mateo 26, donde se puede leer que el Arcángel Gabriel instruye a María que a su hijo debe ponerle por nombre, Jesús, no obstante que el profeta indicó que el nombre que se le debía poner era el de Emmanuel, que significa "Dios con nosotros" con lo cual, pareciera que la profecía de Isaías 6, 14, no acabó cumpliéndose en sus propios términos. No obstante, al igual que con la fecha del nacimiento (cambiada), también se cambió parcialmente la profecía para consolidar una teología cristiana, independiente de la hebrea.

Para los cristianos, el ciclo de la doctrina fuente (el judaísmo), comienza con la Creación y concluye con el nacimiento de Jesús, y puesto que nacería judío, era preciso llevar a cabo el rito del segundo nacimiento para enterrar su adscripción al judaísmo, y dar nacimiento a una nueva religión que tras su muerte diseminarían sus seguidores, apóstoles y santos. El cambio de nombre era del todo necesario para dejar sentado mediante el ritual de la muerte del pasado y su segundo nacimiento, que la iniciación estaba hecha, y con ella, el comienzo de una nueva era, un nuevo ciclo cosmogónico de carácter sagrado, cuyo hito ostensible sería el bautismo con agua, dejando atrás para los cristianos y de modo definitivo, la circuncisión ritual de los hebreos.

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La fehaciencia de la naturaleza divina de Jesús está acreditada por una variedad de símbolos, según vamos viendo. El símbolo de la puerta estrecha que se consigna en Mateo, es un símbolo destacado de la ciencia sagrada. Lo que se lee, entre los preceptos varios del cristianismo, es lo siguiente:

"Entrad por la puerta angosta, porque la puerta ancha y el camino espacioso, son los que conducen a la perdición, y son muchos los que entran por él. ¡Oh, qué angosta es la puerta, y cuán estrecha es la senda que conduce a la vida; y qué pocos son los que atinan con ella" (Mateo 7, 13-14).

Con respecto a este símbolo de la puerta estrecha, está ligado de modo evidente con el de la rueda. Recordemos que se encuentra nombrado explícitamente en la Epístola de Santiago 3, 5-6. En los primeros tramos de este trabajo habíamos dejado para después el significado del simbolismo de la rueda. Ha llegado el momento y se nos antoja más provechoso estudiar simultáneamente ambos símbolos: la rueda y la puerta estrecha, tal como acabamos de decir, y obviamente relacionados con el tema que nos ocupa 27. Las fuentes canónicas a tener en cuenta son, pues, las ya mencionadas y trascritas: Mateo 7, 13-14 para el símbolo de la puerta estrecha, y Santiago 3, 5-6 para la rueda, con la aclaración que en estos dos versículos de Santiago, hay mucho más que el símbolo de la rueda pero que, para no extraviarnos, los pasaremos por alto.

En la tradición védica, el sol está siempre situado en el centro del Universo y no en su localización más alta, aunque desde donde quiera que sea contemplado diera esa impresión. Esta idea cosmogónica sólo se puede comprender si el Universo es asimilado al símbolo de la rueda, porque la rueda reclama para sí un centro y la expansión de sus radios. Cada radio se expandirá desde el centro, hacia el punto más alejado de él, llegando al sol, que será atravesado a causa de su permanente necesidad de expansión, hasta llegar al punto más alejado que será el que ese radio marque como la línea opuesta en la circunferencia, compuesta por una serie no definida de puntos que, no obstante, está definida metafísicamente por una continuidad cerrada de puntos. La línea opuesta de cada radio o rayo, es en realidad el diámetro seccionado en partes iguales, al pasar por el centro, que es el punto inmóvil que mueve a la rueda. No olvidar que la rueda de seis rayos está compuesta por un diámetro que atraviesa el centro de norte a sur y es perpendicular al eje de la tierra; con ello se tienen ya dos rayos. Los otros cuatro resultan de otros dos diámetros y igualmente seccionados, que no son perpendiculares al eje, sino que tienen una incidencia oblicua en la circunferencia. Al ser diámetros seccionados por el centro, los radios se corresponden de dos en dos, que es lo que les permite continuar con la expansión luego de atravesar el centro.

Los radios de la rueda son los rayos del sol de una circunferencia cósmica de seis rayos, cuya situación en la circunferencia acabamos de explicar. Esta descripción lo es de una representación plana de la rueda, siendo ese eje, el centro del Universo. Los radios guardan equidistancia entre sí y con relación al eje que los sostiene. Sin posibilidad de representación geométrica (aunque alguna se ha dado) 28, el séptimo rayo de la rueda-sol, la penetra atravesando su centro pero en otro plano, el vertical, en una suerte de tercera dimensión. La imposibilidad, en principio, de representación geométrica se debe a que la rueda ostenta un doble eje: el del plano horizontal y el del plano vertical. Ese eje vertical es el que importa a nuestro interés, pues se trata del eje que atravesando el centro del Universo, atraviesa todo el pneuma, del que también se dice que es el éter, en tanto que quinto elemento, y a la vez primero porque de él proceden los demás. Atravesado el eje de la rueda que simboliza el mundo, prosigue su marcha con dirección al sol, al que también atraviesa por su centro, hacia un ámbito suprasolar, más allá de toda imaginable dimensión, donde es la eternidad y por ende, Dios. No es posible imaginar la inmortalidad como una realidad extracósmica separada del Creador, porque es el Creador mismo en su realidad única, no manifestada.

El símbolo de la rueda está vinculado, dijimos antes, a la puerta estrecha por lo que ésta significa, pero está asimismo vinculada al centro y al eje porque, como quiera que sea concebida o explicado su símbolo, siempre se manifestará en el plano terrenal o en el plano celestial como el símbolo del mundo-universo. Por ello, la Epístola de Santiago proclama con palabras oscuras, un significado prístino: cuando la lengua (léase, la palabra) se pronuncia con perversidad, las palabras están inflamadas por el fuego infernal y esa inflamación ígnea inflama la rueda, o toda la carrera de nuestra vida. El fuego que abraza la rueda es el fuego que destruye la rueda; es decir, el fuego que destruye el mundo, o siquiera toda la carrera de nuestra vida, y de la vida de todos los mortales que se encuentren en la misma situación a causa de conductas semejantes. Esta metáfora puede ser aplicada a la realidad histórica como a la cósmica, y su significado más verdadero está dirigido a los efectos de la maldad y la perversión si, retrocediendo unos versículos, leemos: ¡Mirad un poco de fuego cuán grande bosque incendia! Basta iniciar una pequeña inflamación para que crezca sin control hasta destruir el mundo y los seres humanos, o solamente a éstos dado que se utiliza la conjunción disyuntiva "o" y no la copulativa. Esta significación esotérica es aplicable por extensión a otro significado igualmente esotérico: el del grano de mostaza 29 que siendo el más pequeño, es capaz de crecer de modo inconmensurable.

La relación del fuego con la inflamación de la rueda o con cualquier otro ser individual simboliza, desde Heráclito, la renovación por el proceso natural de destruir para regenerar. El fuego eterno como símbolo del cosmos es para Heráclito, nada más que eso, un símbolo que va unido a la materia en tanto que apropiado sustento para una combustión constante y regular en virtud de una ley universal del lógoV, que es quien regula todo el movimiento de la realidad conduciéndolo a la armonía y unificando, de ese modo, los elementos opuestos, sometidos a una guerra permanente. Lo simbólico del fuego es, pues, su doble misión: destrucción y regeneración, que es lo que se advierte con claridad en el pasaje bíblico, porque en el significado de este símbolo existe una tensión retrógrada como en el arco a punto de ser disparada la fecha, o como las cuerdas de un instrumento que se repliegan para producir el sonido cuando los dedos las liberan, lo que significa llevar adelante la destrucción para regresar a su punto de partida que, tras la regeneración, ostentará una armonía material que fatalmente deberá ser destruida con el tiempo, por sus elementos opuestos mediante el fuego destructor-regenerador. Jesús destruye la cosmogonía hebrea para que la regeneración eche las raíces de la nueva cosmogonía cristiana pero, para ello, debe ese fuego quemar la rueda (simbólicamente) a fin de que se produzca el efecto deseado. Estos estados contrarios u opuestos están explicados con sabiduría en Platón 30.

La maldad inflama, dice la Escritura, porque el fuego no comienza espontáneamente por la más pequeña llama, sino que precisa de un factor desencadenante: la maldad. No se quemaría el pasado, si en él pudiera abrirse la flor nueva. Es preciso que esa maldad vivificada en lo terrenal se manifieste mediante el acto de la crucifixión, para que quede plasmada en la Existencia universal, donde convergen las modalidades de cada individualidad, incluyendo al Jesús histórico. Hemos dicho más de una vez que la interpretación del simbolismo de los significados herméticos del cristianismo no es correcto hacerlo como si se tratara de una serie cavidades estancas, sin relación entre sí. Por el contrario, nada es mejor que ir enlazando cada episodio evangélico o contenido dogmático de su acervo canónico, con todo lo demás, para de ese modo, dar una idea no sólo completa de cada episodio, sino intrínsecamente coherente en una totalidad doctrinaria.

Previene Santiago acerca del mal uso del lenguaje lo que, por otra parte, es un símil de la progresión incontrolada de la maldad por la pérdida de la espiritualidad de nuestro ciclo cósmico. La maldad de la palabra es lo que condujo a Jesús ante Caifás y Pilato; es la que provocó su proceso y condena a muerte, y fue la que finalmente alentó su crucifixión. En cuanto a la de Santiago, la suya es a la vez que esotérica por el hermetismo que guarda, profética, ya que contiene las dos posibilidades de terminación del último ciclo o Gran Año de nuestra Manvántara, la Kali-Yuga y en ella, el curso de "los últimos tiempos": la destrucción del mundo o solamente la extinción de la especie 31.

En cuanto al símbolo de la "puerta estrecha" que contiene el Evangelio de Mateo, está relacionado con los siete rayos del sol cósmico, y en especial con el séptimo que representa el hilo conductor, la escala, el tronco del árbol o el pilar central de una construcción cualquiera, casa o templo, porque ese rayo séptimo que atraviesa el centro de la rueda o la circunferencia es la dirección correcta hacia los estados superiores del ser: hacia cosmos y la vida influida de espíritu celestial. Es necesario aclarar que estas sensaciones son intuitivas y no ontológicas, por lo cual carecen de asidero en la realidad histórica y de una definición comprensible de su sustancia o esencia, según se mire. Conviene insistir hasta cansar, que para comprender el sentido cabal de las palabras que estamos usando es preciso antes que nada, desprenderse de las ataduras de las figuraciones terrenas y construcciones conceptuales de la metafísica ontológica de método especulativo. La ontología conviene al conocimiento terrenal porque su fuente gnoseológica emana de la experiencia sensible; de ella se obtienen los conceptos y definiciones; por ejemplo, el concepto de hombre en tanto que ente o sea el ser existente, se obtiene por abstracción, y la abstracción sólo es posible por medio del conocimiento de los elementos comunes a todos los entes de una misma especie, logrado mediante el ejercicio propio de la inteligencia: leer dentro de... (intra legere).

Como hemos dicho antes, el lenguaje es el primero de todos los símbolos, es más usado y el menos conocido, porque el conocimiento semántico del lenguaje a nadie interesa; a todos les basta con servirse de él para comunicarse con los demás. La metafísica intuitiva, cuyo acto gnoseológico es la intelección, no puede definir ni conceptuar porque carece de una fuente apropiada que le nutra de los elementos básicos que convengan a su estructura gnoseológica. Por lo tanto, esa inteligencia intuitiva sólo capta mediante palabras casi siempre insatisfactorias en vista a una correcta comunicación. La conocida frase "no sé cómo explicártelo" es la prueba evidente de lo que queremos decir. Es decepcionante advertir que a veces y de pronto, se carece de las palabras apropiadas para someter al lenguaje una idea que existe sólo como una visión intuitiva en la mente.

La puerta estrecha es en la doctrina tradicional ese sendero hacia lo cósmico y lo extracósmico, ámbito situado más allá del sol (centro del universo) más allá del Universo: en la eternidad, como dijimos en líneas anteriores. Por ello tan claramente lo expresa el evangelista cuando advierte que por la puerta estrecha (llena de dificultades) se llega a la vida, y pocos son los que atinan con ella. No es solamente que la puerta estrecha está llena de dificultades para ser descubierta y atravesada, sino que aun intentándolo después de descubierta, pocos atinan atravesarla. La puerta ancha, en cambio, es fácil de ver y de atravesar, muestra un sendero espacioso y sin dificultades; sin embargo, puerta y sendero conducen a la muerte, y son muchos los que por ella entran.

El símbolo de la puerta y el de la rueda confluyen con el símbolo del centro, que está en la rueda como el séptimo rayo, y el eje del mundo, si es sabido que la rueda es el símbolo más recurrente del Universo. La rueda es por ende, símbolo de la esfera terrestre porque en su representación horizontal, el diámetro que es su propio eje y los rayos que de dos en dos atraviesan ese centro, representan a su vez el movimiento del Universo o del mundo, según se quiera o de cualquier sistema de esferas móviles de la Creación. Por su centro que hace girar y no gira, que hace rotar y no rota, la rueda posibilita con su centro vertical e inmóvil, la ascensión hacia los estados superiores por la puerta estrecha fijada en ese único punto de salida de lo terrestre a lo celestial. La dificultad de la estrechez dificulta a su vez, el paso del estado inferior al superior a través del hilo conductor que del mismo modo que está en la rueda, también lo está en el árbol, el pilar central de la casa o la bóveda del templo, en la cima de la montaña, la escala de Jacob o el obelisco. La diferencia consiste en que estas otras salidas no representan por sí mismas la imagen cósmica del universo o del mundo, sino y solamente, una abertura para traspasar lo terrenal inferior hacia lo celestial superior. En el intento humano no interviene el séptimo rayo solar que posibilita, traspasando el sol por su centro, acceder a la eternidad verdadera, donde sólo Es el Creador.

Llegados a este punto, tócanos desentrañar en qué aspecto se puede relacionar a Jesús con los símbolos del centro, la rueda, los rayos solares y la puerta estrecha. Para abreviar y decirlo claramente: solamente una naturaleza divina como la de Jesús es capaz de descubrir sin tropiezo alguno la existencia de la puerta estrecha, atravesarla por el centro de la rueda que es el símbolo del Universo, y ascendiendo por el hilo conductor, dirigirse directamente hacia el centro del sol y atravesándolo en constante ascensión, acceder de pleno a la eternidad; es decir, acceder a Sí Mismo. Un ser de existencia terrenal no puede acceder a ese ámbito extracósmico a causa de su naturaleza terrena (informada), aunque le sea posible el acceso a estados superiores en el que desarrolla su existencia terrenal mas, nunca y aunque atraviese la puerta estrecha que conduce a tales estados superiores, será capaz de superar en su tránsito a través del hilo conductor, la densidad del cosmos y a través del centro del sol celestial (no astronómico), seguir más allá del sol accediendo a esa Eternidad Verdadera. Ese camino sólo puede ser recorrido por Dios. Esto, respecto a la resurrección de la naturaleza divina de Jesús; en cuanto al misterio de la ascensión de su cuerpo al extracosmos, allende el sol, lo tratamos en otro lugar 32.

 

NOTAS

(15) Timeo 28 c.

(16) René Guénon, La metafísica oriental, p. 33, ed. Olañeta.

(17) Génesis/Bereshit 28, 10-22.

(18) René Guénon, Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, p. 54.

(19) Idem nota anterior.

(20) Platón, Diálogo de Fedón, 71 b. Pregunta Sócrates a Cebes si tienen probado de un modo satisfactorio "¿que todo se produce así, que las cosas contrarias nacen de sus contrarios? A la respuesta afirmativa de Cebes, Sócrates continúa preguntando: "¿Y qué respondes ahora? ¿No hay en eso algo así como dos generaciones entre cada par de contrarios, una que va del primero al segundo y otra que va, a su vez, del segundo al primero? Entre una cosa mayor y una menor ¿no hay un aumento y una disminución? ¿Y no llamamos, en consecuencia, al primer acto aumentar y al segundo disminuir?" Cebes no duda en responder afirmativamente, a lo que Sócrates continúa con su mayéutica. "Y con respecto al descomponerse y al componerse, al enfriarse y al calentarse, y a todas las cosas que ofrecen una oposición semejante, aunque a veces tengamos nombres para denominarlas, no ocurre de hecho lo mismo en todas ellas necesariamente, que tienen su origen las unas en las otras y que la generación va mutuamente de cada una de ellas a su contraria?"

(21) Platón, Diálogo de Fedón, 70 c-d. "Y consideremos la cuestión de este modo: ¿tienen una existencia en el Hades las almas de los finados, o no? Pues existe una antigua tradición, que hemos mencionado, que dice que, llegadas de este mundo al otro las almas, existen allí y de nuevo vuelvan aquí, naciendo de los muertos. Y si esto es verdad, si de los muertos renacen los vivos, ¿qué otra cabe afirmar sino que nuestras almas tienen una existencia en el otro mundo?; pues, no podrían volver a nacer si no existieran. Y la prueba suficiente de que eso es verdad sería el demostrar de una manera evidente que los vivos no tienen otro origen que los muertos. Si esto no es posible, sería preciso otro argumento".

(22) Corintios I, 12, 27: "Vosotros sois, pues, el Cuerpo Místico de Cristo, y miembros unidos a otros miembros."

(23) Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, p. 148. ed. Paidós.

(24) Libro de Daniel 2, 36-45.

(25) Ver nota n° 16.

(26) Mateo 1, 22-23. En Lucas 1, 31, se repite el cambio de nombre. Los otros dos evangelistas no tratan lo relativo al nacimiento de Jesús.

(27) Acerca del simbolismo de la puerta estrecha, ver René Guénon Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, cap. XLI. Acerca del simbolismo de la rueda, ver ídem, pp. 54/60, 142/143, 202/204; Asimismo, Federico González La Rueda. Una imagen simbólica del Cosmos, ed. Symbolos 1986 y del mismo autor: Cosmogonía perenne: el símbolo de la rueda.

(28) Ver René Guénon, El simbolismo de la cruz, cap. XI y ss.

(29) Ver René Guénon, Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, cap. LXXIII. La parábola del grano de mostaza está contenida en el Evangelio de Mateo 13, 31-32; de Marcos 4, 30-33; de Lucas 12, 18-21.

(30) Ver nota n° 19.

(31) Cada Gran Año corresponde en la historia terrestre a los ciclos de precesión de los equinoccios. Esta precesión se origina por la atracción que el sol y la luna ejercen sobre el abultamiento del ecuador, y tiende a que el plano ecuatorial coincida con el de la elíptica de la tierra. Este movimiento de precesión está marcado por la influencia de la luna en un 68 % y del sol en un 32 %. A la velocidad que actualmente se efectúa la precesión, los equinoccios describirán la circunferencia completa de la elíptica en 25.790 años terrestres. A causa de la precesión, las longitudes de las estrellas aumentan proporcionalmente al tiempo transcurrido, mientras que las longitudes son poco afectadas. El efecto terrestre que produce es el de un movimiento retrógrado de los puntos equinocciales o de intersección del ecuador con la elíptica, lo que se traduce en una anticipación del comienzo de las estaciones.
      De lo dicho resulta que el Gran Año equivale a uno de los ciclos de la Manvántara, cuyo cálculo aproximado es de unos 26.000 años terrestres, bien entendido que cada Yuga tiene una duración distinta, de mayor a menor, como un embudo. Por eso, la última Yuga (en la que estamos) es la de más corta duración y que se agota su curso con mayor celeridad. Gráficamente, es como si fuera un embudo. El líquido de la parte superior tarda más tiempo es escurrirse por el agujero, que el líquido de la parte inferior, a causa del estrechamiento.

(32) Ver el capítulo: La Resurrección.