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 SERMON XVIII  Adolescens, tibi dico: surge. Nuestro Señor se dirigió a una
 ciudad, llamada Naím,
 y con El iban una muchedumbre y también los discípulos. Cuando llegó al
 portón [de la ciudad] estaban sacando de ahí a un joven muerto, hijo
 único de una viuda. Nuestro Señor se acercó y tocó el féretro
 donde yacía el muerto, y dijo: "Joven, yo te digo ¡levántate!".
 El joven se incorporó y en seguida comenzó a hablar gracias a [su
 inherente] semejanza [con el Verbo divino = Cristo], diciendo que
 había resucitado merced a la Palabra eterna (Lucas 7, 11 a 15).
 
 Ahora digo yo: "Él se dirigió a la
 ciudad". Esa ciudad es aquella
 alma que se halla bien ordenada y fortificada y protegida contra las
 imperfecciones y que ha excluido toda multiplicidad y se encuentra en
 armonía y bien fortalecida en la salvación por Jesús, mientras
 está amurallada y cercada por la luz divina. Por eso dice el profeta: "Dios
 es un muro alrededor de Sión" (Cfr. Isaías
 26, 1). Dice la eterna Sabiduría: "Pronto descansaré de nuevo en la ciudad
 bendecida y santificada" (Eclesiástico 24, 15). Nada descansa ni une
 tanto como lo semejante; por ende, todo lo semejante se halla adentro
 y cerca y al lado. Es bendita aquella alma en la cual se encuentra
 sólo Dios y donde ninguna criatura logra [su] descanso. Por eso dice:
 "Pronto descansaré de nuevo en la ciudad bendecida y santificada".
 Toda santidad proviene del Espíritu Santo. La naturaleza no salta por
 encima de nada; siempre comienza a obrar en la parte más baja y sigue
 obrando así hasta llegar a lo más elevado. Dicen los maestros que el
 aire, si primero no se ha vuelto enrarecido y caliente, nunca se
 convierte en fuego. El Espíritu Santo toma al alma y la purifica en
 la luz y en la gracia y la atrae hacia arriba hasta lo altísimo. Por
 eso dice : "Pronto descansaré de nuevo en la ciudad santificada".
 Cuanto descansa el alma en Dios, tanto descansa Dios en ella. Si ella
 descansa [sólo] en parte en Él, Él descansa [sólo] en parte en ella; si ella
 descansa totalmente en El, El descansa totalmente en ella. Por eso dice la Sabiduría eterna: "Pronto
 descansaré de nuevo".
 
 Dicen los maestros que en el arco iris los colores amarillo
 y verde se unen el uno al otro tan parejamente que no hay ningún ojo
 dotado de vista tan aguda que sea capaz de percibir [la transición];
 tan parejamente obra la naturaleza, y se parece con ello al primer
 efluvio violento, al cual los ángeles todavía se asemejan en forma
 tal que Moisés no se animó a escribir sobre ello a causa de la
 [poca] comprensión de la gente imperfecta, para que no adorasen a
 ellos [=los ángeles]: tanto se asemejan al primer efluvio violento.
 Dice un maestro muy eminente que el ángel supremo de los
 espíritus [=inteligencias] se halla tan cerca del primer efluvio
 violento y encierra en sí una parte tan grande de la semejanza divina
 y del poder divino que él creó todo este mundo y además todos los
 ángeles que se encuentran por debajo de él. Esta [idea] encierra la
 buena enseñanza de que Dios es tan alto y tan puro y tan simple que
 influye en su criatura más elevada de modo tal que ella obra
 [revestida] de su poder, así como un trinchante obra como apoderado
 del rey y gobierna su país. Dice: "Pronto descansaré de nuevo en la
 ciudad santificada y bendecida".
 
 El otro día dije que la puerta por donde Dios se derrite hacia fuera,
 es la bondad. [El] ser, empero, es aquello que se conserva dentro de
 sí mismo y no se derrite hacia fuera; al contrario, se derrite hacia
 dentro. Por otra parte, es [una] unidad aquello que se mantiene en sí
 mismo como uno solo, separado de todas las cosas sin comunicarse hacia
 fuera. [La] bondad, empero, es aquello donde Dios se derrite hacia
 fuera comunicándose a todas las criaturas. [El] ser es el Padre, [la]
 unidad es el Hijo junto con el Padre, [la] bondad el Espíritu Santo.
 Ahora bien, el Espíritu Santo toma al alma, "la ciudad
 santificada", en [su punto] más puro y elevado y la alza hasta su
 origen, este es el Hijo, y el Hijo continúa llevándola hasta su
 origen, este es el Padre, en el fondo, en lo primigenio donde el Hijo
 tiene su esencia, allí donde la eterna Sabiduría "pronto
 descansará de nuevo en la ciudad bendecida y santificada", o sea, en
 lo más íntimo.
 
 Ahora dice: "Nuestro Señor se dirigió a la ciudad de Naím". "Naím"
 quiere decir lo mismo que "hijo de la paloma" y significa
 simplicidad. El alma no ha de descansar jamás en la fuerza potencial
 hasta que llegue a ser totalmente una en Dios. [Naím] quiere decir
 también "un caudal de agua" y significa que el hombre ha de
 mantenerse inmóvil frente a los pecados e imperfecciones. "Los
 discípulos" son la luz divina que debe fluir copiosamente en el
 alma. "La muchedumbre", éstas son las virtudes de las que hablé el
 otro día. El alma tiene que ascender con ardientes ansias y
 sobrepasar en las grandes virtudes buena parte de la dignidad de los
 ángeles. Allá se llega al "portón", es decir, [se entra] en el
 amor y la unidad, [o sea] "el portón" por donde se sacaba al
 muerto, el joven, hijo de una viuda. Nuestro Señor se acercó y tocó
 [el féretro] donde yacía el muerto. Paso de alto cómo se acercó y
 cómo tocó, pero no que dijo: "¡Incorpórate, joven!"
 
 Era el hijo de una viuda. El marido estaba muerto, de ahí que
 también el hijo estuviera muerto. El único hijo del alma, esto es la
 voluntad y lo son todas las potencias del alma; ellas son todas uno en
 lo más íntimo del entendimiento. [El] entendimiento, en el alma es
 el marido. Puesto que el marido está muerto, también está muerto
 el hijo.
 
 A este hijo muerto le dijo Nuestro Señor: "¡Te digo, joven,
 levántate!" El Verbo eterno y el Verbo vivo en el cual viven todas
 las cosas y que sostiene todas las cosas, infundió vida al muerto, y
 éste "se incorporó y comenzó a hablar". Cuando la Palabra habla
 dentro del alma y el alma contesta en medio de la Palabra viva,
 entonces el Hijo cobra vida en el alma.
 
 Los maestros preguntan ¿qué es lo que es mejor: [el] poder de
 las hierbas o [el] poder de las palabras o [el] poder de las piedras?
 Hay que reflexionar sobre qué es lo que se elige. Las hierbas tienen
 gran poder. Oí decir que una víbora y una comadreja luchaban entre
 ellas. Entonces la comadreja se alejó corriendo y buscó una hierba y
 la envolvió en otra cosa y arrojó la hierba sobre la víbora y ésta
 reventó y [ahí] yacía muerta. ¿Qué le habrá dado semejante
 inteligencia a la comadreja? El hecho de estar enterada del poder de
 la hierba. En esto reside realmente una gran sabiduría. También
 [las] palabras tienen gran poder; uno podría obrar milagros con
 palabras. Todas las palabras deben su poder al Verbo primigenio.
 También [las] piedras tienen gran poder a causa de la igualdad que
 producen en ellas las estrellas y la fuerza del cielo. Sí, pues, lo
 igual es tan poderoso en lo igual, el alma debe levantarse a su luz
 natural hacia lo más elevado y puro y entrar así en la luz
 angelical, llegando con la luz angelical a la luz divina, y así ha de
 estar parada por entre las tres luces en el cruce de caminos, [allá]
 en las alturas donde se encuentran las luces. Allá habla el Verbo
 eterno infundiéndole la vida; allá el alma cobra vida y da su
 respuesta dentro del Verbo.
 Que Dios nos ayude para que nosotros también lleguemos
   a responder dentro del Verbo. Amén.
 
 SERMON XXXHoy y mañana se lee una palabrita con respecto a Santo Domingo,
 mi patrono, y San Pablo la escribe en la Epístola, y en lengua vulgar
 reza así: "¡Predica la palabra, enúnciala, sácala afuera,
 prodúcela y da a luz a la palabra!" (Cfr. 2 Timoteo 4, 2).
 Praedica verbum, vigila, in omnibus labora.
 
 
 Es muy extraño el hecho de que algo emane y, sin embargo, permanezca
 adentro. El que la palabra emane y, sin embargo, permanezca adentro,
 es muy extraño; el que todas las criaturas emanen y, sin embargo,
 permanezcan adentro, es muy extraño; lo que Dios ha dado y ha
 prometido dar, es muy extraño, y es incomprensible e increíble. Y
 está bien que así sea; pues, si fuera comprensible y creíble, no
 estaría bien. Dios se halla en todas las cosas. Cuanto más está
 dentro de las cosas, tanto más está fuera de las cosas: cuanto más
 adentro, tanto más afuera, y cuanto más afuera, tanto más adentro.
 Ya he dicho varias veces que en este instante [nž] Dios crea todo el
 mundo. Todo lo creado alguna vez por Dios, hace seis mil y más años,
 cuando hizo el mundo, Dios lo está creando ahora todo junto. Él se
 halla en todas las cosas pero, en cuanto Dios es divino y Dios es
 razonable, no se encuentra en ninguna parte con tanta propiedad como
 en el alma y en el ángel, si quieres, en lo más entrañable del alma
 y lo más elevado del alma. Y cuando digo: "lo más entrañable" me
 refiero a lo más elevado, y cuando digo "lo más elevado" me
 refiero a lo más entrañable del alma. En lo más entrañable y en lo
 más elevado del alma: ahí los concibo a ambos juntos en uno solo.
 Allí donde nunca entró el tiempo, en donde nunca cayó el brillo de
 una imagen, en lo más entrañable y lo más elevado del alma, crea
 Dios todo este mundo. Todo cuanto creó Dios hace seis mil años,
 cuando hizo el mundo, y todo cuanto Dios habrá de crear luego de mil
 años –con tal de que el mundo exista durante todo ese tiempo– lo
 crea Dios en lo más entrañable y lo más elevado del alma. Todo lo
 pasado y todo lo presente y todo lo futuro, lo crea Dios en lo más
 entrañable del alma. Todo cuanto obra Dios en todos los santos, lo
 obra en lo más entrañable del alma. El Padre engendra a su Hijo en
 lo más entrañable del alma, y te engendra a ti junto con su Hijo
 unigénito [y] no [en condición] inferior. Si he de ser hombre, tengo
 que ser hijo dentro del mismo ser en que Él es Hijo y en ningún
 otro. Si he de ser hombre, no puedo ser hombre dentro del ser de
 ningún animal, he de ser hombre dentro del ser de un hombre. Mas, sí
 he de ser este hombre [determinado], he de serlo dentro de esta
 naturaleza [determinada]. Ahora bien, San Juan dice: "Sois hijos de
 Dios" (Cfr. 1 Juan 3, 1).
 
 "¡Di la palabra, enúnciala, sácala afuera, prodúcela y da a luz a
 la palabra!" "¡Enúnciala!" Lo hablado desde fuera hacia dentro,
 es cosa burda; mas [aquella palabra] se pronuncia adentro.
 "¡Enúnciala!", esto quiere decir: Date cuenta de que esto se halla
 dentro de ti. Dice el profeta: "Dios dijo una cosa y yo
 escuché dos" (Cfr. Salmo 61,12). Es verdad: Dios nunca dijo sino una
 sola cosa. Su dicho no es sino uno solo. En este único dicho
 pronuncia a su Hijo y al mismo tiempo al Espíritu Santo y a todas las
 criaturas y, no obstante, no hay sino un solo dicho en Dios. Mas el
 profeta dice: "Escuché dos", esto quiere decir, escuché a Dios y a
 las criaturas. Allí donde Dios las pronuncia [= a las criaturas],
 allí es Dios; mas aquí [= en esta tierra] es criatura. La gente se
 imagina que Dios sólo se había hecho hombre allí [en su
 Encarnación histórica]. No es así, pues Dios [aquí] se ha hecho
 hombre lo mismo que allí, y se hizo hombre a fin de engendrarte a ti
 como a su Hijo unigénito y no [en condición] inferior.
 
 Ayer estaba sentado en un lugar y dije una palabra que se halla en el
 Padrenuestro y que reza:
 
 "¡Hágase tu voluntad!" (Mateo 6,10). Mas sería mejor: "¡Hágase
 tuya [la] voluntad!"; para que mi voluntad llegue a ser su voluntad,
 que yo llegue a ser El: esto es lo que quiere decir el Padrenuestro.
 
 Esta palabra tiene dos significados. Uno es: "¡Duerme frente a todas
 las cosas!", quiere decir, que no habrás de saber nada ni del tiempo
 ni de las criaturas ni de las representaciones... Dicen los maestros:.
 Si un hombre dormido profundamente durmiera cien años, no sabría
 nada de criatura alguna, ni de tiempo ni de imágenes... y entonces
 podrás percibir qué es lo que Dios obra en ti. Por eso dice el alma
 en El Libro de Amor: "Duermo y mí corazón está de vigilia"
 (Cantar de los Cant. 5, 2). Por lo tanto, sí todas las criaturas
 duermen en tu interior, podrás percibir qué es lo que Dios obra
 dentro de ti.
 
 La palabra: "¡Esfuérzate en todas las cosas!" abarca [a su vez]
 tres significados. Quiere decir más o menos lo siguiente: ¡Obra tu
 provecho en todas las cosas!, esto significa: ¡Aprehende a Dios en
 todas las cosas!, porque Dios se halla en todas las cosas. Dice San
 Agustín: "Dios creó a todas las cosas [y esto] no en el sentido de
 que haya hecho que llegaran a ser mientras Él siguiera por su camino,
 sino que ha permanecido dentro de ellas". La gente se imagina que
 tiene más cuando tiene las cosas junto con Dios, que en el caso de
 que tenga a Dios sin las cosas. Pero, en esto se equivocan; porque
 todas las cosas agregadas a Dios no son más que Dios solo; y si
 alguien, teniendo al Hijo y junto con El al Padre, se imaginara que
 tenía más que en el caso de tener al Hijo sin el Padre, estaría
 equivocado. Porque el Padre junto con el Hijo no es más que el Hijo
 solo, y el Hijo con el Padre tampoco es más que el Padre solo. Por
 eso, toma a Dios en todas las cosas: ésta es una señal de que te ha
 engendrado como a su Hijo unigénito y no [en condición] inferior.
 
 El segundo significado es el siguiente: ¡Obra tu provecho en todas
 las cosas! o sea: "¡Amarás a Dios más allá de todas las cosas y a
 tu prójimo como a ti mismo!" (Cfr. Lucas 10, 27), y éste es un
 mandamiento [dado] por Dios. Mas, yo digo que no sólo es un
 mandamiento sino que Dios, también, lo ha regalado y prometido
 regalarlo. Si prefieres cien marcos tuyos a los de otro, haces mal. Si
 prefieres una persona a otra, haces mal; y si amas más a tu padre y a
 tu madre y a ti mismo que a otra persona, haces mal; y si prefieres la
 bienaventuranza tuya a la de otro, haces mal. "¡Líbreme Dios!
 ¿Qué estáis diciendo? ¿No he de preferir la bienaventuranza mía a
 la de otro?" Hay muchas personas letradas que no comprenden tal cosa
 y les parece muy difícil; mas no es difícil, es fácil. Te mostraré
 que no es difícil. Mirad: la naturaleza persigue dos finalidades con
 cada miembro para que opere en el hombre. La primera finalidad que el
 [miembro] persigue en sus obras, consiste en servir al cuerpo en su
 totalidad y luego, a cada miembro, por separado, tal como a sí mismo,
 y no menos que a sí mismo, y en sus obras no se refiere más a sí
 mismo que a otro miembro. Esto tiene mucha mayor validez para [la
 esfera de] la gracia. Dios debe ser la regla y el fundamento de tu
 amor. La intención primaria de tu amor debe dirigirse puramente hacia
 Dios y luego hacía tu prójimo como a ti mismo y no menos que a ti
 mismo. Y si amas la bienaventuranza tuya más que la de otro, está
 mal hecho; pues, si amas la bienaventuranza más en ti que en otro, te
 amas a ti mismo. Donde te amas a ti, Dios no constituye tu amor puro,
 y eso está mal hecho. Porque, si amas la bienaventuranza de San Pedro
 y de San Pablo como en ti mismo, posees la misma bienaventuranza que,
 también, tienen ellos. Y si amas la bienaventuranza en los ángeles
 tanto como en ti mismo, y si amas la bienaventuranza de Nuestra
 Señora tanto como en ti, gozas de la misma bienaventuranza,
 propiamente dicha, que ella misma; te pertenece lo mismo a ti que a
 ella. Por eso se dice en El Libro de la Sabiduría: "Lo hizo similar
 a sus santos" (Eclesiástico 45, 2).
 
 El tercer significado de: ¡Obra tu provecho en todas las cosas! es
 éste: ¡Amarás a Dios de la misma manera en todas las cosas!; esto
 quiere decir: Ama a Dios tan gustosamente en [la] pobreza como en [la]
 riqueza, y tenle tanto amor en [la] enfermedad como en [la] salud;
 ámalo tanto en [la] tentación como sin tentación y en [el]
 sufrimiento como sin sufrimiento. Ah sí, cuanto mayor [el]
 sufrimiento, tanto menor [el] sufrimiento; [es] como dos baldes:
 cuanto más pesado [es] el uno, tanto más liviano [es] el otro, y
 cuanto más sacrifica el hombre, tanto más fácil le resulta el
 sacrificio. A un hombre que ama a Dios, le resultaría tan fácil
 renunciar a todo este mundo como a un huevo. Cuanto más sacrifica,
 tanto más fácil le resulta el sacrificio, como [fue con] los
 apóstoles: cuanto más pesados eran [sus] sufrimientos, con tanta
 más facilidad los soportaban (Cfr. Hechos 5,41).
 
 "¡Esfuérzate en todas las cosas!" quiere decir [finalmente]: Donde
 te encuentras [centrado] en múltiples cosas y en otra parte que no
 sea el ser desnudo, puro, simple, ahí pon tu empeño, quiere decir:
 "¡Esfuérzate en todas las cosas!"... "cumpliendo con tu
 ministerio" (Cfr. 2 Tim. 4, 5). Esto equivale a decir: ¡Levanta tu
 cabeza!, lo cual tiene dos sentidos. El primero es: Despójate de todo
 lo tuyo y entrégate a Dios, entonces Dios te pertenecerá tal como se
 pertenece a sí mismo y El es Dios para ti como es Dios para sí mismo
 y nada menos. Aquello que es mío, no lo he obtenido de nadie. Pero,
 si lo he recibido de alguien, no es mío, sino que pertenece a aquel
 de quien lo he recibido. El segundo significado es: ¡Levanta tu
 cabeza!, esto es: ¡Dirige todas tus obras hacia Dios! Hay mucha gente
 que no lo comprende y no me parece sorprendente; porque el hombre que
 ha de comprenderlo, debe estar muy apartado de todas las cosas y muy
 por encima de ellas.
 
 Que Dios nos ayude para que lleguemos a esta perfección. Amén.
 
 
 SERMON LVII
 Vidi civitatem sanctam Ierusalem novam descendentem de
 caelo a domino etc.
 San Juan vió "una ciudad" (Apocalipsis 21, 2).
 Una "ciudad" significa dos cosas. Primero: que está fortificada de
   modo que nadie puede dañarla; segundo: la armonía entre la gente.
 "Esa ciudad no tenía oratorio, Dios mismo era el templo. No se
   necesita ninguna luz, ni del sol ni de la luna; la claridad de Nuestro
   Señor la ilumina" (Apocalipsis 21, 22 s.).
 
 Esa "ciudad" significa cualquier alma espiritual, según dice San
   Pablo: "El alma es un templo de Dios" (Cfr. 1 Cor. 3, 16), y
   es tan fuerte, de acuerdo con lo dicho por San Agustín, que nadie
   puede dañarla, a no ser que ella misma se haga daño por capricho.
 
 En primer lugar, uno debe fijarse en la paz que ha de reinar en el
   alma. Por eso, se la llama "Jerusalén". San Dionisio dice: "La paz divina atraviesa y ordena y termina todas las cosas; y si la
   paz no lo hiciera, todas las cosas se desparramarían y no habría
   orden en ellas"... En segundo lugar: la paz hace que las criaturas se
   viertan y fluyan por amor y no para dañar... En tercer lugar hace que
   las criaturas se vuelvan serviciales unas con otras de manera que
   mutuamente se den estabilidad. Aquello que una no puede tener por sí misma,
   lo recibe de otra. Por ello, una criatura proviene de otras... En cuarto lugar
   hace que [las criaturas] se vuelvan a plegar otra vez
   hasta su primer origen, es decir: hasta Dios.
 
 El otro [significado se ve] cuando afirma que la "ciudad" es
 "santa". San Dionisio dice que [la] "santidad es pureza
   total, libertad y perfección". [La] pureza reside en que el hombre
   se halla apartado de los pecados; este hecho libera al alma. El
   deleite y la alegría máximos que existen en el cielo, se constituyen
   en [la] semejanza; y si Dios entrara en el alma y ella no fuera
   semejante a El, ese hecho la atormentaría, pues San Juan dice: "Quien comete el pecado, es siervo del pecado" (Juan 8, 34). Podemos
   afirmar de los ángeles y de los santos que son perfectos, pero de los
   santos no en sentido pleno, ya que todavía abrigan amor a sus cuerpos
   que yacen aún en cenizas; solamente en Dios hay completa perfección.
   Me sorprende que San Juan alguna vez haya osado decir que existen tres
   personas [divinas] a no ser que lo haya visto en el espíritu: cómo
   el Padre, con toda perfección, se vierte en el Hijo en el nacimiento,
   y se vierte con bondad en el Espíritu Santo como en [un flujo de]
   amor.
 
 En segundo término: "santidad" significa "aquello que ha sido
   tomado de la tierra". Dios es un algo y un ser puro, y el pecado es
   [la] nada y aleja de Dios. Dios creó a los ángeles y al alma de
   acuerdo con un algo, quiere decir, de acuerdo con Dios [= a su
   imagen]. El alma fue creada como a la sombra del ángel y, sin
   embargo, ellos comparten una naturaleza común; y todas las cosas
   corpóreas fueron creadas de acuerdo con [la] nada y distanciadas de
   Dios. El alma, por el hecho de que se derrama sobre el cuerpo, es
   oscurecida y hace falta que, junto con el cuerpo, sea elevada
   nuevamente hacia Dios. Cuando el alma está libre de las cosas
   terrestres, entonces es "santa". Mientras Zaqueo se hallaba al nivel
   de la tierra, no podía ver a Nuestro Señor (Cfr. Lucas 19, 2 a 4).
   San Agustín dice: "Si el hombre desea volverse puro, que deje
   las cosas terrestres". Ya he dicho varias veces que el alma no puede
   volverse pura si no es empujada otra vez a su pureza primigenia, tal
   como Dios la creó; del mismo modo, que no se puede hacer oro del
   cobre que se afina por el fuego dos o tres veces, a no ser que uno lo
   haga retroceder a su naturaleza primigenia. Porque todas las cosas que
   se derriten por el calor o se endurecen por el frío, tienen una
   naturaleza totalmente acuosa. Por lo tanto, hay que hacerlas
   retroceder del todo al agua, privándolas por completo de la
   naturaleza en que se encuentran en este momento; de tal manera, el
   cielo y el arte prestan auxilio para que [el cobre] sea transformado
 íntegramente en oro. Es cierto que [el] hierro se compara con [la]
   plata, y [el] cobre con [el] oro: [pero] cuanto más se lo compara [el
   uno con el otro], sin privarlo [de su naturaleza], tanto mayor es la
   equivocación. Lo mismo sucede con el alma. Es fácil señalar las
   virtudes o hablar de ellas; pero, para poseerlas en verdad, son muy
   raras.
 
 En tercer término dice que esa "ciudad" es "nueva".
         "Nuevo" se
     llama aquello que no está ejercitado o se halla cerca de su comienzo.
     Dios es nuestro comienzo. Cuando estamos unidos a El, nos tornamos
 "nuevos". Alguna gente, por necia, se imagina que Dios habría
 hecho eternamente, o retenido en Él mismo, las cosas que vemos ahora,
 y que las dejaría salir a luz en el tiempo. Debemos entender que la obra
     divina no implica trabajo, según quiero explicaros: Yo estoy parado
     aquí, y si hubiera estado parado aquí hace treinta años,
     y si mi rostro hubiese estado desembozado sin que nadie lo hubiera visto,
     yo
     habría estado aquí lo mismo. Y si se tuviera a mano un espejo
     y lo colocaran delante de mí, mi rostro se proyectaría y configuraría
     en
 él sin trabajo mío; y si ello hubiera sucedido ayer, sería
 nuevo, y otra vez, [si fuera] hoy, sería más nuevo todavía,
 y lo mismo luego de treinta años o en la eternidad, sería [nuevo]
 eternamente;y si hubiera miles de espejos, sería sin trabajo mío.
 Así [también]
     Dios contiene en Sê, eternamente, todas las imágenes, [y esto] no
     como alma o como cualquier criatura, sino como Dios. En El no hay nada
     nuevo ni imagen alguna, sino que –tal como he dicho del espejo– en
     nosotros es tanto nuevo como eterno. Cuando el cuerpo está preparado,
     Dios le infunde el alma y la forma de acuerdo con el cuerpo, y ella
     tiene semejanza con él y a causa de esta semejanza, amor [por él].
     Por eso no existe nadie que no se ame a sí mismo; se engañan
     a sí
     mismos quienes se imaginan que no se quieren a sí mismos. Deberían
     odiarse y [ya] no podrían existir. Debemos amar correctamente las
     cosas que nos conducen a Dios; sólo esto es amor junto con el amor
     divino. Si mi amor se cifrara en atravesar el mar, y me gustara tener
     un barco, ello sería tan sólo porque desearía estar
     allende el mar; y cuando hubiera logrado cruzar el mar, el barco ya no me
     haría
     falta. Dice Platón: Qué es lo que es Dios, no lo sé –y
     quiere decir: El alma, mientras se encuentra en el cuerpo, no puede
     conocer a Dios– pero lo que no es, lo sé bien, como se puede
     observar en el sol cuyo brillo no lo puede aguantar nadie, a no ser
     que primero sea envuelto en el aire y que luego alumbre así la
     tierra. San Dionisio dice: "Si la luz divina ha de alumbrar
     mi fuero íntimo, tiene que estar insertada [en él] tal como
     está
     insertada mi alma [en el cuerpo]. El dice también: La luz divina
     aparece en cinco clases de personas. Las primeras no la recogen. Son
     como los animales, incapaces de recibir, como se puede ver en un
     símil. Si me acercara al agua y -ésta estuviera revuelta y
     turbia, no podría ver en ella mi cara a causa del desnivel [de la
     superficie del agua]... A los segundos se les hace visible sólo un
     poco de luz, como [por ejemplo] el destello de una espada cuando alguien
     la está
     forjando... Los terceros reciben más [de la luz divina], [algo así]
     como un fuerte destello que ora es luz y ora oscuridad; son todos
     aquellos que reniegan de la luz divina, [cayendo] en pecado... Los
     cuartos reciben más todavía de ella; pero a veces los elude
     [Dios con su luz], sólo para incitarlos y ampliar sus anhelos. Es
     cierto, si alguien quisiera llenar el regazo de cada uno de nosotros, cada
     cual ensancharía su regazo para poder recibir mucho. Agustín:
     Quien quiere recibir mucho, que amplíe su anhelo... Los quintos
     reciben una gran luz, como si fuera de día, y, sin embargo, es como
     si se hubiera colado por una fisura. Por eso dice el alma en El
     Libro de Amor: "Mi amado me ha mirado a través de una fisura;
     [y] su rostro era agraciado" (Cfr. Cantar de los Cant. 2, 9 y 14).
     Por ello dice también San Agustín: "Señor,
     tú das a veces
     una dulzura tan grande que, si ella se hiciera completa [y] esto no
     fuera el reino de los cielos, yo no sabría qué es el reino
     de los cielos". Un maestro dice: Quien quiere conocer a Dios
     sin estar adornado con obras divinas, será echado atrás hacia
     las cosas malas. Mas ¿no hace falta ningún medio para conocer
     a Dios por completo?... Ah sí, de esto habla el alma en El Libro
     de Amor: "Mi amado me miraba a través de una ventana" (Cantar
     de los Cant. 2, 9) –esto quiere decir: sin impedimento–, "y
     yo lo percibía,
     estaba parado cerca de la pared" –esto quiere decir: cerca del
     cuerpo que es decrépito–, y dijo: "¡Ábreme,
     amiga mía!" (Cantar 5, 2), esto quiere decir: Ella me
     pertenece por completo en el amor porque "El es para mí, y yo
     soy sólo para él" (Cfr. Cant. 2, 16); "paloma mía" (Cantar
     2, 14) –esto quiere decir: en el anhelo–, "hermosa mía" –esto
     quiero decir: en la obras– , "¡Levántate rápido
     y ven hacia mí! El frío ha pasado!" (Cfr. Cant. 2, 10 y 11) por
     el cual mueren todas las cosas; por otra parte, todas las cosas viven por
     el calor. "Ha
     desaparecido la lluvia" (Cantar 2,11) –esta es la concupiscencia de
     las cosas perecederas–. "Las flores han brotado en nuestra tierra
 " (Cantar 2, 12) –las flores son el fruto de la vida eterna–.
 "¡Vete, aquilón que resecas!" (Cantar 4,16) –con ello
 Dios le manda a la tentación que ya no estorbe al alma–. "¡Ven,
 auster y sopla por mi jardín para que mis aromas se desparramen! " (Cfr.
 Cant. 4, 16) –con ello Dios le ordena a toda la perfección que
 se adentre en el alma.   SERMON LVIII  Qui mihi ministrat, me sequatur, et ubi ego sum, illic et minister
       meus erit.         Estas palabras las dijo Nuestro Señor Jesucristo: "Quien
       me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará mi
       servidor junto conmigo" (Cfr. Juan 12, 26).          En estas
   palabras se pueden notar tres cosas. Una consiste en que se debe
   seguir y servir
   a Nuestro Señor por cuanto Él dice: "Quien me
   sirve, que me siga". Por ello, las palabras vienen a propósito
   para San Segundo, [cuyo nombre] dice lo mismo que "el que
   sigue a Dios",
    pues él
    [San Segundo] dejó [sus] bienes y vida y todo por amor de Dios. Así,
    todos cuantos quieren seguir a Dios, habrán de dejar cuanto puede
    ser un estorbo para [su trato] con Dios. Dice Crisóstomo: Estas
    son palabras duras para quienes se inclinan hacia este mundo y las cosas
    corpóreas,
    las cuales, para ellos, son una posesión muy dulce y [les es] difícil
    y amargo dejarlas. En esto se puede ver lo difícil que resulta a algunas
    personas, que no conocen las cosas espirituales, renunciar a las materiales.
    Como ya he dicho varias veces: ¿Por qué no les gustan las cosas
    dulces a los oídos lo mismo que a la boca?... Porque no están
    hechos para ello. Por la misma razón, el hombre carnal no conoce las
    cosas espirituales, ya que no tiene la disposición correspondiente.
    En cambio, a un hombre conocedor que conoce las cosas espirituales, le resulta
    fácil dejar todas
    las cosas corpóreas. San Dionisio dice que Dios pone en venta
    su reino de los cielos; y no hay cosa de tan poco valor como el reino de
    los cielos cuando está en venta, y nada es tan noble y su posesión
    hace tan feliz con tal de que se lo tenga merecido. Se dice que es de poco
    valor porque se le ofrece a cada cual por cuanto él sea capaz de procurar.
    Por ello, el hombre ha de dar todo cuanto posee a trueque del reino de los
    cielos:
    [en especial] su propia voluntad. Mientras conserva algo de su propia voluntad,
    no tiene merecido el reino de los cielos. A quien renuncia a si mismo y a
    su propia voluntad, le resulta fácil dejar todas las cosas materiales.
    Como ya he narrado varias veces que un maestro le enseñó a
    su discípulo
    cómo podía llegar a conocer las cosas espirituales. Entonces
    dijo el discípulo: "Maestro, tu instrucción me ha enaltecido
    y sé que todas las cosas materiales son como un barquito que se mece
    en el mar, y como un pájaro que vuela por el aire". Porque todas
    las cosas espirituales están por encima de las materiales; cuanto
    más
    elevadas están, tanto más se extienden y van comprendiendo
    a las cosas materiales.  Por eso, las cosas
         materiales son pequeñas frente a las espirituales; y cuanto más
         sublimes son las cosas espirituales, tanto más grandes son; y cuanto
         más vigorosas son en las obras, tanto más puras son en [su] esencia.
         Lo he dicho también varias veces y es cierto y un enunciado
         verdadero: Si un hombre estuviera muriendo de hambre y si se le
         ofreciese la mejor de las comidas, sin que hubiera en ella semejanza
         con Dios, él, antes de probar o gustar [la comida], se moriría de
         hambre. Y, si el hombre sintiera un frío mortal y se le ofreciese
         cualquier clase de vestimenta, sin que en ella hubiera semejanza con
         Dios, él no podría echarle mano ni ponérsela. Esto se refiere al
         primer [punto] de cómo hay que dejar todas las cosas y seguir a Dios
         [= Cristo]. 
 Segundo: de qué manera debemos servir a Nuestro Señor. San Agustín dice: "Un servidor leal es aquel que no busca en todas sus obras nada
         más que sólo la gloria de Dios". El señor David dice
         también: "Dios es mi Señor, quiero servirlo" (Cfr. Josué 24, 18 y
         24), porque El me ha servido y en todos sus servicios no me
         necesitaba, sino [que lo ha hecho] sólo para provecho mío; así he
         de servirlo yo por mi parte, buscando únicamente su gloria. Otros
         señores no proceden así; buscan su propio provecho al prestar[nos]
         servicios, porque nos sirven sólo para aprovecharse de nosotros. Por
         eso, no estamos obligados a prestarles grandes servicios; la
         retribución ha de ser proporcional a la magnitud y nobleza del
         servicio.
 
 El tercer [punto] consiste en que nos fijemos en esa recompensa, [o
         sea] en lo que dice Nuestro Señor: "Donde estoy yo, habrá de estar
         conmigo mi servidor" (Cfr. Juan 12, 26). ¿Dónde se halla la morada
         de Nuestro Señor Jesucristo? Ella se encuentra en el ser-uno con su
         Padre. Es una recompensa demasiado grande el que todos cuantos lo
         sirven, habrán de habitar en unión con Él. Por eso dijo San Felipe,
         cuando Nuestro Señor hablara de su Padre: "Señor, muéstranos a tu
         Padre y nos basta" (Cfr. Juan 14, 8), como sí quisiera decir que le
         bastaba la [mera] visión. Debemos sentirnos mucho más contentos
         [empero] por habitar en unión con El. Cuando Nuestro Señor se
         transfigurara en la montaña y les mostrara un símil de la claridad
         que hay en el cielo, San Pedro pidió también a Nuestro Señor que
         permanecieran allí eternamente (Cfr. Mateo 17, 1 a 4; Marcos 9, 1 a
         4; Lucas 9, 28 a 33). Deberíamos tener un anhelo desmedidamente
         grande de [llegar a] la unión con Nuestro Señor [y] Dios. Esta
         unión con Nuestro Señor [y] Dios se ha de conocer sobre la base de
         la siguiente instrucción: Así como Dios es trino en las personas,
         así es uno por naturaleza. De ese modo hay que comprender también la
         unión de Nuestro Señor Jesucristo con su Padre y con el alma. Así
         como se distingue entre [el] blanco y [el] negro –el uno no puede
         tolerar al otro, el blanco no es negro– así sucede [también] con
         [el] algo y [la] nada. Nada es aquello que no puede tomar nada de
         nada; algo es aquello que recibe algo de algo. Exactamente así sucede
         con Dios: aquello que es algo, se halla siempre en Dios; allí no
         falta nada de ello. Cuando el alma es unida a Dios, tiene en El todo
         cuanto es algo, en su entera perfección. Allí, el alma se olvida de
         sí misma –tal como es en sí misma– y de todas las cosas y se
         reconoce como divina en Dios, por cuanto Dios se halla en ella; y
         hasta ese punto se ama en El a sí misma como divina y se halla unida
         con El sin diferenciación de modo que no goza ni se alegra de nada a
         excepción de El. ¿Qué más quiere apetecer o saber el hombre cuando
         se halla unido con Dios con tanta felicidad? Dios creó al hombre para
         esta unión. Cuando el señor Adán infringiera el mandamiento, fue
         expulsado del paraíso. Entonces, Nuestro Señor colocó delante del
         paraíso a dos custodios: un ángel y una espada llameante que era de
         doble filo (Cfr. Génesis 3,23 ss.). Esto significa dos cosas mediante
         las cuales el hombre puede volver al cielo así como cayó de él. La
         primera: por medio de la naturaleza del ángel. San Dionisio dice: "La
         naturaleza angelical significa lo mismo que la revelación
         de la luz divina". Con los ángeles, [y] por medio de los ángeles y
         la luz [divina], el alma ha de dirigirse otra vez hacia Dios hasta que
         retorne al origen primigenio... Segundo: por medio de la espada
         llameante, esto quiere decir que el alma ha de volver por medio de
         obras buenas y divinas, hechas con amor ardiente por Dios y el hermano
         en Cristo.
 Que Dios nos ayude para que esto nos suceda. Amén.
 SERMON LIX
 El profeta Daniel dice: Te seguimos...
 
 El profeta Daniel dice: "Te seguimos de todo corazón y te tememos y
   buscamos tu rostro" (Daniel 3, 41).
 Esta sentencia cuadra bien con lo que dije ayer:
 "Lo llamé y lo invité y lo atraje, y el espíritu de la sabiduría
     ha entrado en mi fuero íntimo, y lo he apreciado más que todos los
     reinos y [el] poder y [el] dominio, y más que [el] oro y [la] plata,
     y más que [las] piedras preciosas, y en comparación con el espíritu
     de la sabiduría he considerado todas las cosas como grano de arena y
     fango y nada" (Sabiduría 7, 7 a 9). Constituye evidente señal de
     que posee "el espíritu de la sabiduría" aquel hombre que considera
     pura nada a todas las cosas. "El espíritu de la sabiduría" no vive
     en aquel que mira a alguna cosa como [si fuera] algo. Cuando él [= el
     sabio] dijo "como un grano de arena", esto era demasiado poco;
     cuando dijo "como fango", también era demasiado poco; cuando dijo:
 "como nada", estaba bien dicho, porque todas las cosas son pura nada
     en comparación con "el espíritu de la sabiduría". "Lo llamé y
     lo atraje y lo invité, y el espíritu de la sabiduría ha entrado en
     mí fuero íntimo". Quien lo llama dentro de lo más entrañable, en
 éste entra "el espíritu de la sabiduría". 
 En el alma hay una potencia que es más extensa que todo este mundo.
     Tiene que ser muy extensa ya que Dios mora allí adentro. Alguna gente
     no "invita al espíritu de la sabiduría"; "invita" a [la] salud y
     a [las] riquezas y a [la] voluptuosidad, pero en éstas no entra "el
     espíritu de la sabiduría". La cosa que solicitan, la prefieren a
     Dios –como cuando alguien da un penique por un pan, él prefiere el
     pan al penique–, convierten a Dios en servidor de ellos. "¡Hazme
     esto y sáname", diría acaso un hombre rico, "pide lo que quieras,
     yo te lo daré!". Y si alguien luego solicitara un cuarto sería una
     necedad; y sí le solicitara cien marcos, el [otro] se los daría
     gustosamente. Por eso es una enorme necedad cada vez que alguien le
     pide a Dios otra cosa que [no sea] El mismo. Para El [semejante
     pedido] es indigno porque no existe nada que dé tan gustosamente como
     a sí mismo. Dice un maestro. Todas las cosas tienen un porqué, pero
     Dios no tiene ningún porqué; y el hombre que le solicita a Dios otra
     cosa que [no sea] Él mismo, le crea a Dios un porqué.
 
 Pues bien, él [= el sabio] dice: "Con el espíritu de la sabiduría
     he recibido a la vez todas las cosas buenas" (Sabiduría 7, 11). Por
     entre los siete dones, el don de la sabiduría es el más noble. Dios
     no da ninguno de estos dones sin darse primero El mismo, y de modo
     igual y de manera engendrante. Todo cuanto es bueno y puede traer gozo
     y consuelo, lo poseo todo en el "espíritu de la sabiduría" y
     [también] toda la dulzura, de manera que no permanece fuera [del
     espíritu] ni tanto como la punta de una aguja; y, sin embargo, sería
     nonada si uno no lo poseyera tan perfecta e igual y rectamente como lo
     goza Dios, así gozo yo lo mismo de modo igual en su naturaleza.
     Porque El, en "el espíritu de la sabiduría", opera en forma
     completamente igual de modo que lo mínimo llega a ser como lo
     máximo, pero no lo máximo como lo mínimo. Es como si alguien
     injertara un vástago noble en un tronco tosco, luego todos los frutos
     salen según la nobleza del vástago y no según la tosquedad del
     tronco. Así sucede también en este espíritu: allí todas las obras
     se vuelven iguales, porque lo mínimo llega a ser como lo máximo, y
     no lo máximo como lo mínimo. El [= Dios] se entrega de manera
     engendrante, porque la obra más noble en Dios es engendrar, con tal
     de que en Dios una cosa fuera más noble que otra; porque todo el
     placer de Dios está cifrado en engendrar. Todo cuanto me es
     congénito no me lo puede quitar nadie, a no ser que me quite a mí
     mismo. [En cambio] todo cuanto me puede caer en suerte, lo puedo
     perder; por eso, Dios nace íntegramente en mí para que no lo pierda
     nunca; pues, todo cuanto me es congénito, no lo pierdo. Dios tiene
     todo su placer en el nacimiento, y por eso engendra a su Hijo en
     nuestro fuero íntimo para que tengamos en ello todo nuestro deleite y
     engendremos junto con Él al mismo Hijo natural; porque Dios cifra
     todo su placer en el nacimiento y por eso nace dentro de nosotros para
     tener todo su deleite en nuestra alma y para que nosotros tengamos
     todo nuestro deleite en Él. Por eso dijo Cristo, según escribe San Juan
     en el Evangelio: "Me siguen" (Juan 10, 27). Seguir a Dios en
     sentido propio, eso está bien: que obedezcamos a su voluntad, como
     dije ayer: "¡Hágase tu voluntad!" (Mateo 6, 10). San Lucas escribe
     en el Evangelio que Nuestro Señor dijo: "Quien quiere seguirme, que
     renuncie a sí mismo y tome su cruz y sígame" (Lucas 9, 23). Quien
     renunciara a sí mismo en sentido propio, éste pertenecería a Dios
     por antonomasia, y Dios le pertenecería a él por antonomasia; de
     ello estoy tan seguro como del hecho de ser hombre. Para semejante
     hombre resulta tan fácil renunciar a todas las cosas como a una
     lenteja; y a cuanto más renuncia, tanto mejor.
 
 Por amor de Dios, San Pablo deseaba ser apartado de Cristo por [la
     salud de] sus hermanos (Cfr. Romanos 9, 3). Este [aspecto] preocupa
     mucho a los maestros y les produce grandes dudas. Algunos dicen que
     [sólo] se refería a un tiempo determinado. Esto, en absoluto es
     verdad; de tan mal grado por un instante como eternamente, y también
     con tanto gusto eternamente como por un instante.
 
 Siempre y cuando ponga sus miras en la voluntad de Dios, será más de
     su agrado cuanto más dure, y cuanto mayor sea el suplicio, tanto más
     lo querrá, exactamente como [sucede con] un mercader. Sí él
     estuviera seguro de que aquello que compraba por un marco, le
     rendiría diez, pondría todos los marcos que poseyese, y todo el
     trabajo necesario, con tal de estar seguro de que volvería a casa con
     vida y ganaría tanto más... todo esto le resultaría agradable.
     Justamente esto le sucedió a San Pablo: la cosa de la que sabía que
     era la voluntad de Dios... cuanto más tiempo, tanto más querida, y
     cuanto mayor [el] suplicio, tanto mayor [la] alegría; porque cumplir
     con la voluntad divina, es el reino de los cielos; y cuánto mayor
     [sea] el suplicio [sufrido] de acuerdo con la Voluntad divina, tanto
     mayor [será] la bienaventuranza.
 
 "¡Renuncia a ti mismo y toma tu cruz!" (Cfr. Lucas 9, 23). Los maestros dicen
   que el suplicio consiste en ayunar y otros sufrimientos [= ejercicios de penitencia].
   Mas, yo digo que esto no constituye sino un
     librarse del suplicio porque a tal actitud no la sigue sino alegría.
     Luego [de Juan 10, 27] dice Él: "Les doy la vida" (Juan 10, 28).
     Muchas otras cosas que se hallan en los entes racionales, son
     accidentes; mas la vida es propia de toda criatura racional, como ser
     suyo. Por eso dice: "Yo les doy la vida", porque su ser es su vida;
     pues Dios se da por completo cuando dice: "Yo doy". Ninguna criatura
     sería capaz de darla [= la vida]; sí fuera posible que alguna
     criatura pudiera darla, Dios amaría [no obstante] tanto al alma que
     no podría tolerarlo, sino que El mismo quiere darla. Si alguna
     criatura la diera, le repugnaría al alma; le importaría tan poco
     como una mosca. Exactamente como si un Emperador le diese una manzana
     a un hombre, éste la apreciaría más que si otra persona le regalara
     un jubón; del mismo modo el alma tampoco puede admitir que reciba la
     [vida] de otro que no sea Dios. Por eso, dice: "Yo doy", para que
     sea perfecta la alegría del alma por el don.
 
 Ahora bien. Él dice: "Yo y el Padre somos uno" (Juan 10, 30): el
     alma en Dios y Dios en ella. Si alguien vertiera agua en un
     recipiente, éste circundaría el agua, mas el agua no se hallaría en
     medio del recipiente ni el recipiente en medio del agua; pero el alma
     es tan uno con Dios, que el uno no puede entenderse sin el otro. El
     calor, sí, se entiende sin el fuego, y el resplandor, sin el sol,
     pero Dios no se puede conocer sin el alma ni el alma sin Dios; tan uno
     son.
 
 El alma no tiene diferencia frente a Nuestro Señor Jesucristo, sólo
     que el alma tiene un ser más burdo, porque su ser [de Cristo] está
     vinculado a la persona eterna [del Hijo], Pues, en cuanto ella se
     deshiciera de su tosquedad –y si pudiera deshacerse de ésta por
     completo–, ella sería perfectamente lo mismo [que Cristo]; y todo
     cuanto se puede decir de Nuestro Señor Jesucristo, se podría decir
     del alma.
         Un maestro dice: Todas las criaturas están repletas de lo
 ínfimo de Dios, y su grandeza no se encuentra en ninguna parte. Os
         relataré un cuento. Una persona preguntó a un hombre bueno qué
         significaba que algunas veces lo atraían mucho la devoción y las
         oraciones y otras veces no lo atraían. Entonces le dio la siguiente
         contestación: El perro, cuando ve a la liebre y la olfatea y halla su
         rastro, corre en pos de la liebre; los otros [perros] lo ven correr y
         entonces ellos corren, pero pronto se cansan y desisten. Así sucede
         con un hombre que ha visto a Dios y lo ha olfateado: él no desiste,
         todo el tiempo corre [tras Él]. Por eso dice David: "¡Gustad y
         mirad lo dulce que es Dios!" (Salmo 33, 9). Ese hombre no se cansa,
         pero los otros se cansan pronto [de correr detrás de Dios]. Algunas
         personas corren adelantándosele a Dios, algunos [corren] al lado de
         Dios, algunos lo siguen a Dios. Quienes se le adelantan, son los que
         siguen a su propia voluntad y no quieren aprobar la voluntad de Dios;
         eso está del todo mal. Otros, aquellos que van al lado de Dios,
         dicen: "Señor, no quiero otra cosa que la que Tú quieres" (Cfr.
         Mateo 26, 39). Mas, cuando están enfermos, desean que Dios quiera que
         estén sanos, y eso se puede perdonar. Los terceros le siguen a Dios
         adonde quiera [ir], ellos lo siguen de buena voluntad, y ésos son
         perfectos. De ello habla San Juan en el Libro de la
         Revelación: "Ellos siguen al cordero dondequiera que va"
         (Apocalipsis 14, 4). Esa gente sigue a Dios a dondequiera El la guía:
         en los días de enfermedad o en [la] salud, hacia [la] buena suerte o
         [el] infortunio. San Pedro se iba adelantando a Dios; entonces dijo
         Nuestro Señor: "¡Satanás, vete detrás de mí!" (Mateo 16, 23).
         Resulta que Nuestro Señor dijo: "Yo estoy en el Padre y el Padre
         está en mí" (Juan 14, 11). Del mismo modo, Dios está en el alma y
         el alma está en Dios. 
 Ahora bien, él dice: "Buscamos tu rostro". [La] verdad y [la]
         bondad son una vestimenta de Dios; Dios se halla por encima de cuanto
         podemos expresar con palabras. [El] entendimiento "busca" a Dios y
         lo toma en la raíz donde salen el Hijo y toda la divinidad; pero [la]
         voluntad permanece afuera y está adherida a la bondad, porque [la]
         bondad es una vestimenta de Dios. Los ángeles supremos toman a Dios
         en su vestuario, antes de que sea vestido con [la] bondad o cualquier
         cosa que se pueda expresar con palabras. Por eso dice: "Buscamos tu
         rostro", porque el "rostro" de Dios es su esencia.
 
 Que Dios nos ayude a comprender eso y a poseerlo de buena voluntad.
         Amén.
 
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