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SAN AGUSTIN
"LA CIUDAD DE DIOS"
(Selección Libro XVI)
EDITORIAL PORRUA
México 1988


LIBRO DECIMOSEXTO

CAPITULO XI

Que la primera lengua que usaron los hombres fue la que después de Heber se llamó hebrea, en cuya familia perseveró cuando sobrevino la confusión de lenguas.

Así como cuando todos usaban un solo idioma no por eso faltaron hijos pestilenciales (porque también antes del Diluvio había una sola lengua), y, con todo, merecieron perecer todos ellos en el Diluvio, a excepción de una sola familia, la del justo Noé; así cuando Dios castigó las gentes por los méritos de su arrogante impiedad, con la diversidad de lenguas, las dividió y esparció por la tierra.

Y cuando la ciudad de los impíos adquirió el nombre de confusión, esto es, se llamó Babilonia, no faltó la casa de Heber, donde se conservó la lengua que todos usaban antes. Así pues, como referí arriba, comenzando la Escritura a contar los hijos de Sem, cada uno de los cuales procreó su nación, el primero que cuenta es Heber, siendo su tercer nieto, esto es, siendo el quinto que desciende de él. Porque en la familia de éste quedó esta lengua (habiéndose dividido las demás naciones en otras lenguas, cuyo idioma con razón se cree que fue común al principio al humano linaje), es por lo que en adelante se llamó hebrea; pues entonces fue necesario distinguirla con nombre propio de las demás lenguas, así como las demás se llamaron también con sus nombres propios; porque cuando sólo había una, no se llamaba sino lengua humana, o lenguaje, con el cual hablaba todo el linaje humano.

Pero dirá alguno: ¿si en los días de Phalech, hijo de Heber, se dividió la tierra por las lenguas, esto es, por los hombres que entonces había en la tierra, de ellos debió tomar su nombre la lengua que era antes común a todos? Es de saber, sin embargo, que el mismo Heber puso por esto este nombre a su hijo, y le llamó Phalech, que quiere decir división, porque nació cuando se dividió la tierra por las lenguas; esto es, en su mismo tiempo; de manera que su nombre equivalga a la frase "en sus días se dividió la tierraé; porque si no viviera Heber todavía cuando se multiplicaron las lenguas, no se designara con su nombre la lengua que pudo permanecer en su casa y familia. Por eso debe creerse que fue la primera común, pues en pena y castigo del pecado sucedió aquella multiplicación y mudanza de idiomas, y sin duda que no debió comprender este castigo al pueblo de Dios.

Tampoco Abraham, que tuvo esta lengua, la pudo dejar a todos sus hijos, sino sólo a aquellos que, nacidos y propagados por Jacob, haciendo más insigne con su multiplicación el pueblo de Dios, llegaron a poseer las promesas de Dios y la estirpe y linaje de Cristo. Ni tampoco el mismo Heber dejó esta lengua a toda su descendencia, sino sólo a aquella cuyas generaciones llegan a Abraham.

Por lo cual, aunque no conste con evidencia que hubo algún linaje de gente piadosa y temerosa de Dios cuando los impíos fabricaban y fundaban a Babilonia, no fue esta oscuridad para defraudar la intención de los que la buscaban, sino para ejercitarla.

Porque leyendo que al principio hubo un idioma común a todos, y que de todos los hijos de Sem se celebra Heber, aunque fue el quinto que nació después de él, y viendo que se llama hebrea la lengua que conservó la autoridad de los patriarcas y profetas, no sólo en su lenguaje, sino también en las sagradas letras, sin duda que cuando se pregunta en la división de lenguas dónde pudo quedar la que antes era común a todos, pues es de creer que allí donde ella permaneció no alcanzó el castigo que sucedió con la mudanza de ellas, ¿qué otra cosa se nos ofrece sino que quedó en la familia y nación de éste, de quien tomó su nombre, y que esto no fue pequeño indicio de la santidad de esta gente, pues castigando Dios las demás con la confusión de lenguas, no alcanzó a ésta dicho castigo?

Pero todavía cabe dudar cómo Heber y su hijo Phalech pudieron cada uno constituir y propagar su peculiar nación, si en ambos quedó una misma lengua.

Efectivamente, una sola es la nación hebrea, la que desciende desde Heber hasta Abraham y la que por él sucesivamente prosigue hasta que creció y se hizo fuerte y numeroso el pueblo de Israel. ¿Cómo, pues, todos los hijos referidos de los tres hijos de Noé hicieron cada uno su nación, y Heber y Phalech no hicieron las suyas?

Lo más probable en este particular es que el gigante Nemrod estableció igualmente su nación, aunque por causa de la excelencia de su reino y de su cuerpo le nombra separadamente; de forma que queda el número de las setenta y dos naciones y lenguas. Y habla la Escritura de Phalech, no porque propagase una nación (porque ésta es la misma nación hebrea y la misma su lengua) sino por el tiempo notable en que nació, porque entonces se dividió la tierra.

Tampoco nos debe sorprender cómo pudo el gigante Nemrod llegar a la edad en que se fundó la ciudad de Babilonia y tuvo lugar la confusión de lenguas y con ella la división de las gentes; pues aunque Heber sea el sexto después de Noé y Nemrod el cuarto, pudieron concurrir en aquel tiempo; porque este suceso acaeció cuando gozaban de una vida longeva, siendo pocas las. generaciones, o cuando nacían más tarde en tiempo que había más.

Sin duda debemos entender que cuando se dividió la tierra no sólo habían ya nacido los demás nietos de Noé que se refieren por padres y cabezas de las naciones, sino que contaban tantos años y tenían tan numerosas familias, que merecieron llamarse naciones.

Y no debemos imaginar que nacieron por el orden que los señala la Escritura, porque siendo así, los doce hijos de Jectan, que era otro hijo de Heber, hermano de Phalech, ¿cómo pudieron formar naciones si entendemos que nació Jectan después de su hermano Phalech, por nombrarle el sagrado texto después de él, supuesto que al tiempo que nació Phalech se dividió la tierra?

Por eso debemos entender que aunque le nombró primero, nació mucho después de su hermano Jectan, cuyos doce hijos tenían ya tan dilatadas familias que pudieron dividirse por sus propias lenguas. Así pudo nombrarle el primero, siendo en edad postrero, como refirió primero entre los descendientes de los tres hijos de Noé los hijos de Japhet, que era el menor de ellos, y luego los hijos de Cam, que era el mediano, y a lo último los hijos de Sem, que era el primero y mayor de todos.

Los nombres de estas naciones en algunas regiones permanecieron, de suerte que aun en la actualidad se advierte de dónde se derivaron; como de Asur los asirios, y de Heber los hebreos; y parte con el tiempo se han mudado, de modo que hombres doctísimos, escudriñando y examinando las historias más antiguas, apenas han podido descubrir el origen y descendencia que de éstos traen, no digo todas las naciones, sino ésta a la otra.

Pues de lo que dicen que los egipcios descienden de un hijo de Cam, que se llamó Mesraín, no hay expresión que aluda o corresponda con el nombre original; así como ni en los etíopes, que defienden que pertenecen a un hijo de Cam, que se llamó Chús. Y si todo se considerare, hallaremos que son más los nombres que se han mudado que los que han permanecido.

CAPITULO XII

De la interrupción de tiempo que hace la Escritura en Abraham, desde quien prosigue el nuevo catálogo, continuando la santa sucesión

Observemos ahora los progresos de la Ciudad de Dios desde aquella suspensión de tiempo que hace la Sagrada Escritura en el padre de Abraham, desde donde empezamos a tener más clara noticia de ella y donde hallamos más exactas y evidentes las divinas promesas que ahora vemos se cumplen en Cristo.

Según la noticia que tenemos de las sagradas letras, Abraham nació en la región de los caldeos, tierra que pertenecía al reino de los asirios.

En aquella sazón, y ya entre los caldeos, como entre los demás pueblos, prevalecían impías supersticiones, de forma que sólo en la casa de Tharé, de quien nació Abraham, se conservaba el culto y adoración de un solo Dios verdadero, y, según es de creer, la lengua hebrea, aunque dicha casa, según se dice por relación de Jesús Nave, sirvió a los ídolos en Mesopotamia.

Mezcláronse todos los demás de la estirpe de Heber paulatinamente con otras naciones o idiomas; por lo cual, así como por el Diluvio universal quedó únicamente intacta la casa de Noé, para la restauración del linaje humano, así en el diluvio de las supersticiones que hubo por el Universo quedó sola la casa de Tharé, en la que se conservó la planta y fundación de la Ciudad de Dios.

Finalmente, así como la Escritura enumera las generaciones anteriores hasta Noé juntamente con el número de los años, y declara la causa del Diluvio, y antes que comenzase a tratar con Noé la fábrica del Arca, dice: "Estas son las generaciones de Noé", así también aquí, habiendo contado las generaciones que descienden de Sem, hijo de Noé, hasta Abraham, pone un notable párrafo, diciendo: Estas son las generaciones de Tharé: Tharé engendró a Abraham, Nachor y Aram; Aram engendró a Lot, y murió Aram delante de su padre en la tierra que nació, en la provincia de los caldeos, y Abraham y Nachor tomaron en matrimonio sus respectivas mujeres: la de Abraham se llamaba Sara, y la de Nachor, Melcha, hija de Aram; este Aram fue padre de Melcha y de su hermana Jescaé; la cual Jesca se cree ser la misma Sara, mujer de Abraham.

CAPITULO XIII

Qué razón hay para que en la emigración de Tharé, cuando de Caldea pasó a Mesopotamia, no se haga mención de su hijo Nachor

Después refiere la Escritura cómo Tharé con los suyos desamparó la tierra de los caldeos, vino a Mesopotamia, vivió en Charra, y no hace mención de un hijo suyo que se llamaba Nachor, como si le hubiera dejado y no le trajera consigo. Porque dice así: "Y tomó Tharé a su hijo Abraham, y a Lot, hijo de Aram, su nieto, y a su nuera Sara, mujer de Abraham, su hijo, y los sacó de la provincia de los caldeos, y los trajo a la tierra de Canaam, vino a Charra, y habitó allí." Donde vemos que no hace referencia de Nachor ni de su mujer Melcha. Sin embargo, hallamos después cuando envió Abraham a un criado suyo a buscar una mujer para su hijo Isaac, que dice la Escritura: "Tomó el criado diez camellos de los de su Señor, llevando consigo de todos los bienes y hacienda de su Señor, y vino a Mesopotamia, a la ciudad donde moraba Nachor."

Con este y otros testimonios de la Sagrada Historia se demuestra que Nachor, hermano de Abraham, salió también de la provincia de los caldeos y fijó su asiento y habitación en Mesopotamia, donde había vivido Abraham con su padre.

¿Y por qué motivo no hizo mención de él la Escritura, cuando Tharé desde los caldeos pasó a vivir a Mesopotamia, donde no sólo hace mención de Abraham, su hijo, sino también de Sara su nuera, y de Lot su nieto, que los llevó consigo? ¿Sería acaso porque había dejado la piedad y religión de su padre y hermano, acomodándose a la superstición de los caldeos, y después, o porque se arrepintió, o porque fue perseguido y tenido por sospechoso, también se fue de allí? Porque en el libro intitulado Judith, preguntando Holofernes, enemigo de los israelitas, qué gente era aquella con quien tenía que pelear, Achior, capitán general de los amonitas, le respondió de esta manera: "Oiga mi Señor la relación que hará este su siervo sobre el particular, porque le diré la verdad acerca de este pueblo que habita aquí en estas montañas, y no hallará mentira alguna en lo que este su siervo le dirá.

"Este pueblo desciende de los caldeos, y primero habitó en Mesopotamia, porque no quiso adorar los dioses de sus padres, los que adoraban en la tierra de los caldeos, sino que declinó del camino de sus padres, y adoró al Dios del cielo que ellos conocían; y así los echaron y desterraron de la presencia de sus dioses, y se vinieron huyendo a Mesopotamia, y vivieron allí mucho tiempo hasta que les dijo su Dios que saliesen de aquella su habitación, y se fuesen a tierra de Canaam, y viviesen allíé; y todo lo demás que cuenta allí el amonita Achior. De cuyo testimonio consta que la casa de Tharé padeció persecución de los caldeos por la verdadera religión con que ellos adoraban a un solo Dios verdadero.

CAPITULO XIV

De los años de Tharé, que acabó su vida en Charra

Muerto Tharé en Mesopotamia, donde dicen que vivió doscientos y cinco años, principian ya a manifestarse las promesas que hizo Dios a Abraham, lo cual narra la Escritura de esta manera: "Y fueron todos los días de Tharé en Charra doscientos y cinco años y murió en Charra." Pero no hemos de entender que vivió allí todos estos años, sino que los días de su vida, que fueron doscientos y cinco años, los cumplió allí.

De otra suerte no supiéramos los años que vivió Tharé, pues no se lee a cuántos años de su vida vino a Charra, y sería un absurdo pensar que en el catálogo de estas generaciones (donde con mucha exactitud se refieren los años que cada uno vivió) solamente no se hubiese hecho memoria de los años que éste vivió.

El pasar en silencio los años de algunos que nombra la misma Escritura es porque no están en este catálogo, donde se va continuando la cuenta de los tiempos con la muerte de los padres y la sucesión de los hijos, y este orden y serie de sucesiones que principia en Adán hasta Noé y desde éste se extiende hasta Abraham no contiene uno solo sin enumerar los años respectivos de su vida.


CAPITULO XV

Del tiempo en que fue hecha a Abraham la promesa por la cual, conforme al divino mandato, salió de Charra

Lo que después de la referida muerte de Tharé, padre de Abraham, dijo la Escritura: "Dijo Dios a Abraham: sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, etc."; no porque siga en este orden en el texto del libro debemos presumir que sucedió en el mismo.

Si fuese así sería la cuestión insoluble, pues después de estas palabras de Dios a Abraham, dice la Escritura: "Y salió Abraham como se lo ordenó el Señor, llevando en su compañía a Lot, y era Abraham de setenta y cinco años cuando salió de Charra." ¿Cómo puede ser esto verdad si después de la muerte de su padre salió de Charra?

Porque siendo Tharé de setenta años, como se nos dice arriba, procreó a Abraham, a cuyo número, añadiendo setenta y cinco años que cumplía Abraham cuando salió de Charra, hacen ciento cuarenta y cinco años; luego de esta edad era Tharé cuando salió Abraham de aquella ciudad de Mesopotamia; porque andaba en los setenta y cinco de su edad; y por eso su padre, que le había engendrado a los setenta de la suya, tenía, como hemos dicho, ciento cuarenta y cinco años.

No salió, pues, de allí después de la muerte de su padre, esto es, después de los doscientos y cinco años que vivió su padre, sino que el año en que partió del citado pueblo, que era el setenta y cinco de su edad, y su padre le engendró a los setenta, debió ser el año 145; y así debe entenderse que la Escritura a su modo retrocedió al tiempo que había ya pasado en aquella relación; así como antes contó los nietos de Noé que estaban repartidos por sus respectivas naciones y lenguas, y después, como si esto se siguiera según el orden de los tiempos, dice: "En toda la tierra no había sino una lengua y una voz en todos." ¿Cómo, pues, estaban ya distribuidos por sí naciones e idiomas si todos no usaban más de uno, sino porque recapitulando retrocedió a lo que ya había sucedido? Así también dice aquí la Sagrada Escritura: "Y fueron los días de Tharé en Charra doscientos y cinco años, y murió Tharé en Charra"; después, volviendo a lo que dejó por concluir para completar lo que había principiado de Tharé, prosigue: "Y dijo el Señor a Abraham: sal de tu tierra, etcétera." Consiguientemente a estas expresiones de Dios, continúa: "Salió Abraham, como se lo dijo el Señor, se fue con él Lot, y Abraham tenía setenta y cinco años cuando salió de Charra." Sucedió, pues, esto cuando su padre andaba en los ciento cuarenta y cinco años de su edad, porque entonces fue el setenta y cinco de la suya.

Resuélvese también esta duda de otra forma: que los setenta y cinco años de Abraham cuando salió de Charra se cuenten desde el tiempo en que le libertó Dios del fuego de los caldeos, y no desde el año en que nació; como si entendiéramos que nació entonces.

San Esteban, en los Hechos apostólicos, refiriendo esto, dice: "El sumo Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham estando en Mesopotamia antes que habitase en Charra, y le dijo: Sal de tu tierra y de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y ven a la tierra que yo te mostraré." Conforme a estas palabras de San Esteban, no habló Dios a Abraham después de la muerte de su padre, el cual, sin duda, murió en Charra, donde vivió también en compañía de su hijo, sino antes que viviese en la misma ciudad, aunque estando ya en Mesopotamia. Luego ya había salido de los caldeos. Lo que continúa diciendo San Esteban: "Entonces Abraham salió de la tierra de los caldeos y habitó en Charra", no manifiesta que lo hizo después que le habló Dios (porque no se salió de la tierra de los caldeos después de aquellas palabras de Dios, puesto que dice que le habló Dios en Mesopotamia), sino que aquel entonces pertenece a todo aquel tiempo que transcurrió desde que salió de los caldeos y vivió en Charra, y asimismo lo que sigue: "Y de allí, después que murió su padre, le puso en esta tierra en que ahora habitáis vosotros y vuestros padres." No dice: después que murió su padre salió de Charra, sino de allí, después que murió su padre, le trasladó aquí.

Por este motivo debe entenderse que habló Dios a Abraham estando en Mesopotamia antes que habitase en Charra, y que llegó a Charra con su padre guardando consigo el precepto de Dios, y de allí salió a los setenta y cinco años de su edad y a los ciento y cuarenta y cinco de la de su padre. Y el fijar su asiento en la tierra de Canaam y no salir de Charra dice que sucedió después de la muerte de su padre, porque ya era difunto cuando compró la heredad, cuyo poseedor y señor comenzó a ser en aquel país.

Lo que le dijo Dios estando ya en Mesopotamia, esto es, habiendo ya salido de la tierra de los caldeos: "Sal de tu tierra y de entre tus parientes y de la casa de tu padre", quiere decir, no que sacase de allí el cuerpo, lo cual ya lo había practicado, sino que desarraigase de allí el alma; porque no había salido de allí con el corazón si tenía todavía esperanza y deseo de volver, cuya confianza y deseo se debía coartar y atajar mediante el mandato y favor de Dios y la obediencia de Abraham.

Y realmente no es creíble que Abraham, después que vino Nachor en seguimiento de su padre, cumpliera el precepto de Dios; de forma que entonces partió de Charra con Sara, su mujer, y con Lot, hijo de su hermano.

CAPITULO XVI

Del orden y la calidad de las promesas que hizo Dios a Abraham

Procedamos ya a reflexionar atentamente las promesas que hizo Dios a Abraham, porque en éstas se principiaron a manifestar más al descubierto los oráculos y promesas indefectibles de nuestro gran Dios, esto es, las del Dios verdadero, sobre el pueblo de los santos escogidos, que es el pueblo que vaticinó la autoridad profética.

La primera de éstas dice: "Dijo Dios a Abraham: Sal de tu tierra y de entre tus parientes, y de la casa de tu padre, y ve a la tierra que te manifestaré; te constituiré padre de muchas gentes, te echaré mi bendición, engrandeceré tu nombre, serás bendito, daré mi bendición a los que te bendijeren y mi maldición a los que te maldijeren, y en ti serán benditas todas las tribus y familias de la tierra."

Debe advertirse que prometió Dios a Abraham dos cosas: la una, que su descendencia había de poseer la tierra de Canaam, lo cual se significa donde dice: "Ve a la tierra que te manifestaré, y haré que crezcas y te propagues en muchas naciones"; la otra, que es mucho más estimable, se entiende, no de la descendencia carnal, sino espiritual, por la cual no es solamente padre de la nación israelita, sino de todas las gentes que siguen e imitan el ejemplo de su fe, lo cual le prometió por estas palabras: "Y en ti serán benditas todas las tribus o familias de la tierra."

Eusebio entiende que esta promesa se le hizo a Abraham a los setenta y cinco años de su edad, como que inmediatamente que Dios se la hizo salió Abraham de Charra, pues no puede contradecirse a la Escritura, que dice: "Abraham era de setenta y cinco años cuando salió de Charra." Es así que esta promesa se hizo en este año, luego ya vivía Abraham con su padre en Charra; porque no pudiera salir de allí si no habitase allí mismo.

¿Acaso contradice esto al testimonio de San Esteban, que dice "que el Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham cuando estaba en Mesopotamia, antes que habitase en Charra"? Pero ha de entenderse que en un mismo año sucedió todo esto, es a saber: la divina promesa, antes de vivir Abraham en Charra; su morada en este pueblo, y su partida de él; no sólo porque Eusebio en sus crónicas demuestra que al cabo de cuatrocientos y treinta años después de esta promesa fue la salida de Egipto del pueblo de Dios cuando se les dio la ley, sino también porque esto mismo lo expresa el apóstol San Pablo.

CAPITULO XVII

De los tres famosos reinos de los gentiles, uno de los cuales, que era el de los asirios, florecía ya en tiempo de Abraham

En aquel tiempo florecían ya tres monarquías de los gentiles, en las cuales la ciudad de los hijos de la tierra, esto es, la congregación de los hombres que viven según el hombre vivía, con pompa y grandeza; es a saber: el reino de los sicionios, el de los egipcios y el de los asirios, aunque el de éstos era mucho más rico y poderoso, porque el rey Nino, hijo de Belo, había sujetado y sojuzgado, a excepción de la India, todas las naciones de Asia.

Llamo Asia, no aquella parte que es una provincia del Asia mayor, sino toda la Asia, que algunos pusieron por una de las partes del mundo, y los más por la tercera, de modo que sean todas Asia, Europa y Africa, con la cual no dividieron y repartieron igualmente la tierra. Porque esta parte que se llama Asia llega desde el Mediodía por el Oriente hasta el Septentrión; y Europa, desde el Septentrión hasta el Occidente; y consecutivamente, Africa, desde el Occidente hasta el Mediodía; de lo cual resulta que las dos tienen la mitad del orbe, Europa y Africa; y la otra mitad sola Asia. Pero a Europa y Africa hicieron dos partes, porque entre la una y la otra entra el Océano, que se engolfa en las sierras y forman este grande mar. Por lo que si dividiesen el orbe en dos partes, en Oriente y Occidente, el Asia tendría la una, y Europa y Africa, la otra.

Uno de los tres reinos que entonces florecían es, a saber, el de los sicionios, no estaba sometido a los asirios, por hallarse en Europa; pero el de los egipcios, ¿cómo no había de estarles sujeto si tenían subyugada a su imperio toda la Asia, a excepción, según dicen, de la India?

En Asia prevaleció el imperio y dominio de la ciudad impía, cuya cabeza era Babilonia, nombre muy acomodado a esta ciudad terrena, porque Babilonia es lo mismo que confusión. En ella reinaba Nino después de la muerte de su padre Belo, que fue el primero que allí reinó sesenta y cinco años; y su hijo Niño, que, muerto el padre, sucedió en el reino, reinó cincuenta y dos años, y corría el año 43 de su reinado cuando nació Abraham, que sería el año de 1200, poco más o menos, antes de la fundación de Roma, que fue como otra segunda Babilonia en el Occidente.

CAPITULO XVIII

Cómo habló segunda vez Dios a Abraham y le prometió que a su descendencia daría la tierra de Canaam

Habiendo salido Abraham de Charra a los setenta y cinco años de edad y ciento cuarenta y cinco de la de su padre, acompañado de Lot, hijo de su hermano, y de Sara, su mujer, partió para la tierra de Canaam y llegó hasta Sichem, donde nuevamente recibió el divino oráculo, el cual narra así la Escritura: "Apareciósele el Señor a Abraham, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra"; no le promete aquí aquella sucesión por la que se hizo padre y progenitor de todas las naciones, sino sola aquella por la que es padre únicamente de la nación israelita; y esta descendencia fue la que poseyó la mencionada tierra de Canaam.


CAPITULO XIX

Cómo el Señor conservó indemne el honor de Sara en Egipto, habiendo dicho Abraham que no era su mujer, sino su hermana

Habiendo edificado allí un altar e invocado al Señor, partió de allí Abraham y habitó hacia el desierto, de donde, obligado por el hambre, pasó a Egipto, donde dijo que su mujer era su hermana, sin incurrir en mentira, porque también lo era, por ser su parienta, así como Lot, con un mismo parentesco, siendo hijo de su hermano, se llamaba su hermano.

Calló, pues, que era su mujer, y no lo negó, dejando en manos de Dios la defensa y conservación del honor de su esposa, y previniéndose como hombre contra las humanas asechanzas, porque si no se guardaba del riesgo todo lo que podía guardarse, fuera más tentar a Dios que esperar en su Divina Majestad; sobre lo cual dijimos lo bastante perorando contra las calumnias del maniqueo Fausto.

Por último, sucedió lo que presumió Abraham del Señor, pues Faraón, rey de Egipto, que la había tomado por su esposa, siendo por ello gravemente afligido, la restituyó a su marido; en cuya acción por ningún pretexto debemos creer que la quitó su honor, siendo verosímil que esto no lo permitió Dios a Faraón, por las grandes aflicciones y males con que afligió su espíritu y su cuerpo.


CAPITULO XX

Cómo se apartaron Lot y Abraham, lo cual hicieron sin menoscabo de la caridad

Habiendo vuelto Abraham de Egipto al lugar de donde partió, se separó de Lot, hijo de su hermano, en sana paz, amor y concordia, retirándose éste a la tierra de los sodomitas; pues como se habían enriquecido, comenzaron a tener muchos pastores para la custodia y cuidado de sus ganados, y por las contiendas que éstos suscitaban mutua y continuamente, tomaron tío y sobrino tan saludable medio, con que excusaron la contenciosa discordia de sus familiares, pues estos débiles principios pudieran, según la instabilidad de las cosas humanas, acrecentarse y originar entre ellos grandes pesares. Y así, Abraham, por evitarlos, dijo a Lot: "No haya diferencias ni controversias entre mis pastores y los tuyos, ya que somos deudos y hermanos. ¿Acaso no tienes a tu voluntad y disposición toda la tierra? Separémonos; si tú fueres hacia la derecha, yo me dirigiré a la izquierda; y si tú a ésta, yo hacia aquélla"; de cuyo ejemplo acaso se originó entre los hombres la costumbre pacífica que se observa siempre que han de partir alguna heredad, que el mayor divida y el menor elija.


CAPITULO XXI

De la tercera promesa que hizo Dios a Abraham, en la que promete a él y a su descendencia para siempre la tierra de Canaam

Habiéndose apartado y viviendo cada uno de por sí, Abraham y Lot, obligados más por mantener en paz y buena armonía su familia que por algún desliz o atentado capaz de suscitar discordias, y morando Abraham en tierra de Canaam y Lot en Sodoma, tercera vez volvió Dios a hablar a Abraham, y le dijo: "Levanta los ojos y mira desde el lugar donde estás al Norte y Mediodía, al Oriente y al mar, que toda la tierra que ves te la he de dar a ti y a tu descendencia hasta el fin de los siglos para siempre, y haré que tu descendencia sea como las arenas de la tierra. Si es posible que alguno cuente las arenas de la tierra, también podrá contar tu descendencia. Levántate, pues, y paséate por toda la tierra cuan larga y ancha es, y toma posesión de ella, porque a ti te la he de dar."

Tampoco en esta promesa se descubre claramente si se comprende en ella la promesa en que le hizo Dios padre y cabeza de todas las naciones; pues pudiera indicar esto donde dice: "Y haré que sea tu descendencia como las arenas de la tierra", lo cual se dice por un modo de hablar que los griegos llaman hipérbole, que es una manera de hablar metafórica y no propia, y de todos los que entienden la Escritura, ninguna duda que suele usar de este modo de hablar, así como de los demás tropos y figuras.

Este tropo, es decir, esta manera de hablar, se usa cuando lo que se dice es mucho más que lo que con aquella expresión se significa; porque ¿quién no advierte cuánto mayor es el número de las arenas que el número que puede haber de todos los hombres, desde el mismo Adán hasta el fin del mundo? ¿Cuánto mayor será que los descendientes de Abraham, no sólo los que pertenecen a la nación israelita, sino también los que hay y ha de haber, según la imitación de su fe, en todo el orbe de la tierra, en todas las naciones? La cual descendencia, en comparación de la multitud de los impíos, verdaderamente es pequeña, aunque estos pocos hagan también innumerable multitud, como significó la hipérbole de la arena de la tierra.

Aunque, realmente, esta multitud que prometió Dios a Abraham no es innumerable para Dios, sino para los hombres, porque para Dios tampoco lo son las arenas de la tierra.

Y pues no solamente la nación israelita, sino toda la descendencia de Abraham, donde está expresa la promesa de muchos hijos, no según la carne, sino según el espíritu, se compara más congruamente a la multitud de las arenas, podemos entender que promete Dios lo uno y lo otro. Mas por eso dijimos que no parece evidente, porque aun aquella sola nación que, según la carne, desciende de Abraham por su nieto Jacob, creció tanto, que casi llenó todas las partes del mundo, y muy bien puede ser comparada hiperbólicamente a la inmensidad de la arena, pues ésta sola es innumerable para el hombre. Por lo menos, ninguno duda que significó la tierra llamada Canaam.

Pero lo que dice: "Te la daré a ti y a tu descendencia hasta el fin del siglo", pueden ponerlo en duda algunos, si hasta el fin del siglo lo entienden para siempre eternamente; mas si entendiesen, como fielmente sostenemos, que el principio del futuro siglo empieza al terminar el presente, nada les hará dificultad, porque aunque a los israelitas los hayan echado de Jerusalén, con todo, perseveran en otras ciudades de la tierra de Canaam y perseverarán hasta el fin, y habitando en toda aquella tierra los cristianos, también ellos son descendencia de Abraham.


CAPITULO XXII

Cómo Abraham venció a los enemigos de los sodomitas cuando libró a Lot, que era llevado preso, y cómo le bendijo el sacerdote Melquisedec

Luego que Abraham recibió esta divina promesa, partió de allí y quedóse en otra población de la misma tierra, esto es, cerca del encinar de Mambré, que está en Chebrón.

Habiendo después los enemigos acometido a los de Sodoma, trayendo cinco reyes guerra contra cuatro, y siendo vencidos los de Sodoma y llevando también preso entre ellos a Lot, le libró Abraham, habiendo sacado de su casa y llevado en su compañía para aquella empresa trescientos dieciocho hombres. Y saliendo victorioso recobró todo el ganado de los sodomitas y no quiso tomar cosa alguna de los despojos, ofreciéndolos el rey para quien había alcanzado la victoria; con todo, le bendijo entonces Melquisedec, que era sacerdote de Dios excelso, de quien en la epístola que se intitula A los hebreos (que la mayor parte de los escritores dicen ser del Apóstol San Pablo, aunque otros lo niegan), se escriben muchas y notables singularidades.

En aquella población se nos descubrió y significó por primera vez el sacrificio que en la actualidad los cristianos ofrecen a Dios en todo el orbe habitado, y tiene realidad lo que mucho después de este suceso dice el real Profeta hablando de Jesucristo, que estaba aún por venir en carne: "Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec"; es a saber, no según el orden de Aarón, cuyo orden había de acabarse, descubriéndose los ocultos arcanos y misterios que se encubrían bajo aquellas formas significativas.


CAPITULO XXIII

Cómo habló Dios a Abraham y le prometió que había de multiplicarse su descendencia como la multitud de las estrellas, y por creerlo fue justificado aun estando todavía sin circuncidar

Entonces habló Dios a Abraham en una visión, y como le ofreciese su protección y extraordinarias mercedes y Abraham estuviese deseoso de tener sucesión, dijo que Eliezer, criado de su casa, había de ser su heredero, y al momento le prometió Dios heredero, no al criado de su casa, sino a otro que había de nacer del mismo Abraham; y otra vez vuelve a prometerle innumerable descendencia, no ya como las arenas de la tierra, sino como las estrellas del cielo, en lo que me parece que le prometió la descendencia, heredera de la felicidad celestial; por lo que respecta a la multitud, ¿qué son las estrellas del cielo para con la arena de la tierra? A no ser que alguno diga que también esta comparación no significa otra cosa que sería innumerable como son las estrellas. Y, efectivamente, es creíble que no pueden verse todas, dado que cuanto más es sutil la vista de uno, tantas más alcanza a ver, y así aun a los que ven con más perspicacia, con razón se sospecha que se les ocultan algunas, además de aquellas que en la otra parte del orbe, distante por un dilatado espacio de nosotros, dicen que nacen y se ponen. Finalmente, todos los que se glorían que han comprendido y escrito el número de todas las estrellas, como Arato, Eudoso y otros, todos éstos quedan en el concepto de ilusos y desacreditados con la irrefragable autoridad de las sagradas letras en el Génesis.

Aquí es donde hallamos aquella sentencia, de la cual hace mención el Apóstol recomendándonos y encareciéndonos la divina gracia: "Que creyó Abraham a Dios y que se le reputó por justificación" para que no se enaltezca la circuncisión y rehúse admitir a la fe de Cristo a las naciones incircuncisas; pues cuando esto acaeció y se reputó por justificación la fe de Abraham, aún no se había circuncidado.

CAPITULO XXIV

De la significación del sacrificio que mandó Dios le ofreciese Abraham, habiendo éste pedido al Señor que le explicase lo que creía

Hablándole Dios en la misma aparición, también le dijo: "Yo soy el Dios que te saqué de la región de los caldeos para darte esta tierra, de la cual, seas el heredero"; pero preguntando Abraham cómo sabría que había de ser su heredero, le dijo Dios: "Toma una vaca de tres años, una cabra de tres años y un carnero de tres años, una tórtola y una paloma"; tomó, pues, Abraham todas estas cosas, y las partió, dividió por medio y las colocó en frente unas de otras, pero no dividió las aves. Y bajaron (como dice la Escritura) las aves sobre aquellos cuerpos divididos, y sentóse con ellas Abraham, y estando ya para ponerse el sol, acometió a Abraham un gran pavor, le invadió un temor tenebroso, y oyó que le dijeron: Ten por cierto que tus descendientes han de peregrinar en tierra ajena, que los han de poner en servidumbre y los han de afligir cuatrocientos años; pero a la nación que ellos sirvieren, yo la juzgaré y castigaré. Después de esto volverán acá con mucha hacienda, pero tú irás con tus padres en paz, habiendo pasado buena vejez, y a la cuarta generación volarán acá, porque aún no se han cumplido hasta ahora los pecados de los amorreos. Habiéndose puesto ya el sol, se levantó una llama, y he aquí un horno humeando, y unas llamaradas que corrían entre aquellas partes divididas por medio. En aquel día dispuso Dios su testamento y pactó con Abraham, diciendo: Yo daré esta tierra a tus descendientes desde el río de Egipto hasta el gran río Eufrates, es a saber, los céneos, ceneceos, cedmoneos, cetheos, pherezeos, raphain, los amorreos, cananeos, eteos, gerheseos y jebuseos.

Todo esto sucedió en visión, y querer particularmente tratar de raíz de cada cosa sería muy largo y excedería la intención y propósito de esta obra; bástenos saber que después que dijo la Escritura que creyó Abraham a Dios, y que se le reputó por justificación, no se desdijo, ni faltó a esta fe, cuando dijo: "Señor, cuyo es el dominio, ¿cómo sabré que seré tu heredero?", porque le había prometido la posesión y herencia de aquella tierra. No dice cómo lo he de saber, como si todavía no lo creyese, sino cómo lo sabré, para que lo que había creído se lo manifestase con alguna semejanza con que pudiese conocer el cómo había de ser.

Así como no es desconfianza lo que dijo la Virgen María: "¿De qué manera se hará esto, si yo no conozco varón?" Porque estaba cierta de que había de ser, preguntaba el modo cómo había de ser, y preguntado esto la dijo el ángel: "Vendrá sobre ti el Espíritu Santo, y te hará sombra la virtud del Altísimo."

En efecto; aquí dio, también Dios a Abraham el modo y semejanza en la vaca, en la cabra, en el carnero y en las dos aves, tórtola y paloma, para que supiese que conforme a éstos había de ser lo que él no dudaba que había de ser.

Ya, pues, por la vaca quisiese significar el pueblo puesto debajo del yugo de la ley; por la cabra, que el mismo pueblo había de ser pecador, y por el carnero, que el mismo pueblo también había de reinar (cuyos animales se dicen de tres años porque siendo tres los períodos más insignes y notables de los tiempos, es a saber, desde Adán hasta Noé, desde Noé hasta Abraham y desde éste hasta David, el primero que, reprobado Saúl, fue establecido por voluntad del Señor en el reino de la nación israelita; en este tercer orden y catálogo que comprende desde Abraham hasta David, como quien anda en la tercera edad, llegó a su juventud aquel pueblo), ya signifiquen estas cosas algún otro misterio con más conveniencia, con todo de ningún modo dudo que lo que añadió de la tórtola y de la paloma fueron figuras y significaciones espirituales, y que por lo mismo dice la Escritura: "Que no dividió las aves", porque los carnales son los que se dividen entre sí, pero los espirituales de ninguna manera, ya se desvíen y retiren del trato y comercio de los hombres, como la tórtola, ya vivan entre ellos, como la paloma. Sin embargo, una y otra ave es simple y nada perjudicial, significándonos también que en el pueblo israelita, a quien había de darse aquella tierra, los hijos de promisión habían de ser individuos, o sin división, y que, heredando el reino, habían de permanecer en la eterna felicidad.

Las aves que bajaban sobre los cuerpos que estaban divididos no significa cosa buena, sino los espíritus de este aire, que andan en busca de pasto suyo en la división de los carnales.

Que se sentó con ellos Abraham significa que también entre las divisiones de los carnales han de perseverar hasta el fin del siglo los verdaderos fieles, y que al ponerse el sol invadió a Abraham un pavor y un temor tenebroso, y significa que al fin de este siglo ha de haber grande turbación y tribulación en los fieles, de la cual dice el Señor en el Evangelio "que habrá entonces una extraordinaria tribulación, cual no la hubo desde el principio".

Y lo que dice a Abraham: "Ten por indudable que tus descendientes han de peregrinar por tierra ajena, y que los han de poner en servidumbre, y los han de afligir cuatrocientos años", es clarísima profecía, del pueblo de Israel, que había de venir a servir en Egipto, no porque había de permanecer cuatrocientos años en esta servidumbre, afligiéndolos los egipcios, sino que había de suceder esto en el año. Porque así como la Escritura dice de Tharé, padre de Abraham: "Fueron los días de Tharé en Charra doscientos y cinco años", no porque allí vivió todos, sino porque allí los cumplió, así también aquí interpuso: servirán y los molestarán cuatrocientos años, porque este número se cumplió en aquella aflicción, y no porque todo se pasó en ella.

Y dice cuatrocientos años por la plenitud del número, aunque sean algo más, ya se cuenten desde este tiempo en que Dios prometió a Abraham estas felicidades, ya desde que nació Isaac, por la descendencia de Abraham, de quien se profetizan todos estos sucesos. Porque se cuentan, como dijimos arriba, desde el año 7 de Abraham, cuando le hizo Dios la primera promesa, hasta la salida de Israel de Egipto, cuatrocientos treinta años, de los cuales hace mención el Apóstol de este modo: "A esta promesa y pacto, que hizo y juró a Dios Abraham, que llamo yo testamento, no le puede derogar o hacer írrito e inválido la ley que se promulgó cuatrocientos treinta años después del pacto y testamento."

Así pues, estos cuatrocientos treinta años se podían llamar cuatrocientos, porque no son muchos más, cuanto más habiendo ya pasado algunos de este número cuando Abraham vio y oyó estas maravillas en visión, o cuando, teniendo ya cien años, tuvo a su hijo Isaac, veinticinco años después de la primera promesa, quedando ya de estos cuatrocientos treinta cuatrocientos cinco, a los cuales quiso Dios llamar cuatrocientos.

Lo demás que sigue de la profecía nadie dudará que pertenece al pueblo israelita, y lo que se añade: "Habiéndose puesto el sol, formóse una llama, y he aquí un horno humeando y unas llamas de fuego que corrieron entre aquellas medias partes divididas", significa que al fin del siglo han de ser juzgados y castigados los carnales con fuego.

Porque así como se nos significa que la aflicción de la Ciudad de Dios, bajo ,el poder del Anticristo, ha de ser la mayor que jamás ha habido; así como se nos significa, digo, esta aflicción con el tenebroso temor de Abraham cerca de ponerse el sol, esto es, acercándose ya el fin del siglo; así en la puesta del sol, esto es, en el mismo fin, se significa con este fuego el día del juicio, que divide los carnales que se han de salvar por el fuego y se han de condenar en fuego. Después el testamento y promesa que Dios hace a Abraham, propiamente manifiesta la tierra de Canaam y nombra en ella once naciones desde el día de Egipto hasta el gran río Eufrates; no desde el grande río de Egipto, esto es, desde el Nilo, sino desde el pequeño que divide a Egipto y Palestina, donde está la ciudad de Rhinocorura.

CAPITULO XXV

De Agar, esclava de Sara, la cual Sara quiso que fuese concubina de Abraham

Desde aquí ya se siguen los tiempos de los hijos de Abraham, el uno tenido de la sierva Agar, y el otro de Sara, libre, de quienes hablamos ya en el libro anterior; y respecto a lo que sucedió, no hay motivo para echar la culpa a Abraham por haber tomado esta concubina, porque se valió de ella para procrear hijos y no para saciar el apetito carnal, ni por agraviar a su esposa, sino por obedecerla, quien creyó que sería consuelo de su esterilidad si la fecundidad de su esclava la hiciese suya, y con aquel privilegio o derecho que dice el Apóstol, "que el varón no es señor de su cuerpo, sino su mujer", se aprovechase la mujer del cuerpo de su marido para conseguir la descendencia que no podía por si misma.

No hay en este acto deseo lascivo ni torpeza carnal; la mujer entrega a su marido la esclava para tener hijos; por lo mismo la recibe el marido; ambos pretenden, no el deleite culpable, sino el fruto de la naturaleza; finalmente cuando la esclava se ensoberbeció contra su señora porque era estéril, como la culpa de este desacato, con la sospecha y celos de mujer, la atribuyese Sara antes a su marido que a otra causa, también aquí mostró Abraham que no fue amador esclavo, sino procreador libre, y que en Agar guardó el honor y decoro a Sara, no satisfaciendo su propio apetito, sino cumpliendo la voluntad de su esposa; que la admitió, y no la pidió; pues la dijo: "Ves ahí a tu esclava, en tu poder está; haz de ella lo que te pareciere."


CAPITULO XXVI

Dios promete a Abraham, siendo él anciano y Sara estéril, un hijo de ella, y le hace padre y cabeza de las gentes, y la fe de la promesa la confirma y sella con el Sacramento de la Circuncisión

Después nació Ismael de Agar, en el cual pudo sospechar Abraham que se cumplió lo que Dios le había prometido cuando, tratando de adoptar a uno de los criados de su casa, le dijo el Señor: "No será este criado tu heredero, sino uno que saldrá de ti será tu heredero." Para que no imaginase que esta promesa se había cumplido en el hijo que había tenido de su esclava, siendo ya de noventa y nueve años, se le apareció el Señor, y le dijo: "Yo soy Dios, procura ser agradable en mi acatamiento, vivir irreprensible y pondré mi testamento y pacto entre yo y tú, y te multiplicaré extraordinariamente. Postróse Abraham con el rostro en tierra y le habló el Señor diciendo: "Ven aquí, que yo hago mi pacto contigo, y serás padre y cabeza de muchas gentes, y no será más tu nombre Abrán sino que te llamarás Abraham, porque te he constituido padre de muchas naciones y te multiplicaré grandemente. Te haré jefe y cabeza de las naciones, y procederán de ti reyes; haré mi pacto entre yo y tú, y entre tu descendencia después de ti por sus generaciones con pacto eterno. Seré tu Dios, y de tus descendientes después de ti, y te daré a ti y a tus sucesores esta tierra en que vives ahora peregrino, es a saber, toda la tierra de Canaam en posesión perpetua, y seré el Dios de ellos. Y dijo Dios a Abraham: Y tú guardarás mi pacto, y tu descendencia después de ti por sus generaciones. Este es el pacto que habéis de guardar entre yo y vosotros, y entre tu descendencia después de ti por sus generaciones; se circuncidará cualquiera varón que hubiese entre vosotros, y os circuncidaréis en la carne de vuestro prepucio, y servirá en señal del pacto que hay entre yo y vosotros. Todo infante que tuviese en vuestras generaciones ocho días, circuncídese, ya sea nacido en casa, o esclavo comprado de cualquiera extraño, aunque no sea de tu sangre, se circuncidará, y estará la señal de mi pacto en vuestra carne en convención perpetua. Y el infante que no estuviere circuncidado en la carne de su prepucio al octavo día será excluido de su pueblo, porque no guardó mi pacto. Y dijo Dios a Abraham: Sarai, tu mujer, no se ha de llamar de aquí adelante Sarai, sino Sara. Yo la daré mi bendición, y tendrás de ella un hijo, y será cabeza de muchas naciones, y descenderán de él reyes, caudillos y jefes de naciones. Postróse Abraham con el rostro en tierra, rióse, y dijo en su corazón: ¡Que siendo yo de cien años he de tener un hijo, y siendo Sara de noventa ha de dar a luz! Y dijo Abraham a Dios: Viva, Señor, este Ismael, de manera que sea agradable en tu acatamiento; y dijo Dios a Abraham: Bien está, ved aquí que Sara, tu mujer, te dará un hijo y le llamarás Isaac; yo confirmaré mi pacto con él; será pacto eterno, seré su Dios, y de su descendencia después de él; y por lo tocante a Ismael, he oído tu petición, he aquí que yo lo he echado mi bendición y le he de multiplicar grandemente; engendrará y producirá doce naciones, y le haré cabeza de una grande nación; pero mi pacto le he de confirmar con Isaac, que es el que ha de nacer de Sara dentro de un año."

Aquí están más claras las promesas de la vocación de los gentiles en Isaac, esto es, en el hijo de promisión, en que se nos significa la gracia y no la naturaleza; porque promete Dios un hijo de un anciano y de una vieja estéril, pues aunque el curso natural de la generación sea también obra de Dios, donde se ve más palpable la operación de Dios, estando la naturaleza viciada e inerte, allí con más claridad se echa de ver la gracia.

Y porque esto había de venir a ser, no por generación, sino por regeneración, por eso lo manda Dios, e impone la circuncisión, cuando le promete el hijo de Sara.

Y al mandar que todos se circunciden, no sólo los hijos, sino también los esclavos nacidos en casa y comprados, manifiesta que a todos se extiende esta gracia; porque ¿qué otra cosa significa la circuncisión que una renovación de la naturaleza ya desechada con la senectud? Y el octavo día, ¿qué otra cosa nos significa que a Cristo, quien al fin de la semana, esto es, después del sábado, resucitó? Múdanse también los nombres de los padres, todo suena novedad, y en el Viejo Testamento se entiende que está figurado el Nuevo; porque ¿qué es el Testamento Viejo sino una cubierta y sombra misteriosa del Nuevo? Y ¿qué otra cosa es el que se dice Nuevo sino una manifestación y descubrimiento del Viejo?

La risa de Abraham es una alegría del que se muestra agradecido, y no irrisión o burla de quien se manifiesta desconfiado.

Asimismo las palabras que dijo en su corazón: "¡Que de cien años he de tener hijo, y que de noventa ha de dar a luz Sara!" no son de quien duda, sino de quien se admira. Y si alguno dudase de lo que dice: "Y te daré a ti y a tus descendientes esta tierra en que vives ahora", es a saber, toda la tierra de Canaam en posesión perpetua, como se entiende que se cumplió, o se espera que se cumplirá, puesto que ninguna posesión terrena puede ser eterna, entienda y sepa que perpetuo o eterno interpretan los nuestros lo que los griegos llaman "aionión", que se deriva de siglo, porque "aión" en griego quiere decir siglo. Los latinos no se han atrevido a llamar a esto secular, por no darlo otro sentido completamente distinto; porque muchas cosas se llaman seculares que se hacen en este siglo, y pasan en bien breve tiempo; pero lo que llaman "aionión", o no tiene fin, o llega hasta el fin de este siglo.


CAPITULO XXVII

El alma del niño que no se circuncida al octavo día, perece; pues quebrantó el pacto con Dios

Asimismo puede ser dudosa la interpretación de lo que dice: "Si el infante que no se circuncidare en la carne de su prepucio perecerá su alma de su pueblo, porque no guardó mi pacto y testamento", ya que en esto no tiene culpa el niño, cuya alma, dice, que ha de perecer, ni tampoco él quebrantó el testamento y pacto de Dios, sino sus padres, que no le quisieron circuncidar, a no ser que también los niños, no según la propiedad de su vida, sino según el origen común del linaje humano, todos hayan quebrantado el testamento y pacto de Dios en aquel "en quien todos pecaron".

Porque son muchos los que se llaman testamentos o pactos de Dios, además de aquellos dos grandes, el Viejo y el Nuevo, como puede observarlo cualquiera en la Sagrada Escritura.

El primer testamento y pacto que se efectuó con el primer hombre sin duda fue aquél: "El día que comieseis del fruto del árbol vedado, moriréis": y así se escribe en el Eclesiástico: "Que toda la carne se envejece y se consume como se gasta y deshace un vestido, porque está en vigor el testamento y pacto desde el principio del mundo, que mueran los que quebrantaren los mandamientos de Dios."

Habiendo después promulgado Dios la ley con más claridad, y diciendo el Apóstol "que donde no hay ley tampoco hay prevaricación", ¿cómo será cierto lo que dice el real Profeta "que a todos los pecadores de la tierra los tiene por prevaricadores", sino porque los que se hallan aprisionados en las cadenas de algún pecado, todos son reos y culpados de haber prevaricado y sido infractores de alguna ley? Por lo cual, aunque los niños, como enseña la verdadera fe, nacen no particularmente, sino originalmente pecadores, y por eso confesamos que tienen necesidad de que les dispensen la singular gracia de la remisión de los pecados, sin duda que del mismo modo que son pecadores son también infractores de la ley promulgada en el Paraíso; de forma que es verdad lo uno y lo otro que expresa la Escritura: "A todos los pecadores de la tierra tuve por prevaricadores, y donde no hay ley tampoco hay prevaricación."

Y cuando la circuncisión fue signo de la regeneración, no sin causa la generación perderá al niño por causa del pecado original con que se violó el primer testamento y pacto de Dios, si la regeneración no le libra de la pena.

Deben, pues, entenderse estos testimonios de las sagradas letras así: "El alma del que no fuere reengendrado perecerá de entre su pueblo porque infringió mi testamento y pacto", supuesto que con todos pecó él en Adán. Porque si dijera: "porque quebrantó este mi pacto", nos obligaría a entenderlo de esta circuncisión; pero como no declaró qué pacto violó el niño, nos queda libertad para entender que lo dijo por aquel pacto cuya infracción puede comprender al niño. Y si alguno opinare que no se dijo sino por esta circuncisión, porque en ella el niño quebrantó el pacto de Dios, no circuncidándose, busque algún particular modo de hablar con que, sin absurdo, pueda entenderse que por eso se quebrantó el testamento y pacto. Pues aun cuando él no le violó, se quebrantó en él; y aun de este modo es de advertir que el alma del niño incircunciso no perece justamente por alguna negligencia o descuido propio que haya habido en él, sino por la obligación del pecado original.


CAPITULO XXVIII

Del cambio de los nombres de Abraham y de Sara, y cómo no pudiendo engendrar por la esterilidad de Sara y la mucha edad de ambos, alcanzaron el beneficio de la fecundidad

Hecha esta promesa tan grande y tan clara a Abraham, cuando dijo Dios expresamente: "Te he hecho padre y cabeza de muchas gentes, y te multiplicaré grandemente; haré que salgan de ti muchas naciones y muchos reyes, cuya promesa vemos ahora que se cumple en Cristo." De allí adelante, a aquellos casados, marido y mujer, no los llama la Escritura como se llamaban antes, Abrán y Sarai, sino como nosotros los hemos llamado desde el principio, y así los llaman todos Abraham y Sara. De haber mudado el nombre a Abraham se le da la razón, porque dice: "Haré que seas padre de muchas gentes." Esto hemos de entender que significa Abraham, pero Abrán, como antes se llamaba, quiere decir padre excelso. No se pone la razón del cambio del nombre de Sara, aunque, según dicen los que escribieron las interpretaciones de los nombres de la Sagrada Escritura, Sarai quiere decir princesa mía, y Sara, virtud; y así se dice en la carta de San Pablo a los hebreos: "Sara, por la fe, recibió virtud para concebir." Ambos eran ancianos, como dice la Escritura, y ella estéril. Esta es la maravilla que encarece el Apóstol, y por eso dice que estaba ya muerto el cuerpo de Abraham.


CAPITULO XXIX

De los tres hombres o ángeles en quienes se cuenta que se apareció el Señor a Abraham junto al encinar de Mambré

Asimismo se apareció Dios a Abraham junto al encinar de Mambré en figura de tres varones, quienes no hay duda que fueron ángeles, aunque hay algunos que imaginan haber sido uno de ellos Nuestro Señor Jesucristo, de quien, dicen, que antes de vestirse de nuestra carne mortal era visible.

Puede, ciertamente, Dios, que tiene naturaleza invisible, incorpórea e inmutable, aparecer a los ojos mortales sin cambio alguno suyo, no por sí mismo, sino en figura de alguna de sus criaturas.

¿Qué cosa hay que no esté sujeta y subordinada a este gran Dios?

Pero si dicen que algunos de estos tres fue Cristo, porque, habiendo visto tres, habló en singular con el Señor, pues dice la Escritura: "Y he aquí que tres varones se acercaron a él, y viéndolos, salió corriendo a recibirlos desde la puerta de su tabernáculo, e inclinándose hacia la tierra, dijo: Señor si he hallado gracia en tu acatamiento, etc.", ¿por qué no advierten que dos de ellos habían ido a destruir a los sodomitas, estando todavía Abraham hablando con el otro, y llamándole Señor, e intercediendo para que no destruyese en Sodoma al justo juntamente con el pecador? A los otros dos los recibió Lot, y asimismo en el razonamiento que tuvo con ellos, siendo dos, los llamó en singular Señor. Porque habiéndoles dicho en plural: "Venid, Señor, y serviros de la casa de vuestro siervo", y lo demás que allí dice, sin embargo, leemos después: "Y tomaron los ángeles de la mano a Lot, a su mujer y a sus dos hijos, porque el Señor le quería perdonar, y luego que le sacaron de la ciudad, le dijeron: huye y libra tu vida; no vuelvas la cabeza ni mires atrás, y no pares en esta región; acógete al monte y ponte en salvo por que no perezcas. Y Lot les dijo: Suplícote, Señor, ya que tu siervo ha hallado misericordia en tu acatamiento...", con lo demás que se sigue. Después, a continuación de estas expresiones, le respondió el Señor asimismo en número singular estando en los dos ángeles, diciendo: "He oído tu petición y uso contigo de misericordia."

Es, pues, mucho más creíble que Abraham en los tres, y Lot en los dos, reconocieron al Señor con quien hablaban en persona singular, aun cuando imaginaban que eran hombres, porque no por otra causa los recibieron y hospedaron, sino para servirles como a mortales, y que tenían necesidad del humano socorro.

Con todo, había ciertamente alguna cualidad en ellos, por la cual eran tan excelentes y notables, aunque bajo apariencia de hombres, que los que los hospedaban no podían dudar que en ellos estaba el Señor, como suele estar en los profetas; y por eso, en repetidas ocasiones, les hablaban en plural, llamándoles señores, y algunas veces en singular, hablando con el Señor en ellos. Sin embargo, dice expresamente la Escritura que eran ángeles, no sólo en el libro del Génesis, donde se refiere esta historia, sino también San Pablo en su carta a los hebreos, donde, elogiando la hospitalidad, dice: "Que por este motivo algunos, ignorándolo, hospedaron a los ángeles."

Prometiéndole, pues, nuevamente a Abraham aquellos tres varones un hijo de Sara, dice la divina promesa de esta forma, hablando con Abraham: "Nacerá de él una nación grande y dilatada, y serán benditas en él todas las gentes de la tierra." Aquí también se le prometen aquellas dos cosas, brevísima y plenísimamente: la gente de Israel, según la carne, y todas las demás naciones, según la fe.

CAPITULO XXX

Cómo libró Dios a Lot de Sodoma, y asoló a los sodomitas con fuego del cielo

Después de esta promesa, habiendo Dios librado a Lot de Sodoma, bajó del cielo una lluvia de fuego, y convirtió en cenizas y pavesas toda la región de aquella abominable ciudad, donde eran tan comunes y lícitos los estupros, como otros crímenes que suelen permitir las leyes. Aunque el castigo de éstos fue una figura o representación del futuro juicio de Dios.

¿Qué quiere decir el prohibir a los que libertaban los ángeles volver la vista atrás sino que no hemos de volver con el ánimo y el corazón a la vida pasada que dejamos cuando nos reengendramos por la gracia, si queremos librarnos del último juicio?

La mujer de Lot, en el mismo lugar que miró hacia atrás, allí quedó convertida en estatua de sal, dejando a los fieles preservativo para que aprendan a guardarse de igual fracaso.

A poco tiempo sucedió a Abraham en Gerara con Abimelech, rey de aquella ciudad, lo mismo que en Egipto, cuando Faraón le tomó a Sara su esposa. Se la volvió Abimelech sin haberla tocado de modo alguno; también increpando el rey a Abraham porque le había ocultado que era su esposa, diciéndole que era su hermana, contestó Abraham al cargo diciéndole, entre otras cosas: "Realmente es hermana mía por parte de padre, mas no de la de madre", porque por parte de su padre era hermana de Abraham, uniéndoles tan inmediato parentesco; y fue tan hermosa que aun en aquella edad pudo ser apreciada.


CAPITULO XXXI

Del nacimiento de Isaac, según la promesa de Dios

Después de esto le nació a Abraham, según la promesa de Dios, un hijo de Sara, a quien llamó Isaac, que quiere decir risa, porque se rio el padre, admirándose de alegría, cuando se lo prometió Dios, y asimismo se rió su madre cuando en otra ocasión se lo ofrecieron aquellos tres mancebos, dudando de contento, aunque se lo zahirió y reprendió el ángel; porque aquella risa, aunque fue también de gozo, sin embargo, no fue efecto de una fe y esperanza perpetua, por lo que después el mismo ángel la confirmó en la fe, de donde tomó su nombre el niño.

Y que aquella risa no fue burlarse de él, o escarnio, sino celebrar su interior alegría y contento, lo manifestó Sara en que apenas nació Isaac le puso aquel nombre, porque dijo: "Me ha hecho reír el Señor, y cualquiera que lo oyere se reirá y alegrará conmigo."

A muy poco tiempo echan de la casa a la esclava con su hijo, cuya acción significa, según el Apóstol, los dos testamentos: el Viejo y el Nuevo, donde Sara nos representa la figura de la Jerusalén celestial, esto es, de la Ciudad de Dios.


CAPITULO XXXII

De la fe y obediencia de Abraham, con que fue probado, recibiendo orden de sacrificar a su hijo, y de la muerte de Sara

Entre otras cosas, que sería larga digresión el relatar, tienta Dios a Abraham, pidiéndole que le ofrezca en sacrificio a su querido hijo Isaac, para que quedase probada su santa obediencia, y se manifestase a los ojos del mundo, no a los de Dios. No hemos de tener por malas todas las tentaciones, sino que debemos estimar y agradecer la que sirve de prueba. Por lo general, el corazón del hombre no puede tener de otra forma noticia de sí mismo, si no le dijera y declarara sus fuerzas, examinándole y preguntándole en cierto modo la tentación, no con palabras, sino con la misma experiencia; y si en tal caso reconoce la merced de Dios, entonces es santo, entonces se fortalece con la firmeza y fortaleza de la gracia, y no se deja hinchar con la vanidad de la arrogancia.

Nunca, sin duda, creyó Abraham que gustaba Dios de víctimas humanas; pero instando el mandato del Señor, se debe obedecer y no replicar.

Con todo, Abraham es digno de elogio, pues habiendo de sacrificar a su hijo, creyó que resucitaría, porque le había dicho Dios, al no querer cumplir la voluntad de su esposa Sara sobre desterrar de su casa a la esclava y a su hijo: "Por Isaac has de tener la descendencia", y, sin embargo, en el mismo lugar prosigue diciendo: "Y al hijo de esta esclava le haré que sea padre y cabeza de una gran nación, porque es tu hijo." ¿Cómo, pues, dicen que por Isaac ha de tener la descendencia, llamando Dios también a Ismael su hijo y descendencia? Declarando el Apóstol qué quiere decir por Isaac has de tener tu descendencia, dice: "Que no los que son hijos de Abraham, según la carne, son los hijos de Dios, sino los que son hijos y herederos de la divina promesa, los cuales se reputan por descendientes y verdaderos hijos de Abraham", y por eso los hijos de promisión, para que sean descendientes de Abraham, deben proceder de Isaac, esto es, se congregan y unen a Cristo llamándolos la gracia.

Teniendo, pues, esta promesa por infalible y cierta el piadoso y religioso padre, y observando que por este hijo, a quien Dios mandaba sacrificar, se había de cumplir necesariamente esta promesa, no dudó que podía volvérselo vivo después de haberle sacrificado quien se lo pudo dar, estando naturalmente inhabilitado para la procreación; y de este modo se entiende y expone expresamente en la Epístola de San Pablo a los hebreos: "Insigne –dice– fue la fe de Abraham, que, siendo tentado en Isaac, ofreció a su unigénito, en quien le había hecho Dios sus promesas, y por quien le había dicho: la descendencia que procederá de Isaac será la tuya, en quien he de cumplir mi promesa; creyendo que, aun de entre los muertos, podía resucitarle Dios." Y por eso añadió: "Que ésta fue igualmente la causa por qué le tomó por figura y semejanza." ¿Y de quién sino de Aquel de quien dice el mismo Apóstol: "Que no perdonó a su propio Hijo, sino que le entregó por la redención de todos nosotros"? Por eso también Isaac llevó, como el Señor su cruz, la leña a cuestas, sobre la cual le habían de poner en el lugar del sacrificio. Finalmente, porque no convino que muriese Isaac, después que ordenó Dios a su padre que no le quitase la vida, ¿qué quiere significar aquel carnero que, habiéndole sacrificado, con la figura de su sangre se cumplió el sacrificio? Pues cuando le vio Abraham estaba asido y enzarzado con los cuernos en una mata: ¿a quién, pues, figuraba éste sino a Cristo nuestro Señor, que antes de ser sacrificado le coronaron los judíos con espinas?

Pero dejemos eso y oigamos lo que nos dice el ángel: "Y echó Abraham mano al cuchillo para sacrificar a su hijo, y llamóle el ángel del Señor, y le dijo: Abraham; y éste respondió: Vedme aquí, Señor, ¿qué es lo que mandas? Y le dijo: No descargues tu mano sobre ese joven, ni le hagas daño, porque ahora he conocido que temes a tu Dios, pues por mi amor no has perdonado a tu querido hijo." Ahora he conocido, quiere decir, ahora he hecho que conozcan lo que Dios no ignoraba.

Después, habiendo sacrificado en lugar de su hijo Isaac al carnero, nombró Abraham, según dice la Escritura, a aquel lugar "el Señor ve", y, como dicen actualmente: "el monte en que el Señor apareció". Así como dijo: "Ahora he conocido", por decir: he hecho que conozcan, así también aquí "el Señor vio" debe entenderse el Señor apareció, esto es, hizo que le viesen: "Y llamó segunda vez el ángel del Señor a Abraham desde el cielo, diciendo: 'Por mí mismo he jurado –dice el Señor– porque obedeciste mi mandato, y por mi amor no perdonaste a tu querido hijo, cierta e infaliblemente te echaré mi bendición y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena de las playas; y tu descendencia poseerá las ciudades de sus enemigos, y todas los naciones de la tierra serán benditas en tu descendencia porque obedeciste mi voz'." De este modo, después del sacrificio que fue figura de Cristo, confirmó Dios también con juramento aquella promesa de la vocación de los gentiles en la descendencia de Abraham, pues en muchas ocasiones lo había prometido pero jamás lo había jurado. ¿Y qué es el juramento de Dios verdadero, y que dice siempre verdad, sino una confirmación de la promesa y una especial reprensión de nuestra infidelidad e incredulidad?

Después de esto murió Sara a los ciento veintisiete años de su edad, y a los ciento treinta y siete de su marido, porque la llevaba diez años, como dijo el mismo patriarca cuando Dios le ofreció un hijo de ella: "¡Que siendo ya de cien años he de tener un hijo, y siendo Sara de noventa ha de concebir!" Compró Abraham una heredad en que sepultó a su mujer, y entonces, según la relación de San Esteban, fijó su residencia en aquella tierra, porque comenzó a tener en ella posesiones heredadas por la muerte de su padre, quien, según conjeturas probables, falleció dos años antes.


CAPITULO XXXIII

De Rebeca, nieta de Nachor, con quien se casó Isaac

Después de esto, siendo Isaac ya de cuarenta años, se casó con Rebeca, nieta de su tío Nachor, es a saber, a los ciento y cuarenta años de la edad de su padre, tres años después de muerta su madre.

Y cuando para casarse con ella envió su padre a Mesopotamia un criado suyo, ¿qué otra cosa nos quiso significar cuando a este criado le dijo Abraham: "Llega tu mano a mi muslo y júrame por el Señor Dios del cielo y por el Señor de la tierra que no tomarás ni recibirás por mujer para mi hijo Isaac a ninguna de las hijas de los cananeos", sino que el Señor Dios del cielo y de la tierra había de venir hecho hombre, descendiendo de aquel tronco y de aquel muslo? ¿Acaso son pequeños estos indicios de la verdad profetizada que vemos cumplida en Jesucristo?


CAPITULO XXXIV

Qué significación tiene el que Abraham, después de la muerte de Sara, se casó con Cethura

¿Y qué quiere significar que Abraham, después de la muerte de Sara, contrajo matrimonio con Cethura? Lo cual por ningún motivo debemos sospechar que fue efecto de incontinencia, especialmente en una edad avanzada cual era la suya, y en una santidad de fe y virtudes como eran las que ilustraban a este patriarca. ¿Acaso pretendía todavía tener hijos teniendo ya por el inefable testimonio de la divina promesa una multitud tan dilatada de hijos por la estirpe de Isaac, significados en las estrellas del cielo y en la arena de la tierra?

Pero si Agar e Ismael, según la doctrina del Apóstol de las gentes, San Pablo, significaron propiamente a los hombres carnales del Antiguo Testamento, ¿por qué causa Cethura y sus hijos no han de significar y representar del mismo modo los carnales que imaginan pertenecer al Nuevo Testamento? A las dos las llama la Escritura mujeres y concubinas de Abraham; pero a Sara jamás la llamó concubina, sino solamente mujer, en atención a que aun cuando Sara concedió a su esposo para el efecto de la procreación a su esclava Agar, dice el sagrado texto: "Tomó Sara, mujer de Abraham, a Agar, esclava suya, natural de Egipto, a los diez años de vivir Abraham en la tierra de Canaam, y se la dio a Abraham, su esposo, por mujer", y de Cethura, que la tomó en matrimonio después del fallecimiento de Sara, dice así: "Volvió Abraham a casarse otra vez con una mujer llamada Cethura." Ved aquí cómo ambas se llaman mujeres y ambas se halla que fueron concubinas, porque añade después la Escritura: "Que dio Abraham toda su hacienda raíz a Isaac su hijo; y a los hijos de sus concubinas les repartió una porción de los bienes muebles, separándolos de su hijo Isaac aun viviendo él y enviándolos hacia la tierra oriental."

Así que los hijos de las concubinas tienen algunos bienes, pero no heredan el reino prometido; ni los herejes, ni los judíos carnales, porque a excepción de Isaac, no hay otro heredero: "ni los que descienden de Abraham, según la carne, son los hijos de Dios, sino los que son hijos y herederos de la divina promesa, esos mismos tiene Dios por descendientes y verdaderos hijos de Abraham, de quienes dice la Escritura: la descendencia que procederá de Isaac, esa será la tuya, en quien he de cumplir mi promesa."

En verdad no hallo razón para que Cethura, con quien casó después del fallecimiento de su mujer, se llame concubina, si no es por este misterio; pero el que no quisiere tomarlo bajo esta significación, no por eso calumnie a Abraham. ¿Y quién podrá saber si Dios previo esto con su divina presciencia, contra las herejías que habían de suscitarse respecto de las segundas nupcias, para que en el padre y cabeza de muchas naciones, casándose segunda vez después de la muerte de su mujer, se nos manifestase con toda evidencia que no era pecado?

"Murió, pues, Abraham siendo de ciento setenta y cinco años", y dejó, según este cálculo, a su hijo Isaac en la edad de setenta y cinco años, supuesto que le tuvo en la de ciento.