Atrivm. Portal cristiano.
Antiguedad
Atrivm
BOECIO (Roma, 480 - Pavía, 524/525)

LA CONSOLACIÓN POR LA FILOSOFÍA
(Selección)

Consejo Nacional para la Cultura y las Artes
Traducción de La consolación por la filosofía por el poeta Esteban Manuel de Villegas (1663) completada con la que previamente realizó Fray Alberto de Aguayo (1516)

LIBRO SEGUNDO

PROSA I

Luego que hubo dicho estas razones, calló por un poco de tiempo; y después de haber granjeado con modesto silencio mi atención, empezó a decir de esta suerte:
Filosofía: Si es que he conocido de raíz las causas y estado de tu enfermedad, realmente tú estás postrado por el afecto y deseo de la fortuna pasada; porque sólo ella, con haberse mudado (según tú lo das a entender), ha trastornado el sosiego de tu alma. Conozco los varios afeites de aquel monstruo y a qué grados de halagüeña amistad llega con los que quiere burlar, hasta empeñar en un dolor insufrible a los que deja desesperados. De cuya naturaleza, costumbre y merecimiento, si te acordases, echarías de ver que jamás por ella tuviste cosa buena ni la perdiste. Pero determino no cansarme mucho en traértelo a la memoria, porque solías embestirle con palabras útiles cuando la tenías presente y favorable, persiguiéndola desde lo íntimo de nuestro templo con razones bien explicadas. Pero toda repentina mudanza jamás sucede que no sea con algún asalto del alma, y esto te ha hecho a apartarte un poco de tu sosiego. Pero ya es tiempo de que bebas y gustes alguna cosa blanda y suave que llegando a tus interiores haga senda a las bebidas más eficaces. Por tanto, ea, venga aquí la persuasiva de la dulce Retórica, la cual entonces anda por camino derecho, cuando no sale de nuestros límites, y venga, asimismo, con ella la Música nacida en nuestro domicilio y cante ya los más apacibles tonos y ya los más graves.
Retórica y Música: ¿Qué es esto, hombre? Dinos qué cosa es la que te ha traído a tales lágrimas y tristeza. Creemos, sin duda, que debes de haber visto alguna nueva y jamás usada. Tú, si piensas que la fortuna se ha mudado contigo, yerras. Éstas son sus costumbres; éste, su natural. Ella, en las mudanzas mismas que contigo ha hecho, ha guardado el tenor de su propia constancia. De esta condición era cuando te halagaba, cuando te burlaba delante con menos de fingida felicidad. Al fin has llegado a ver la dudosa apariencia de esta ciega deidad. Porque a otros si hasta ahora se les ha ocultado, a ti se te ha del todo descubierto. Si te parece bien, usa de sus costumbres y no te quejes; pero si con ella te estremeces, desdéñala y échala como cosa perjudicial. Pues la que te es ocasión de tanta tristeza, ésa de razón debía serlo de tu tranquilidad, no más de porque te dejó: que mientras ella no dejare, ninguno puede estar seguro. ¿Acaso tú le das el nombre de preciosa a la felicidad que se ha de ir? ¿Es tan agradable la fortuna presente, que no asegura la estancia y que ha de dejar tristeza con su partida? Porque si no puede a nuestra elección ser detenida, y huyendo hace a los hombres calamitosos, ¿el ser fugaz qué otra cosa es sino un señuelo de la calamidad venidera? ¿No basta mirar lo que tenemos delante de los ojos? La prudencia pondera el fin de las cosas; así que la misma mudanza de adversa y próspera hace que las amenazas de la misma fortuna no sean temidas ni sus caricias deseadas. Finalmente conviene con igual ánimo llevar cuanto se platica dentro del círculo de la fortuna, desde que tuvieres el cuello debajo de su yugo. Porque si a la que de buena gana elegiste por señora le quieres dar ley, ¿no echas de ver que le haces injuria y que exasperas la suerte que no puedes mudar? Si dieses velas a los vientos, claro está que habías de ser llevado, no donde tu voluntad quisiese, sino donde su soplo te arrojase. Si encomendases a los campos tus semillas, es fuerza que habías de compensar los años abundantes con los estériles. Tú te entregaste al gobierno de la fortuna, pues conviene que obedezcas a tu señora. ¿Y es posible que intentes detener el ímpetu de la rueda que se va volviendo? Pues, ¡oh el más necio de los mortales!, advierte que, si empieza a pararse, deja de ser fortuna.

METRO I

Esta cuando quisiere
con mano poderosa
trastornar el estado
de las humanas glorias,
no de otra suerte mueve
la planta bulliciosa,
que si el Euripo fuera
que triunfa de las ondas.
Los reyes atropella,
temidos hasta ahora,
y el rostro del vencido
que se humillaba entona.
Al mísero no escucha,
ni cuida del que llora,
que antes nace su risa
de las que da zozobras.
Porque según estilo
practicado en su lonja,
así juega, y así
sus fuerzas acrisola.
Y es cierto que a los suyos
les hace gran lisonja,
si uno cae y a ser vuelve
feliz, todo en una hora.

PROSA II

Filosofía: Quisiera, además de esto, altercar contigo, por boca de la misma fortuna; advierte, y veamos si tiene razón.
Fortuna: Ven acá, hombre: ¿por qué cada día me andas llamando delincuente con tus querellas? ¿Que injuria te hemos hecho? ¿Qué bienes te hemos quitado que sean tuyos? Ponme pleito delante del juez que quisieres sobre tus riquezas y dignidades, y si me probares ser estos bienes de alguno de los mortales, yo confesaré de buena gana que estas cosas que me pides han sido tuyas. Cuando Naturaleza te echó del vientre de tu madre desnudo, yo por verte necesitado y pobre de todas las cosas, te recibí y te abrigué con mis riquezas; y, además de esto, te crié con más regalo y te rodeé con toda la opulencia y esplendor de mis alhajas. ¿Qué es lo que ahora te hace indignar contra mí porque me plazca retirar la mano? Tú, de razón, debes dar gracias de haberte aprovechado de cosas ajenas, sin tener acción de querella, como si hubieras perdido lo que era tuyo. ¿De qué, pues, lloras? Por lo menos, de mí no has recibido ninguna injuria. Las riquezas, las dignidades y las demás cosas semejantes a éstas todas son mías. Las criadas reconocen a la señora; conmigo vienen; y si me voy, conmigo también se van. Y puedo asegurarte con osadía que si estas cosas perdidas de que te quejas fueran tuyas, de ninguna manera las hubieras perdido. ¿Por ventura he de ser yo sola la prohibida de usar de mi derecho? Al cielo le es permitido sacar a luz los días claros y esconderlos con noches oscuras; al año, vestir el haz de la tierra con flores y mieses, y luego con lluvias y fríos desnudarla; al mar, recrear con la serena calma, y después amedrentar con hinchadas tormentas; ¿y será bien que a mí condene a una constancia ajena de mi condición la codicia desenfrenada de los hombres? Éste es nuestro estilo; éste es el juego ordinario que jugamos. La rueda traemos por círculo, que con facilidad se revuelve, y tenemos gusto de remudar las cosas bajas por las altas. Si te agrada, sube; pero con condición que no has de pensar que te hago injuria si te bajare cuando lo pidiera la ley de mi juego. ¿Es posible que tú ignorases mis costumbres? ¿De Creso, rey de Lidia, no sabías que poco antes había sido terror de Ciro y después entregado a las llamas de un miserable fuego, del cual se libró por voluntad del cielo con una avenida de agua que cayó? A Paulo, ¿no le costaron lágrimas las calamidades de su vencido el rey Perseo? ¿Qué otra cosa llora el clamor de las tragedias si no es una fortuna que sin concierto trastorna la prosperidad de los reinos? Siendo niño, ¿no aprendiste que en el umbral de la casa de Júpiter había dos tinajas, la una llena de bienes y la otra de males? ¿Qué será, pues, si de la parte de los bienes cargaste más abundantemente? ¿Qué si del todo no me he apartado de ti? ¿Qué si esta misma mudanza mía te da ocasión justa de esperar cosas mejores? Así que no pierdas el ánimo ni desees vivir en un reino que es de todos con derecho de propiedad.

METRO II

Si tantas como arenas
el mar levanta cuando está alterado,
o cuantas da serenas
luces el cielo cuando está estrellado,
vertiere la fortuna
de sus riquezas sin dejar ninguna;
no por eso el humano
cesará en su querella; y si copioso
diere con larga mano
oro al avaro Dios, y al ambicioso
dignidad sublimada,
para quien ya lo tiene, todo es nada.
Y así la codiciosa
ansia cuanto más traga, más hambrienta
se muestra y más golosa.
¿Pues qué frenos podrán a tan violenta
pasión y desbocada
detener sin que venga a despeñada?
Y más cuando la ardiente
sed con la misma copia y redundancia
se hace más insolente:
Por eso no el que tiene la abundancia
es rico, sí medroso
si se tiene por muy menesteroso.

PROSA III

Filosofía: Si estas cosas hablara la fortuna contigo, tengo por sin duda que no tuvieras qué responderle; o si en defensa de tu querella tienes alguna, declárate, que bien te daremos oídos.
Yo entonces le dije:
—Confieso que estas palabras son en sí muy hermosas, por venir ungidas de la miel suave de la Retórica y de la Música; y así sólo deleitan cuando se escuchan. Pero el sentimiento de los males en los afligidos entra más en hondo; y así, cuando ellas dejan de sonar en los oídos, la tristeza allá metida hace mayores las angustias del alma.
Filosofía: Así es —dijo—; pero esto no se te aplica por vía de remedio, sino para que sean temperamentos contra las curaciones del dolor tan rebelde; que lo que de ordinario tiene eficacia de penetrar hasta lo más íntimo, yo lo aplicaré a su tiempo. Con todo eso no te tengas por desdichado. ¿Por ventura haste olvidado del número y modo de tu felicidad? Callo el cuidado que tuvieron de ti los grandes varones cuando quedaste huérfano de padre, y el ser escogido para la afinidad de los mejores de la ciudad, y lo que más hace precioso el parentesco, que primero fuiste amado que fueses pariente. ¿Quién no te llamará felicísimo si por una parte viere el gran esplendor de tus suegros, por otra la honestidad de tu esposa y luego la buena dicha de hijos varones? Paso (que conviene pasar cosas comunes) las dignidades que ocupaste siendo mozo, negadas muchas veces a los viejos, porque deseo acercarme a la particular cima de tu felicidad, si es que el fruto de las cosas mortales tiene algún peso de bienaventuranza. ¿Podrá, acaso, por más que sobrevengan maquinaciones de infortunios, borrarse de la memoria aquella claridad de ver tus hijos promovidos al consulado desde tu casa, ya con la concurrencia de los padres, ya con el aplauso de la plebe? ¿Y cuando ellos sentados en las sillas curules dentro de la curia, tú, dando las gracias al rey, mereciste ser alabado de ingenioso y fecundo? ¿Y cuando en el circo, en medio de dos cónsules, pudiste contentar con el triunfal donativo la ansia de la confusa muchedumbre? Por lo cual me hace creer que tú engañaste a la fortuna el tiempo que te acariciaba y provocaba a sus riquezas, porque te alzaste con la joya que jamás fió de hombre particular. ¿Y con todo eso quieres ponerte a cuentas con la fortuna ahora?
Cuanto a lo primero, demos que ahora te haya mirado con ojo maligno; si cotejas el número y modo de los días buenos con los malos, hallarás que hasta ahora no puedes menos de contarte por dichoso: porque si así no te presumes, no más que por haberse volado las cosas alegres, no es causa de afligirte por eso, que también las tristes se vuelan. ¿Por ventura has venido a esta comedia de la vida de repente y como huésped? ¿O piensas que hay permanencia en las cosas humanas, sabiendo que muchas veces una sola hora suele arrebatar al mismo hombre? Que aunque la seguridad de permanecer en lo que es tocante a la fortuna es cosa rara, al fin el último día de la vida viene a ser muerte de la fortuna estable. Además de esto, ¿qué diferencia hallas tú en dejarla muriendo o ella dejarte huyendo?

METRO III

Cuando por el alto Polo
esparce su luz el sol,
sobre caballos que tienen
de rosa el caparazón,
el rostro de las estrellas,
que hasta allí blanco se vio,
empieza a empalidecerse
con el grande resplandor;
y cuando el verano alegre,
que del Favonio sintió
la lisonja en sus rosales
purpureando el color,
oye del rabioso Austro
el enfurecido son,
deja también las espinas
desnudas de su valor.
Muchas veces en el mar
se ve la instable región
resplandecer sosegada
con uniforme color;
y muchas trémulamente
recibir el pardo horror
de la tormenta que vino
en brazos del aquilón.
Pues si de esta variedad
consta el mundo, y su tenor
es reducir a mudanza
todas las cosas que son:
¡ea!, da crédito fijo
de la fortuna al favor,
caduco, dalo a los bienes
que se van con pie veloz;
porque ya está decretado
por ley eterna de Dios,
que nada conste de cuanto
consta de generación.

PROSA IV

Yo entonces la dije: —¡Oh, ama de todas las virtudes! Confieso que dices la verdad; que no puedo negar la feliz carrera de mi prosperidad, y esto es lo que más me deshace cuando me acuerdo. Porque entre todos los desdenes de la fortuna, ninguno llega al haber sido feliz; que es un linaje de adversidad infelicísimo.
—Tú —dijo ella— pagas la pena de una falsa opinión; y así de razón no puedes echarle la culpa a las cosas. Porque si mueve este vano nombre de felicidad afortunada, conviene considerar que conmigo te quedan muchas y grandes; y así lo más estimado que en todo el patrimonio de tu fortuna poseías, eso mismo por merced del cielo se te está guardando sin lesión ninguna. ¿Pues podrás quejarte del rigor de la fortuna, estando salvas las cosas más principales?
Cuanto a lo primero vive sin daño aquella inestimable reverencia del género humano tu suegro, Símaco, a quien tú redimirías no perezoso con el precio de tu vida; varón por su sabiduría y virtudes consumado, que estando seguro de recibirlas, hace gran sentimiento de tus injurias. Vívete la mujer de ingeniosa modestia y de honestidad consumada, y para concluir con sus prerrogativas, semejante a su padre; y digo que para ti sólo desea la vida, no obstante que para sí la aborrece, y en sólo esto concederé mengua en tu felicidad, que es verla por cariño tuyo deshecha en lágrimas y tristeza. ¿Qué diré de tus hijos consulares, en cuya edad pueril resplandece, no solamente la muestra del ingenio del padre, sino también la del abuelo?
Y pues es cierto que el cuidado mayor que los mortales tienen es conservar la vida, ¡oh, dichoso de ti si llegas a conocer tu ventura!, pues al fin te sobra ahora lo que ninguno niega ser más amable que la misma vida. Por tanto, enjuga ya las lágrimas, puesto que aún no todos los infortunios te son contrarios en todo. Ni es tan terrible la tormenta que se ha levantado, pues están firmes las anclas, que no despiden el consuelo de este tiempo presente ni la esperanza del venidero.
Boecio: Y lo estén —dije yo entonces— ruego al cielo; porque si ellas duraren, suceda como sucediere, al fin nadaremos. Pero con todo eso, bien ves cuánto esplendor se nos haya extinguido.
Filosofía: Algo hemos aprovechado, pues al fin no te lastimas de toda tu contraria suerte. Pero no puedo sufrir tus delicadezas, cuando te veo ansiar tan lloroso y lastimero, porque le falte un algo a tu felicidad. ¿Quién es de tan entera ventura que no sienta en el estado de sus cosas alguna reyerta? Antes es tan vidriosa la condición de los humanos bienes, que o jamás sucede como se desea, o jamás en un mismo tenor permanece. De éste vemos que abunda en hacienda, pero está corrido con la bajeza de su sangre. De aquél, que se da a conocer con su nobleza; pero con la estrechura de su mendiguez se hace desconocido. El otro, felice en todo esto, llora el estado de su vida soltera. Cuál, dichoso en casamiento, pero sin hijos, engorda para los ajenos su patrimonio; y cuál, alegre con la sucesión, suele llorar las travesuras del hijo o de la hija.
Así que ninguno conviene en todo con la condición de su suerte, porque no hay cosa que no tenga que ignorar antes de la experiencia. Añade a esto que el sentido del dichoso es tan delicado, que si no suceden las cosas a medida de su antojo, se desmaya con la novedad de cualquier infortunio. Tales son las cosas que destemplan la fortuna de los más felices. ¿Cuántos habrá, si lo consideras, que se tendrían por muy vecinos a las estrellas si llegasen a tocar una parte de lo mucho que te ha quedado?
Este lugar a quien tú llamas destierro viene a ser patria para sus habitadores. Así que ninguna cosa es en sí desdichada, sino la que tú presumes serlo. Y, por el contrario, ninguna suerte que no sea dichosa, si se lleva con buen pecho. ¿O quién es aquel, por felice que sea, que si se deja vencer de la impaciencia, no desee mudar estado? Cuán llena está de acíbar la dulzura de la humana felicidad, échase de ver en que al que le parece más agradable, si se le va, aunque él lo quiera, no puede detenerse. Luego consta cuán azarosa sea la dicha de las cosas mortales; pues no siempre dura acerca de los sufridos ni del todo deleita acerca de los ansiosos. ¿Por qué, pues, ¡oh mortales!, teniéndola dentro de vosotros, buscáis fuera la felicidad? El error y la ignorancia es quien os embelesa.
Te mostraré en pocas palabras el fundamento de la suma felicidad. ¿Acaso para ti hay cosas más estimables que tú? Dirás que no. Luego si tú fueres señor de ti, tendrías en tu mano lo que jamás querrás perder ni la fortuna podrá quitarte. Y porque sepas que no puede haber felicidad en estas cosas que son de la fortuna, haz esta cuenta. Si la felicidad es un sumo bien de la naturaleza, que se guía por razón, ni aquello puede llamar sumo que se puede quitar por algún modo, siendo así que aquello es más excelente que el poder quitarse; luego síguese que la mudanza de la fortuna no puede llegar a adquirir la bienaventuranza.
Mas el que es sublimado de esta caduca felicidad, o sabe que es variable o no. Si no lo sabe, ¿qué dichosa puede ser la suerte que trae consigo la incertidumbre de la ignorancia? Si lo sabe, será fuerza que pierda lo que no tiene duda que se puede perder, y así el continuo temor no le deja ser dichoso. ¿O piensa acaso que lo ha de despreciar si se perdiere? Luego bien tenue es el bien, que cuando se pierde no da cuidado. Y porque sé que por muchas demostraciones estás persuadido y aun convencido que las almas de los hombres en ninguna manera son mortales; y como sea evidente que la felicidad fortuita se acaba con la muerte, no puede ponerse en duda sino que si ésta puede traer la bienaventuranza, todo el linaje humano con el fin de la muerte viene a caer en la misma desdicha. Pues si sabemos de muchos que no sólo con la muerte, sino con los dolores y tormentos, alcanzaron el fruto de la felicidad, ¿de qué manera esta vida presente puede hacer dichosos si pasada no hace desdichados?

METRO IV

Cualquiera que quisiere
fundar un edificio
durable, en quien el Euro
no tenga señorío,
si despreciar procura
el golfo, cuando esquivo,
las cumbres amenaza
con poderosos bríos,
debe, cuerdo, abstenerse
de los enhiestos riscos
y huir de las sedientas
arenas el peligro;
porque el protervo Austro
allí gasta sus hipos,
y aquí ceden al peso
con miembros desunidos.
Por tanto si te huyeres
de los amenos sitios,
sobre firmada peña
harás tu asiento fijo.
Que después, aunque el viento
afecte con bramidos
desencasar los mares
y agotar los abismos,
tú, feliz y constante,
murado y defendido,
de sus iras burlando
te gozarás tranquilo.

PROSA V

Y porque ya las blanduras de mis razones van en ti obrando, será bien, a lo que imagino, usar de remedios un poco más fuertes. ¡Ea!, si son tan caducos y momentáneos los favores de la fortuna, ¿qué cosa hay en ellos, o que pueda ser jamás vuestra, o que bien mirado y considerado no sea despreciable? ¿Por ventura las riquezas son preciosas por causa vuestra, o por naturaleza suya? ¿Y de ellas cuál es lo más principal? ¿Acaso el oro, o cantidad de dinero amontonado? Porque, en la verdad, ellas más lucen cuando se reparten que cuando se amontonan. Y vemos lo que en la avaricia de ordinario hace odiosos y la liberalidad ilustres. Pues si lo que se da no queda en poder del que lo da, luego hemos de creer que entonces es precioso el dinero, cuando por razón de liberalidad deja de poseerse. Mas si cuanto hay en el orbe de la tierra viniese a poder de uno, es fuerza que haga a los demás necesitados. Pero la voz toda igualmente llena de oídos de todos; mas vuestras riquezas, si no es desmembradas, no pueden repartirse entre muchos; y siendo así es fuerza que hagan pobres a los que dejan. ¡Oh, pues, angostas y pobres riquezas, indignas de que todas las posean muchos, pues no vienen a poder de alguno sin que dejen pobres a los demás! ¿Acaso el resplandor de las piedras preciosas es el que arrebata a los ojos? Pues cierto que si hay algo de insigne en este resplandor, de parte de las piedras es, y no de los hombres. Y así me admira en gran manera ver que se admiren de ellas los humanos. ¿Pues qué razón hay para que ánima racional juzgue por hermoso a lo que carece de movimiento de alma y de trabazón de miembros? Las cuales, aunque por beneficio de su artífice y por su lustre, han recibido algo, pero de menor hermosura e inferior a vuestra excelencia, no por eso merecían vuestra admiración. ¿Acaso os deleita la belleza de los campos?
Boecio: ¿Pues no, si es una parte bella de la obra más bella? Además de esto, nos alegramos con la cara del mar en leche, y nos admiramos del cielo, estrellas, sol y luna.
Filosofía: Por ventura, ¿tócate algo de estas cosas, u osas jactarte con el resplandor de ellas? ¿Acaso vístete del verano con sus flores, o te abultas con la fertilidad y frutos del estío? ¿Por qué te dejas llevar de gozos vacíos? ¿Por qué te alzas con los bienes de otros como si fueran tuyos? Pues es cierto que jamás la fortuna hará tuyo lo que hizo de ti ajeno la naturaleza. Los frutos de la tierra es llano que se deben a los animales para alimentos. Pues si quisieres socorrer tu necesidad, que es lo que le basta a naturaleza; con poco o casi nada se contenta; pero si quieres oprimir su hartura con superfluidades, o lo que le echares te sabrá desabrido o te será dañoso. También pesarás que el brillar con gallardos vestidos es cosa bella; y si alguno fuere agradable a la vista, entonces más me admiraré de la excelencia de la materia o del ingenio del artífice. ¿O acaso te hace dichoso la larga procesión de criados? Pues advierte de ellos que si son de malas costumbres, es un muy perjudicial embarazo y enemigos, naturalmente, de su propio dueño; y si de buenas, ¿cómo es posible que se cuente la ajena bondad entre sus alhajas? De todo lo cual se saca que ninguna cosa buena de éstas se puede apetecer por hermosa. ¿Pues por qué has de sentir que se pierda ni alegrarte de que se quede? Y si ellas lo fueren por naturaleza, ¿a ti te toca? Además, que estas cosas, aunque estuviesen muy ajenas de ser tuyas, te agradarían. Ni por eso son preciosas porque se juntan a tus riquezas, que antes por habértelo parecido, gustaste que se juntasen en ellas. ¿Pues qué es lo que deseáis con tanto estruendo de fortuna? Pienso que a desviar la necesidad con la abundancia, y al cabo os sucede muy al revés. Porque para guardar la diversidad de una opulenta recámara, son menester muchos requisitos; y así hallo ser verdadera aquella sentencia: que quien posee mucho tiene necesidad de mucho. Y, por el contrario, han menester muy poco los que miden su abundancia conforme a la necesidad de naturaleza, y no conforme a lo superfluo de la ambición. ¿Es posible que en vosotros mismos no hay algún bien colocado, sino que le habéis de buscar en lo exterior y postizo? Así es la siniestra condición de las cosas, que un animal divino por la parte racional piense que no puede lucir si no es con la posesión de unas alhajas muertas. Las otras cosas conténtanse con lo que es suyo; pero vosotros, siendo semejantes en la mente a vuestro Dios, y de sublime naturaleza, buscáis la hermosura en las cosas bajas, y no sabéis cuánta injuria le hacéis con ello a vuestro Creador. Él quiso que el linaje humano presidiese sobre todas las cosas terrenas, y vosotros sometéis esta dignidad a las cosas más ínfimas. Porque ningún bien hay en ninguna cosa que no sea mejor que la misma cosa. Pues si juzgáis por vuestros bienes las cosas más bajas, es cierto que vosotros por vuestra misma opinión os sujetáis a ellas. Todo lo cual os sucede no sin vuestro merecido; porque la condición de la humana naturaleza es en esta manera; que entonces prefiere a las demás, cuando se conoce; y cuando dejare de conocerse, que sea reducida a más bajeza que los brutos. Porque a los demás animales la ignorancia les viene por naturaleza; pero a los hombres, por defecto. Cuán manifiesto sea este vuestro error, se ve en que pensáis que se puede recibir hermosura con prestados adornos, y eso no puede ser, porque si alguna cosa campea de las postizas, lo postizo viene a ser lo celebrado, que lo que con ello se encubría y tapaba, siempre se quedó en su misma fealdad. Por lo cual, yo niego que pueda ser bueno lo que daña al que lo tiene. ¿Y acaso miento? Dirás que en ninguna manera. Que las riquezas mil veces dañaron a los que las poseyeron, siendo verdad que todo hombre malo, por el mismo caso que es amigo del dinero ajeno, mientras está cargado de oro y piedras preciosas se tiene a sí solo por el más digno. Tú, pues, que sobresaltado ahora temes la pica y la espada, si hollases el camino de esta vida como viandante vacío, tengo por sin duda que cantarías a la vista del mismo salteador. ¡Oh, pues, insigne bienaventuranza de las mortales riquezas, que con la posesión de ellas vienes a perder la seguridad!

METRO V

Feliz la primera edad,
que negándose al deleite,
quebrantaba los ayunos
con las bellotas alegre.
Ni de los dones de Baco
adulteraba las mieses,
ni atosigaba de grana
las sedas resplandecientes;
antes con salud al sueño
brindaba la hierba verde,
licor ministraba el río
y sombra el pino eminente.
De las alturas del mar
aun no platicaba el huésped,
ni con varias mercancías
iba a playas diferentes.
Callaba el son de la trompa,
sin que los odios crueles
contaminasen de sangre
el campo de los paveses.
¿Pero qué enemiga saña
había de embravecerse
para mortales heridas
sin premio que lo supliese?
¡Ojalá que las costumbres
antiguas la edad presente
recibiera, y se purgara
de los achaques que tiene!
¿Pero cómo si las ansias
de adquirir riqueza vienen
a ser más ardientes ya
que los propios mongibeles?*
¡Ay del primero que fue
descubridor insolente
de la fineza del oro,
perdonada desde siempre!
El de las piedras de estima,
que afectan al esconderse,
haciendo plaza, labró
contra sí preciosas redes.

* Infiernos. (n. del e.)

PROSA VI

¿Pues qué diré de las dignidades y potencia a quien vosotros, sin saber cuáles sean las verdaderas, igualáis con el cielo? Éstas, si caen en cabeza de un hombre malo, ni los incendios del Etna cuando vomita llamas ni un diluvio son ocasión de mayores estragos. Tengo por cierto que no se te ha olvidado que vuestros mayores quisieron borrar del todo el imperio consular por su soberbia, con haber sido el principio de la libertad, por la cual habían echado primero el real nombre de la ciudad. Y si sucede, que es raro, que tales honras se encabecen en hombres buenos, ¿qué otra cosa es la que agrada sino la bondad de los que la ejercitan? Y así es que no reciben las virtudes el honor de la dignidad, sino la dignidad de las virtudes. ¿Pues qué diremos que es esta vuestra ilustre y admirable potencia? ¡Oh animales terrenos!, ¿es posible que no consideráis que tales sean a los que queréis mandar? Pues si tú vieras a un ratón que con gran solicitud afectaba tener el mando entre todos los demás ratones, ¿con cuánta risa lo celebrarías? Tras esto, si bien lo consideras, ¿hallarás cuerpo más vidrioso que el hombre, a quien muchas veces suele matar la picadura de una mosquilla, o la entrada de la cueva de cualquier sabandija reptil? ¿Y quién tiene potestad sobre alguno que sea más que en el cuerpo? Y lo que dentro se esconde, ¿podrá, digo, la fortuna dominarlo? ¿Por ventura alguna vez podrás mandar al alma? ¿O moverás del puesto de su propio sosiego a la mente que está fija en su razón? Pues sabe que queriendo una vez un tirano obligar a un varón libre con tormentos a que en una conjuración que contra él se había hecho descubriese los demás cómplices, se mordió la lengua y, cortada, la tiró a la cara del embravecido tirano; y así lo que él pensaba ser materia de crueldad, el varón sabio la hizo que fuese de virtud. ¿Qué cosa puede hacer uno contra otro que no la pueda recibir de otro? De Busyris, que solía matar los huéspedes, sabemos que fue muerto por Alcides, su huésped. Régulo a muchos cartagineses que tomó en la guerra echó a prisiones, y él luego vino a dar las manos a las cadenas de los mismos prisioneros. Finalmente, ¿piensas que es de alguna importancia el poderío del que no puede impedir que otro no haga en él lo que él puede en otro? Además de esto, si estas dignidades y potencia tuviesen en sí algún bien natural y propio, es cierto que jamás caerían en los malos, que no se suelen hermanar las cosas entre sí contrarias, que la naturaleza rehúsa que se hermanen. Y supuesto que no hay duda que las más de las veces los hombres malos están llenos de dignidades, fácilmente se colige que estos tales no pueden ser bienes por naturaleza, pues se dejan poseer de los malos; y esto mismo se puede juzgar mejor de todos los demás dones de la fortuna, que con abundancia cayeren en cualquier hombre perverso. Por razón de los cuales se debe considerar también que nadie duda que en quien se mira colocada la fortaleza sea fuerte, y al que la ligereza patrocina sea ligero. Y así vemos que la Música hace músicos, la Medicina médicos y la Retórica retóricos; porque la naturaleza de cada cosa solamente obra lo que es de su cosecha, sin juntarse jamás a los efectos de su contrario, que antes los aparta de sí de buena gana. Pero las riquezas en ninguna manera pueden apagar la avaricia ni la potencia hacer libre al que los deleites libidinosos tienen amarrado con cadenas incontrastables. Ni la dignidad colocada en los malos hacer que sean dignos; que antes los descubre y manifiesta por indignos; ¿de qué, pues, nace que los bienes de la fortuna no obran conforme a lo que parece ser propio de ellos? ¿De qué os deleitáis de graduar con falsos títulos lo que es en sí contrario y que el efecto descubre con facilidad? Y así de razón ni aquéllas se pueden llamar riquezas, ni ésta potencia, ni la otra dignidad. Y últimamente conviene hacer esta misma conclusión de todo género de fortuna en quien no se ha de poner el deseo. Y de que no tenga bien ninguno de los que lo son por naturaleza échase de ver en que ni siempre se junta a los buenos ni hace buenos a los que se junta.

METRO VI

Ya vimos las ruinas
que causará aquel fiero
cuchillo de los padres,
de la ciudad incendio:
el que muerto el hermano
en odio de los cielos,
con la materna sangre
humedeció el acero;
a quien ni sólo un llanto
costó el cadáver yerto,
que a la beldad difunta
censor se mostró seco.
Éste, pues, mantenía
debajo de su cetro
cuantos el sol alumbra
recién nacido y muerto,
y cuantos se contienen
del Ártico hemisferio
hasta el Noto que cuece
el africano suelo.
Pero valióle poco
el encumbrado puesto
a Nerón, finalmente,
para dejar de serlo.
¡Ay, pues, y cuán acerba
la suerte corre al tiempo
que se añade una espada
a un capital veneno!

PROSA VII

Yo entonces le dije: —Bien sabes tú cuán poco dominio ha tenido sobre mí la ambición de las cosas mortales, sino que tan sólo la he deseado para que fuese materia de ocupación y que no se pasase en silencio la virtud.
Y ella entonces: —una cosa sola vi —dijo— que puede atraer los ingenios por naturaleza insignes, pero que aún no han llegado a la última mano de las virtudes en cuanto a la perfección: conviene a saber, el apetito de alabanza y la fama de servicios hechos a la república. Y cuán menudo sea todo esto, y de cuán poco peso, considéralo de esta manera. Todo el círculo de la tierra, según lo alcanzaste por las demostraciones astronómicas, viene a ser respecto del espacio del cielo un punto. De modo que si se comparara con la grandeza del celeste globo, totalmente será tenida por tanto como nada. Pues de esta región tan pequeña del mundo apenas es la cuarta parte la que se habita por nosotros, animales conocidos, según lo testifica Ptolomeo. Y si a esta cuarta le quitas, discurriendo todo lo que ocupan mares y lagunas y la extendida región de las Sirtes, hallarás que apenas les queda a los hombres una pequeñísima plaza en qué habitar. ¿Y es posible que estando estrechados y encarcelados en el más pequeño punto de este punto tratáis de pregonar vuestra fama y extender vuestro nombre? Pues ¿qué puede tener de grande y magnífica la gloria que se abrevia en tan pequeños límites? Añade tras esto que este mismo vallado, con ser de tan estrecha vivienda, lo habitan infinitas naciones, diversas en costumbres y en modo de vivir de toda su vida; a las cuales, ya sea por la dificultad de los caminos, por la diversidad del lenguaje y ya por la desconveniencia del comercio, es imposible que pueda llegar la fama, no sólo de cada varón en particular, pero ni aun de cada ciudad. Finalmente, en la edad de Marco Tulio, según él lo da a entender en cierto lugar, aún no había pasado de la otra parte del Cáucaso la fama de la romana señoría, pese que estaba entonces en todo su crecimiento y era terror de los partos y de los otros sus habitadores. ¿Pues no miras cuán estrecha y abreviada gloria sea la que procuras dilatar y extender? ¿Por ventura la gloria del nombre romano podrá pasar donde no pudo llegar la fama? ¿Pues qué será cuando las costumbres e institutos de tan diversas gentes entre sí desconvienen? Siendo así que acerca de unos hay cosas que siempre son tenidas por dignas de alabanza y acerca de otros por dignas de castigo. De donde nace que si a uno le fuere deleitable la estimación de la fama, en ninguna manera le está bien acerca de otros muchos pueblos publicar su nombre. Luego habráse de contentar con que sólo ande su gloria entre los suyos; y al fin aquella ilustre inmortalidad de la fama se habrá de estrechar en los límites de una sola nación. Además de esto, ¿a cuántos varones insignes en su edad ha sepultado la ignara negligencia de los escritores? Pero también, ¿qué aprovechan los mismos escritos si a ellos y a sus autores los oprime la antigüedad cuando es larga y oscura? Vosotros, pues, parece que queréis adquirir la inmortalidad, cuando cuidáis de la fama del tiempo venidero; pues si la comparas a los infinitos espacios de la eternidad, ¿que duración hallarás en tu nombre que pueda deleitarse? Considera que el breve espacio de un momento, si viene a parangón con el intervalo de diez mil años, no obstante que uno y otro es espacio determinado, con todo eso viene a ser de pequeñísima proporción. Pues este mismo número de años, multiplicado muchas veces, en ningún modo puede ser comparado a la infinidad. Porque si hay lugar para que tenga comparación entre sí lo determinado, en ninguna manera le puede haber entre lo finito con lo infinito. Y así sucede que la fama del tiempo más prolongado, si se coteja con la inextinguible eternidad, no sólo viene a parecer pequeña, pero totalmente ninguna. Finalmente, vosotros no sabéis hacer cosa buena, sino sustentaros de unas ventoleras populares y de unos rumores vanos; y desamparando la bondad de las virtudes y buena conciencia, andáis a caza de unas ajenas alabancillas. Pues oye de la manera que se burló un tirano, y cuán donosamente, de la liviandad de un arrogante. Fue el caso que como cargase de oprobios a éste, que se había vestido del nombre falso de filósofo, que lo era, no tanto por el ejercicio de la virtud, cuanto por captar la vanagloria, y le dijese que él echaría de ver en él si era filósofo cuando le viese llevar bien y con paciencia algunas injurias. Él, pues, sufrió ya cuantas por un poco de tiempo, y después de haber pasado por la ignominia, finalmente engreído, le dijo: ¿y ahora conócesme por filósofo? Y él, mordacísimamente, le respondió: conociéralo si hubieras callado. Por esto, qué les hace a los varones grandes (porque con ellos vamos hablando) que en la virtud buscan la alabanza? ¿Qué, diré yo, les toca a ellos la fama después que se desata el cuerpo con la postrimera muerte? Porque si (que lo impiden nuestras reglas que así se crea) los hombres mueren en todo, la gloria totalmente es ninguna, puesto que totalmente no ha quedado nada de quien era. Pero si el alma bien de sí satisfecha, después de suelta de la terrena cárcel, busca el cielo ya libre, no entonces desdeñando todos los negocios terrenales, y gozando de la celestial morada, se regocija en verse escapada de la tierra.

METRO VII

El que desatinado
tiene esta gloria por la suma alteza,
levante la cabeza,
y haga atención del cielo dilatado
y luego de la tierra
que en tan estrechos límites se encierra,
y quedará corrido
de que la pompa de su nombre en vano
ocupe el sitio humano.
¿Pues por qué la cerviz del engreído
que tan vana su funda,
quiere salir de la mortal coyunda?
Ya con tendido vuelo
se dilate la fama en mil regiones
ya con claros blasones
brille el solar y se levante el cielo
de todo hace victoria
la muerte y de la más excelsa gloria.
Y juntamente esquiva
la plebe con los grandes amontona,
y también parangona
con los valles la cumbre más altiva,
y de los torreones
hace lo que el gañán de los terrones.
Si no, ¿díganme dónde
yacen los huesos del leal Fabricio?
¿Qué césped o edificio
hospeda a Bruto y a Catón esconde?
Harto breve es la fama
que en unas pocas letras se derrama.
Tras esto, ¿qué importancia
trae el saber los nombres más válidos?
¿Danse ya los extinguidos
acaso a distinguir de la ignorancia?
Luego, al fin, ignorados
quedáis y de la fama no aclarados.
Y si pensáis que el vano
soplo de vuestro nombre os atesora
gran vida, ha de haber hora
que os arrebate aun esto de la mano;
y será trance fuerte
el padecer después segunda muerte.

PROSA VIII

Y porque no presumas que yo traigo guerra implacable con la fortuna, te diré que hay veces en que les aprovecha a los hombres, y no poco, aquella embustera. Conviene a saber, cuando se descubre muestra su frente y declara su condición. Pienso que aun lo que te he dicho no debes de entender. Pero es tan notable lo que voy a decir, que apenas lo puedo explicar con palabras; pues siento que la fortuna aprovecha más a los hombres adversa que favorable; porque ésta siempre miente cuando con capa de felicidad nos parece halagüeña, aquélla siempre dice la verdad cuando se muestra inestable con la mudanza. Ésta engaña, aquélla enseña; ésta, con la faz de unos falsos bienes, ata el juicio de los hombres; aquélla los suelta con la experiencia de su quebrada felicidad. Además de esto, verás a ésta hinchada, floja y siempre ignorante de sí misma; y a aquélla, templada, diligente y con los ejercicios de la misma adversidad cuerda. Finalmente, la favorable con sus caricias trae a los hombres descaminados del verdadero bien; pero la adversa, como con garfio, los reduce al verdadero camino. Fuera de esto, ¿contaré yo acaso entre las cosas mínimas ver que aquella áspera y rigurosa fortuna te descubre las voluntades de los amigos fieles? Ella te hace distinguir los semblantes ciertos de lo dudoso; porque huyéndose te llevó los que eran de su parte y te dejó los que eran tuyos. ¿Esto en cuánto lo comprarás tú cuando te presumías entero y bien afortunado? Pues deja ahora de quejarte de tus bienes perdidos, puesto que has hallado los amigos, que es el linaje de riqueza más estimado.

METRO VIII

Múdase en concordia el mundo
con una constante ley,
y las contrarias semillas
en perpetua paz se ven.
Con carroza de oro el día
bañado del rosicler
nos da el sol, porque la luna
rija a las noches después;
las noches que van siguiendo
el apresurado pie
del vespertino lucero,
y con hinchado vaivén
detiene el mar su corriente,
y la razón es porque
no extienda sobre las tierras
su dilatado poder.
Todo lo liga el amor
y hace que la tierra dé
a su coyunda cerviz,
y el mar y el cielo también.
Pero si soltare el freno
cuando se abraza, hará que
continuamente guerree
sin jamás tregua tener;
y la máquina a quien mueven
hoy con hermanada fe
los elementos, que pierda
su concertado nivel.
Este de los santos pueblos
añuda la paz, sin que
haya división, y al fin
al matrimonio da ser.
Este promulga sus fueros
y se los da a conocer
a los amigos leales:
¡Oh, pues, dichosas; oh, pues,
almas las de los mortales,
si llegáis a merecer
que amor os rija, el que rige
la celestial redondez!