LIBRO SEGUNDO
        PROSA I
         Luego que hubo dicho estas razones, calló  por un poco de tiempo; y después de haber granjeado con modesto silencio mi  atención, empezó a decir de esta suerte:
          Filosofía: Si es que he conocido de raíz las  causas y estado de tu enfermedad, realmente tú estás postrado por el afecto y  deseo de la fortuna pasada; porque sólo ella, con haberse mudado (según tú lo  das a entender), ha trastornado el sosiego de tu alma. Conozco los varios  afeites de aquel monstruo y a qué grados de halagüeña amistad llega con los que  quiere burlar, hasta empeñar en un dolor insufrible a los que deja  desesperados. De cuya naturaleza, costumbre y merecimiento, si te acordases,  echarías de ver que jamás por ella tuviste cosa buena ni la perdiste. Pero  determino no cansarme mucho en traértelo a la memoria, porque solías embestirle  con palabras útiles cuando la tenías presente y favorable, persiguiéndola desde  lo íntimo de nuestro templo con razones bien explicadas. Pero toda repentina  mudanza jamás sucede que no sea con algún asalto del alma, y esto te ha hecho a  apartarte un poco de tu sosiego. Pero ya es tiempo de que bebas y gustes alguna  cosa blanda y suave que llegando a tus interiores haga senda a las bebidas más  eficaces. Por tanto, ea, venga aquí la persuasiva de la dulce Retórica, la cual  entonces anda por camino derecho, cuando no sale de nuestros límites, y venga,  asimismo, con ella la Música nacida en nuestro domicilio y cante ya los más  apacibles tonos y ya los más graves.
          Retórica y Música:  ¿Qué es esto, hombre? Dinos qué cosa es la que te ha traído a tales lágrimas y  tristeza. Creemos, sin duda, que debes de haber visto alguna nueva y jamás  usada. Tú, si piensas que la fortuna se ha mudado contigo, yerras. Éstas son  sus costumbres; éste, su natural. Ella, en las mudanzas mismas que contigo ha  hecho, ha guardado el tenor de su propia constancia. De esta condición era  cuando te halagaba, cuando te burlaba delante con menos de fingida felicidad.  Al fin has llegado a ver la dudosa apariencia de esta ciega deidad. Porque a  otros si hasta ahora se les ha ocultado, a ti se te ha del todo descubierto. Si  te parece bien, usa de sus costumbres y no te quejes; pero si con ella te  estremeces, desdéñala y échala como cosa perjudicial. Pues la que te es ocasión  de tanta tristeza, ésa de razón debía serlo de tu tranquilidad, no más de  porque te dejó: que mientras ella no dejare, ninguno puede estar seguro. ¿Acaso  tú le das el nombre de preciosa a la felicidad que se ha de ir? ¿Es tan  agradable la fortuna presente, que no asegura la estancia y que ha de dejar  tristeza con su partida? Porque si no puede a nuestra elección ser detenida, y  huyendo hace a los hombres calamitosos, ¿el ser fugaz qué otra cosa es sino un  señuelo de la calamidad venidera? ¿No basta mirar lo que tenemos delante de los  ojos? La prudencia pondera el fin de las cosas; así que la misma mudanza de  adversa y próspera hace que las amenazas de la misma fortuna no sean temidas ni  sus caricias deseadas. Finalmente conviene con igual ánimo llevar cuanto se  platica dentro del círculo de la fortuna, desde que tuvieres el cuello debajo  de su yugo. Porque si a la que de buena gana elegiste por señora le quieres dar  ley, ¿no echas de ver que le haces injuria y que exasperas la suerte que no  puedes mudar? Si dieses velas a los vientos, claro está que habías de ser  llevado, no donde tu voluntad quisiese, sino donde su soplo te arrojase. Si  encomendases a los campos tus semillas, es fuerza que habías de compensar los  años abundantes con los estériles. Tú te entregaste al gobierno de la fortuna,  pues conviene que obedezcas a tu señora. ¿Y es posible que intentes detener el  ímpetu de la rueda que se va volviendo? Pues, ¡oh el más necio de los  mortales!, advierte que, si empieza a pararse, deja de ser fortuna.
        METRO I
                  Esta cuando quisiere
con mano poderosa
trastornar el estado
de las humanas glorias,
no de otra suerte
mueve 
la planta bulliciosa,
que si el Euripo
fuera 
que triunfa de las ondas.
Los reyes atropella,
temidos  hasta ahora,
y el rostro del vencido
que se humillaba entona. 
Al mísero no  escucha, 
ni cuida del que llora, 
que antes nace su risa 
de las que da zozobras.  
Porque según estilo 
practicado en su lonja, 
así juega, 
y así 
sus fuerzas  acrisola. 
Y es cierto que a los suyos 
les hace gran lisonja, 
si uno cae y a ser  vuelve 
feliz, 
todo en una hora.
PROSA II
Filosofía: Quisiera, además de esto, altercar  contigo, por boca de la misma fortuna; advierte, y veamos si tiene razón.
          Fortuna: Ven acá, hombre: ¿por qué cada día me  andas llamando delincuente con tus querellas? ¿Que injuria te hemos hecho? ¿Qué  bienes te hemos quitado que sean tuyos? Ponme pleito delante del juez que  quisieres sobre tus riquezas y dignidades, y si me probares ser estos bienes de  alguno de los mortales, yo confesaré de buena gana que estas cosas que me pides  han sido tuyas. Cuando Naturaleza te echó del vientre de tu madre desnudo, yo  por verte necesitado y pobre de todas las cosas, te recibí y te abrigué con mis  riquezas; y, además de esto, te crié con más regalo y te rodeé con toda la  opulencia y esplendor de mis alhajas. ¿Qué es lo que ahora te hace indignar  contra mí porque me plazca retirar la mano? Tú, de razón, debes dar gracias de  haberte aprovechado de cosas ajenas, sin tener acción de querella, como si  hubieras perdido lo que era tuyo. ¿De qué, pues, lloras? Por lo menos, de mí no  has recibido ninguna injuria. Las riquezas, las dignidades y las demás cosas  semejantes a éstas todas son mías. Las criadas reconocen a la señora; conmigo  vienen; y si me voy, conmigo también se van. Y puedo asegurarte con osadía que  si estas cosas perdidas de que te quejas fueran tuyas, de ninguna manera las  hubieras perdido. ¿Por ventura he de ser yo sola la prohibida de usar de mi  derecho? Al cielo le es permitido sacar a luz los días claros y esconderlos con  noches oscuras; al año, vestir el haz de la tierra con flores y mieses, y luego  con lluvias y fríos desnudarla; al mar, recrear con la serena calma, y después  amedrentar con hinchadas tormentas; ¿y será bien que a mí condene a una  constancia ajena de mi condición la codicia desenfrenada de los hombres? Éste  es nuestro estilo; éste es el juego ordinario que jugamos. La rueda traemos por  círculo, que con facilidad se revuelve, y tenemos gusto de remudar las cosas  bajas por las altas. Si te agrada, sube; pero con condición que no has de  pensar que te hago injuria si te bajare cuando lo pidiera la ley de mi juego.  ¿Es posible que tú ignorases mis costumbres? ¿De Creso, rey de Lidia, no sabías  que poco antes había sido terror de Ciro y después entregado a las llamas de un  miserable fuego, del cual se libró por voluntad del cielo con una avenida de agua  que cayó? A Paulo, ¿no le costaron lágrimas las calamidades de su vencido el  rey Perseo? ¿Qué otra cosa llora el clamor de las tragedias si no es una  fortuna que sin concierto trastorna la prosperidad de los reinos? Siendo niño,  ¿no aprendiste que en el umbral de la casa de Júpiter había dos tinajas, la una  llena de bienes y la otra de males? ¿Qué será, pues, si de la parte de los  bienes cargaste más abundantemente? ¿Qué si del todo no me he apartado de ti?  ¿Qué si esta misma mudanza mía te da ocasión justa de esperar cosas mejores?  Así que no pierdas el ánimo ni desees vivir en un reino que es de todos con  derecho de propiedad.                
        
METRO II
         Si tantas como arenas
          el mar levanta cuando está alterado,
          o cuantas da serenas
          luces el cielo cuando está estrellado,
          vertiere la fortuna
          de sus riquezas sin dejar ninguna;
          no por eso el humano 
          cesará en su  querella; 
          y si copioso 
          diere 
          con larga mano 
          oro al avaro Dios, 
          y al ambicioso  
          dignidad sublimada, 
          para quien ya lo tiene, 
          todo es nada.
          Y así la codiciosa
          ansia cuanto más traga, 
          más hambrienta
          se muestra y más golosa.
          ¿Pues qué frenos podrán a tan violenta
          pasión y desbocada
          detener sin que venga a despeñada?
          Y más cuando la ardiente
          sed con la misma copia y redundancia
          se hace más insolente:
          Por eso no el que tiene la abundancia
          es rico, sí medroso
          si se tiene por muy menesteroso.
        PROSA III
        
          Filosofía: Si estas cosas hablara la fortuna  contigo, tengo por sin duda que no tuvieras qué responderle; o si en defensa de  tu querella tienes alguna, declárate, que bien te daremos oídos.
          Yo  entonces le dije:
  —Confieso que estas palabras son en sí  muy hermosas, por venir ungidas de la miel suave de la Retórica y de la Música;  y así sólo deleitan cuando se escuchan. Pero el sentimiento de los males en los  afligidos entra más en hondo; y así, cuando ellas dejan de sonar en los oídos,  la tristeza allá metida hace mayores las angustias del alma.
          Filosofía: Así es —dijo—; pero esto no se te aplica por  vía de remedio, sino para que sean temperamentos contra las curaciones del  dolor tan rebelde; que lo que de ordinario tiene eficacia de penetrar hasta lo  más íntimo, yo lo aplicaré a su tiempo. Con todo eso no te tengas por  desdichado. ¿Por ventura haste olvidado del número y modo de tu felicidad?  Callo el cuidado que tuvieron de ti los grandes varones cuando quedaste  huérfano de padre, y el ser escogido para la afinidad de los mejores de la  ciudad, y lo que más hace precioso el parentesco, que primero fuiste amado que  fueses pariente. ¿Quién no te llamará felicísimo si por una parte viere el gran  esplendor de tus suegros, por otra la honestidad de tu esposa y luego la buena  dicha de hijos varones? Paso (que conviene pasar cosas comunes) las dignidades  que ocupaste siendo mozo, negadas muchas veces a los viejos, porque deseo  acercarme a la particular cima de tu felicidad, si es que el fruto de las cosas  mortales tiene algún peso de bienaventuranza. ¿Podrá, acaso, por más que  sobrevengan maquinaciones de infortunios, borrarse de la memoria aquella  claridad de ver tus hijos promovidos al consulado desde tu casa, ya con la  concurrencia de los padres, ya con el aplauso de la plebe? ¿Y cuando ellos  sentados en las sillas curules dentro de la curia, tú, dando las gracias al  rey, mereciste ser alabado de ingenioso y fecundo? ¿Y cuando en el circo, en  medio de dos cónsules, pudiste contentar con el triunfal donativo la ansia de  la confusa muchedumbre? Por lo cual me hace creer que tú engañaste a la fortuna  el tiempo que te acariciaba y provocaba a sus riquezas, porque te alzaste con  la joya que jamás fió de hombre particular. ¿Y con todo eso quieres ponerte a  cuentas con la fortuna ahora?
          Cuanto a lo primero, demos que ahora te  haya mirado con ojo maligno; si cotejas el número y modo de los días buenos con  los malos, hallarás que hasta ahora no puedes menos de contarte por dichoso:  porque si así no te presumes, no más que por haberse volado las cosas alegres,  no es causa de afligirte por eso, que también las tristes se vuelan. ¿Por  ventura has venido a esta comedia de la vida de repente y como huésped? ¿O  piensas que hay permanencia en las cosas humanas, sabiendo que muchas veces una  sola hora suele arrebatar al mismo hombre? Que aunque la seguridad de  permanecer en lo que es tocante a la fortuna es cosa rara, al fin el último día  de la vida viene a ser muerte de la fortuna estable. Además de esto, ¿qué  diferencia hallas tú en dejarla muriendo o ella dejarte huyendo?
        METRO III
         Cuando  por el alto Polo
          esparce  su luz el sol,
          sobre  caballos que tienen
          de  rosa el caparazón,
          el  rostro de las estrellas,
          que  hasta allí blanco se vio,
          empieza  a empalidecerse
          con  el grande resplandor;
          y  cuando el verano alegre,
          que  del Favonio sintió
          la  lisonja en sus rosales
          purpureando  el color,
          oye  del rabioso Austro
          el  enfurecido son,
          deja  también las espinas
          desnudas  de su valor.
          Muchas  veces en el mar
          se  ve la instable región
          resplandecer  sosegada
          con  uniforme color; 
          y muchas trémulamente
          recibir el pardo horror 
          de la tormenta  que
vino 
en brazos del aquilón.
Pues si de esta variedad 
consta el mundo,
y su  tenor 
es reducir a mudanza 
todas las cosas que son: 
¡ea!, 
da crédito fijo 
de la  fortuna al favor, 
caduco, 
dalo a los bienes 
que se van con pie veloz; 
porque ya  está decretado 
por ley eterna de Dios, 
que nada conste 
de cuanto 
consta de  generación.
        PROSA IV
        
          Yo entonces la dije: —¡Oh, ama de todas  las virtudes! Confieso que dices la verdad; que no puedo negar la feliz carrera  de mi prosperidad, y esto es lo que más me deshace cuando me acuerdo. Porque  entre todos los desdenes de la fortuna, ninguno llega al haber sido feliz; que es  un linaje de adversidad infelicísimo.
  —Tú —dijo ella— pagas la pena de una falsa opinión; y así de razón no  puedes echarle la culpa a las cosas. Porque si mueve este vano nombre de  felicidad afortunada, conviene considerar que conmigo te quedan muchas y  grandes; y así lo más estimado que en todo el patrimonio de tu fortuna poseías,  eso mismo por merced del cielo se te está guardando sin lesión ninguna. ¿Pues  podrás quejarte del rigor de la fortuna, estando salvas las cosas más  principales? 
          Cuanto a lo primero vive sin daño aquella inestimable reverencia del  género humano tu suegro, Símaco, a quien tú redimirías no perezoso con el  precio de tu vida; varón por su sabiduría y virtudes consumado, que estando  seguro de recibirlas, hace gran sentimiento de tus injurias. Vívete la mujer de  ingeniosa modestia y de honestidad consumada, y para concluir con sus  prerrogativas, semejante a su padre; y digo que para ti sólo desea la vida, no  obstante que para sí la aborrece, y en sólo esto concederé mengua en tu felicidad,  que es verla por cariño tuyo deshecha en lágrimas y tristeza. ¿Qué diré de tus  hijos consulares, en cuya edad pueril resplandece, no solamente la muestra del  ingenio del padre, sino también la del abuelo? 
          Y pues es cierto que el cuidado mayor que los mortales tienen es  conservar la vida, ¡oh, dichoso de ti si llegas a conocer tu ventura!, pues al  fin te sobra ahora lo que ninguno niega ser más amable que la misma vida. Por  tanto, enjuga ya las lágrimas, puesto que aún no todos los infortunios te son contrarios  en todo. Ni es tan terrible la tormenta que se ha levantado, pues están firmes  las anclas, que no despiden el consuelo de este tiempo presente ni la esperanza  del venidero.
          Boecio: Y lo estén —dije yo entonces— ruego al  cielo; porque si ellas duraren, suceda como sucediere, al fin nadaremos. Pero  con todo eso, bien ves cuánto esplendor se nos haya extinguido.
          Filosofía: Algo hemos aprovechado, pues al fin no  te lastimas de toda tu contraria suerte. Pero no puedo sufrir tus delicadezas,  cuando te veo ansiar tan lloroso y lastimero, porque le falte un algo a tu  felicidad. ¿Quién es de tan entera ventura que no sienta en el estado de sus  cosas alguna reyerta? Antes es tan vidriosa la condición de los humanos bienes,  que o jamás sucede como se desea, o jamás en un mismo tenor permanece. De éste  vemos que abunda en hacienda, pero está corrido con la bajeza de su sangre. De  aquél, que se da a conocer con su nobleza; pero con la estrechura de su  mendiguez se hace desconocido. El otro, felice en todo esto, llora el estado de  su vida soltera. Cuál, dichoso en casamiento, pero sin hijos, engorda para los  ajenos su patrimonio; y cuál, alegre con la sucesión, suele llorar las  travesuras del hijo o de la hija. 
          Así que ninguno conviene en todo con la  condición de su suerte, porque no hay cosa que no tenga que ignorar antes de la  experiencia. Añade a esto que el sentido del dichoso es tan delicado, que si no  suceden las cosas a medida de su antojo, se desmaya con la novedad de cualquier  infortunio. Tales son las cosas que destemplan la fortuna de los más felices.  ¿Cuántos habrá, si lo consideras, que se tendrían por muy vecinos a las  estrellas si llegasen a tocar una parte de lo mucho que te ha quedado? 
          Este lugar a quien tú llamas destierro  viene a ser patria para sus habitadores. Así que ninguna cosa es en sí  desdichada, sino la que tú presumes serlo. Y, por el contrario, ninguna suerte  que no sea dichosa, si se lleva con buen pecho. ¿O quién es aquel, por felice  que sea, que si se deja vencer de la impaciencia, no desee mudar estado? Cuán  llena está de acíbar la dulzura de la humana felicidad, échase de ver en que al  que le parece más agradable, si se le va, aunque él lo quiera, no puede  detenerse. Luego consta cuán azarosa sea la dicha de las cosas mortales; pues  no siempre dura acerca de los sufridos ni del todo deleita acerca de los  ansiosos. ¿Por qué, pues, ¡oh mortales!, teniéndola dentro de vosotros, buscáis  fuera la felicidad? El error y la ignorancia es quien os embelesa.
          Te mostraré en pocas palabras el fundamento  de la suma felicidad. ¿Acaso para ti hay cosas más estimables que tú? Dirás que  no. Luego si tú fueres señor de ti, tendrías en tu mano lo que jamás querrás  perder ni la fortuna podrá quitarte. Y porque sepas que no puede haber  felicidad en estas cosas que son de la fortuna, haz esta cuenta. Si la  felicidad es un sumo bien de la naturaleza, que se guía por razón, ni aquello  puede llamar sumo que se puede quitar por algún modo, siendo así que aquello es  más excelente que el poder quitarse; luego síguese que la mudanza de la fortuna  no puede llegar a adquirir la bienaventuranza. 
          Mas el que es sublimado de esta caduca  felicidad, o sabe que es variable o no. Si no lo sabe, ¿qué dichosa puede ser  la suerte que trae consigo la incertidumbre de la ignorancia? Si lo sabe, será  fuerza que pierda lo que no tiene duda que se puede perder, y así el continuo  temor no le deja ser dichoso. ¿O piensa acaso que lo ha de despreciar si se  perdiere? Luego bien tenue es el bien, que cuando se pierde no da cuidado. Y porque  sé que por muchas demostraciones estás persuadido y aun convencido que las  almas de los hombres en ninguna manera son mortales; y como sea evidente que la  felicidad fortuita se acaba con la muerte, no puede ponerse en duda sino que si  ésta puede traer la bienaventuranza, todo el linaje humano con el fin de la  muerte viene a caer en la misma desdicha. Pues si sabemos de muchos que no sólo  con la muerte, sino con los dolores y tormentos, alcanzaron el fruto de la  felicidad, ¿de qué manera esta vida presente puede hacer dichosos si pasada no  hace desdichados?
        METRO IV
         Cualquiera que quisiere
fundar un  edificio 
durable, 
en quien el Euro 
no tenga señorío,
si despreciar procura 
el  golfo, 
cuando esquivo, 
las cumbres 
amenaza 
con poderosos bríos, 
debe, cuerdo, 
abstenerse  
de los enhiestos riscos 
y huir de las sedientas 
arenas el peligro; 
porque el  protervo Austro 
allí gasta sus hipos, 
y aquí ceden al peso
          con miembros desunidos.
          Por tanto si te huyeres
          de los amenos sitios,
          sobre firmada peña
          harás tu asiento fijo.
          Que después, aunque el viento
          afecte con bramidos
          desencasar los mares
          y agotar los abismos,
          tú, feliz y constante,
          murado y defendido,
          de sus iras burlando
          te gozarás tranquilo.
        PROSA V
        Y porque ya las blanduras de mis razones  van en ti obrando, será bien, a lo que imagino, usar de remedios un poco más  fuertes. ¡Ea!, si son tan caducos y momentáneos los favores de la fortuna, ¿qué  cosa hay en ellos, o que pueda ser jamás vuestra, o que bien mirado y  considerado no sea despreciable? ¿Por ventura las riquezas son preciosas por  causa vuestra, o por naturaleza suya? ¿Y de ellas cuál es lo más principal?  ¿Acaso el oro, o cantidad de dinero amontonado? Porque, en la verdad, ellas más  lucen cuando se reparten que cuando se amontonan. Y vemos lo que en la avaricia  de ordinario hace odiosos y la liberalidad ilustres. Pues si lo que se da no  queda en poder del que lo da, luego hemos de creer que entonces es precioso el  dinero, cuando por razón de liberalidad deja de poseerse. Mas si cuanto hay en  el orbe de la tierra viniese a poder de uno, es fuerza que haga a los demás  necesitados. Pero la voz toda igualmente llena de oídos de todos; mas vuestras  riquezas, si no es desmembradas, no pueden repartirse entre muchos; y siendo  así es fuerza que hagan pobres a los que dejan. ¡Oh, pues, angostas y pobres  riquezas, indignas de que todas las posean muchos, pues no vienen a poder de  alguno sin que dejen pobres a los demás! ¿Acaso el resplandor de las piedras  preciosas es el que arrebata a los ojos? Pues cierto que si hay algo de insigne  en este resplandor, de parte de las piedras es, y no de los hombres. Y así me  admira en gran manera ver que se admiren de ellas los humanos. ¿Pues qué razón  hay para que ánima racional juzgue por hermoso a lo que carece de movimiento de  alma y de trabazón de miembros? Las cuales, aunque por beneficio de su artífice  y por su lustre, han recibido algo, pero de menor hermosura e inferior a  vuestra excelencia, no por eso merecían vuestra admiración. ¿Acaso os deleita  la belleza de los campos?
          Boecio: ¿Pues no, si es una parte bella de la  obra más bella? Además de esto, nos alegramos con la cara del mar en leche, y  nos admiramos del cielo, estrellas, sol y luna.
          Filosofía: Por ventura, ¿tócate algo de estas  cosas, u osas jactarte con el resplandor de ellas? ¿Acaso vístete del verano  con sus flores, o te abultas con la fertilidad y frutos del estío? ¿Por qué te  dejas llevar de gozos vacíos? ¿Por qué te alzas con los bienes de otros como si  fueran tuyos? Pues es cierto que jamás la fortuna hará tuyo lo que hizo de ti  ajeno la naturaleza. Los frutos de la tierra es llano que se deben a los  animales para alimentos. Pues si quisieres socorrer tu necesidad, que es lo que  le basta a naturaleza; con poco o casi nada se contenta; pero si quieres  oprimir su hartura con superfluidades, o lo que le echares te sabrá desabrido o  te será dañoso. También pesarás que el brillar con gallardos vestidos es cosa  bella; y si alguno fuere agradable a la vista, entonces más me admiraré de la  excelencia de la materia o del ingenio del artífice. ¿O acaso te hace dichoso  la larga procesión de criados? Pues advierte de ellos que si son de malas  costumbres, es un muy perjudicial embarazo y enemigos, naturalmente, de su  propio dueño; y si de buenas, ¿cómo es posible que se cuente la ajena bondad  entre sus alhajas? De todo lo cual se saca que ninguna cosa buena de éstas se  puede apetecer por hermosa. ¿Pues por qué has de sentir que se pierda ni  alegrarte de que se quede? Y si ellas lo fueren por naturaleza, ¿a ti te toca?  Además, que estas cosas, aunque estuviesen muy ajenas de ser tuyas, te  agradarían. Ni por eso son preciosas porque se juntan a tus riquezas, que antes  por habértelo parecido, gustaste que se juntasen en ellas. ¿Pues qué es lo que  deseáis con tanto estruendo de fortuna? Pienso que a desviar la necesidad con  la abundancia, y al cabo os sucede muy al revés. Porque para guardar la  diversidad de una opulenta recámara, son menester muchos requisitos; y así  hallo ser verdadera aquella sentencia: que quien posee mucho tiene necesidad de  mucho. Y, por el contrario, han menester muy poco los que miden su abundancia  conforme a la necesidad de naturaleza, y no conforme a lo superfluo de la  ambición. ¿Es posible que en vosotros mismos no hay algún bien colocado, sino  que le habéis de buscar en lo exterior y postizo? Así es la siniestra condición  de las cosas, que un animal divino por la parte racional piense que no puede  lucir si no es con la posesión de unas alhajas muertas. Las otras cosas  conténtanse con lo que es suyo; pero vosotros, siendo semejantes en la mente a  vuestro Dios, y de sublime naturaleza, buscáis la hermosura en las cosas bajas,  y no sabéis cuánta injuria le hacéis con ello a vuestro Creador. Él quiso que  el linaje humano presidiese sobre todas las cosas terrenas, y vosotros sometéis  esta dignidad a las cosas más ínfimas. Porque ningún bien hay en ninguna cosa  que no sea mejor que la misma cosa. Pues si juzgáis por vuestros bienes las  cosas más bajas, es cierto que vosotros por vuestra misma opinión os sujetáis a  ellas. Todo lo cual os sucede no sin vuestro merecido; porque la condición de  la humana naturaleza es en esta manera; que entonces prefiere a las demás,  cuando se conoce; y cuando dejare de conocerse, que sea reducida a más bajeza  que los brutos. Porque a los demás animales la ignorancia les viene por  naturaleza; pero a los hombres, por defecto. Cuán manifiesto sea este vuestro  error, se ve en que pensáis que se puede recibir hermosura con prestados  adornos, y eso no puede ser, porque si alguna cosa campea de las postizas, lo  postizo viene a ser lo celebrado, que lo que con ello se encubría y tapaba,  siempre se quedó en su misma fealdad. Por lo cual, yo niego que pueda ser bueno  lo que daña al que lo tiene. ¿Y acaso miento? Dirás que en ninguna manera. Que  las riquezas mil veces dañaron a los que las poseyeron, siendo verdad que todo  hombre malo, por el mismo caso que es amigo del dinero ajeno, mientras está  cargado de oro y piedras preciosas se tiene a sí solo por el más digno. Tú,  pues, que sobresaltado ahora temes la pica y la espada, si hollases el camino  de esta vida como viandante vacío, tengo por sin duda que cantarías a la vista  del mismo salteador. ¡Oh, pues, insigne bienaventuranza de las mortales  riquezas, que con la posesión de ellas vienes a perder la seguridad!
        METRO V
                  Feliz la primera edad, 
          que negándose al  deleite, 
          quebrantaba los ayunos 
          con las bellotas alegre. 
          Ni de los dones de  Baco 
          adulteraba las mieses, 
          ni atosigaba de grana 
          las sedas resplandecientes;  
          antes con salud al sueño 
          brindaba la hierba verde, 
          licor ministraba el río 
          y  sombra el pino eminente. 
          De las alturas del mar 
          aun no platicaba el huésped, 
          ni  con varias mercancías 
          iba a playas diferentes. 
          Callaba el son de la trompa, 
          sin  que los odios crueles 
          contaminasen de sangre 
          el campo de los paveses. 
          ¿Pero qué  enemiga saña 
          había de embravecerse
para mortales heridas 
sin premio que lo  supliese? 
¡Ojalá que las costumbres 
antiguas la edad presente 
recibiera, y se  purgara 
de los achaques que tiene! 
¿Pero cómo si las ansias 
de adquirir riqueza  
vienen 
a ser más ardientes 
ya 
que los propios mongibeles?*
¡Ay del primero que fue 
descubridor  insolente 
de la fineza del oro, 
perdonada desde siempre! 
El de las piedras de  estima, 
que afectan al esconderse, 
haciendo plaza, 
labró 
contra sí preciosas  redes.
* Infiernos. (n. del e.)
PROSA VI
        ¿Pues qué diré de las dignidades y  potencia a quien vosotros, sin saber cuáles sean las verdaderas, igualáis con  el cielo? Éstas, si caen en cabeza de un hombre malo, ni los incendios del Etna  cuando vomita llamas ni un diluvio son ocasión de mayores estragos. Tengo por  cierto que no se te ha olvidado que vuestros mayores quisieron borrar del todo  el imperio consular por su soberbia, con haber sido el principio de la  libertad, por la cual habían echado primero el real nombre de la ciudad. Y si  sucede, que es raro, que tales honras se encabecen en hombres buenos, ¿qué otra  cosa es la que agrada sino la bondad de los que la ejercitan? Y así es que no  reciben las virtudes el honor de la dignidad, sino la dignidad de las virtudes.  ¿Pues qué diremos que es esta vuestra ilustre y admirable potencia? ¡Oh  animales terrenos!, ¿es posible que no consideráis que tales sean a los que  queréis mandar? Pues si tú vieras a un ratón que con gran solicitud afectaba  tener el mando entre todos los demás ratones, ¿con cuánta risa lo celebrarías?  Tras esto, si bien lo consideras, ¿hallarás cuerpo más vidrioso que el hombre,  a quien muchas veces suele matar la picadura de una mosquilla, o la entrada de  la cueva de cualquier sabandija reptil? ¿Y quién tiene potestad sobre alguno  que sea más que en el cuerpo? Y lo que dentro se esconde, ¿podrá, digo, la  fortuna dominarlo? ¿Por ventura alguna vez podrás mandar al alma? ¿O moverás  del puesto de su propio sosiego a la mente que está fija en su razón? Pues sabe  que queriendo una vez un tirano obligar a un varón libre con tormentos a que en  una conjuración que contra él se había hecho descubriese los demás cómplices,  se mordió la lengua y, cortada, la tiró a la cara del embravecido tirano; y así  lo que él pensaba ser materia de crueldad, el varón sabio la hizo que fuese de  virtud. ¿Qué cosa puede hacer uno contra otro que no la pueda recibir de otro?  De Busyris, que solía matar los huéspedes, sabemos que fue muerto por Alcides,  su huésped. Régulo a muchos cartagineses que tomó en la guerra echó a  prisiones, y él luego vino a dar las manos a las cadenas de los mismos  prisioneros. Finalmente, ¿piensas que es de alguna importancia el poderío del  que no puede impedir que otro no haga en él lo que él puede en otro? Además de  esto, si estas dignidades y potencia tuviesen en sí algún bien natural y  propio, es cierto que jamás caerían en los malos, que no se suelen hermanar las  cosas entre sí contrarias, que la naturaleza rehúsa que se hermanen. Y supuesto  que no hay duda que las más de las veces los hombres malos están llenos de  dignidades, fácilmente se colige que estos tales no pueden ser bienes por  naturaleza, pues se dejan poseer de los malos; y esto mismo se puede juzgar  mejor de todos los demás dones de la fortuna, que con abundancia cayeren en  cualquier hombre perverso. Por razón de los cuales se debe considerar también  que nadie duda que en quien se mira colocada la fortaleza sea fuerte, y al que  la ligereza patrocina sea ligero. Y así vemos que la Música hace músicos, la  Medicina médicos y la Retórica retóricos; porque la naturaleza de cada cosa  solamente obra lo que es de su cosecha, sin juntarse jamás a los efectos de su  contrario, que antes los aparta de sí de buena gana. Pero las riquezas en  ninguna manera pueden apagar la avaricia ni la potencia hacer libre al que los  deleites libidinosos tienen amarrado con cadenas incontrastables. Ni la  dignidad colocada en los malos hacer que sean dignos; que antes los descubre y  manifiesta por indignos; ¿de qué, pues, nace que los bienes de la fortuna no  obran conforme a lo que parece ser propio de ellos? ¿De qué os deleitáis de  graduar con falsos títulos lo que es en sí contrario y que el efecto descubre  con facilidad? Y así de razón ni aquéllas se pueden llamar riquezas, ni ésta  potencia, ni la otra dignidad. Y últimamente conviene hacer esta misma  conclusión de todo género de fortuna en quien no se ha de poner el deseo. Y de  que no tenga bien ninguno de los que lo son por naturaleza échase de ver en que  ni siempre se junta a los buenos ni hace buenos a los que se junta.
        METRO VI
Ya vimos las ruinas 
  que causará  aquel fiero 
  cuchillo de los padres, 
  de  la ciudad incendio: 
  el que muerto el hermano 
  en odio de los cielos, 
  con la  materna sangre 
  humedeció el acero; 
  a quien ni sólo un llanto 
  costó el cadáver  yerto, 
  que a la beldad difunta 
  censor se mostró seco. 
  Éste, pues, 
  mantenía  
  debajo de su cetro 
  cuantos el sol alumbra 
  recién nacido y muerto, 
  y cuantos se  contienen 
  del Ártico hemisferio 
  hasta el Noto 
  que cuece 
  el africano suelo. 
  Pero  valióle poco 
  el encumbrado puesto 
  a Nerón, 
  finalmente, 
  para dejar de serlo. 
  ¡Ay, pues, y cuán acerba 
  la suerte 
  corre al tiempo 
  que se añade 
  una espada 
  a un  capital veneno!
PROSA VII
          Yo entonces le dije: —Bien sabes tú cuán  poco dominio ha tenido sobre mí la ambición de las cosas mortales, sino que tan  sólo la he deseado para que fuese materia de ocupación y que no se pasase en  silencio la virtud.
          Y ella entonces: —una cosa sola vi —dijo—  que puede atraer los ingenios por naturaleza insignes, pero que aún no han  llegado a la última mano de las virtudes en cuanto a la perfección: conviene a  saber, el apetito de alabanza y la fama de servicios hechos a la república. Y  cuán menudo sea todo esto, y de cuán poco peso, considéralo de esta manera. Todo  el círculo de la tierra, según lo alcanzaste por las demostraciones  astronómicas, viene a ser respecto del espacio del cielo un punto. De modo que  si se comparara con la grandeza del celeste globo, totalmente será tenida por  tanto como nada. Pues de esta región tan pequeña del mundo apenas es la cuarta  parte la que se habita por nosotros, animales conocidos, según lo testifica  Ptolomeo. Y si a esta cuarta le quitas, discurriendo todo lo que ocupan mares y  lagunas y la extendida región de las Sirtes, hallarás que apenas les queda a  los hombres una pequeñísima plaza en qué habitar. ¿Y es posible que estando  estrechados y encarcelados en el más pequeño punto de este punto tratáis de  pregonar vuestra fama y extender vuestro nombre? Pues ¿qué puede tener de grande  y magnífica la gloria que se abrevia en tan pequeños límites? Añade tras esto  que este mismo vallado, con ser de tan estrecha vivienda, lo habitan infinitas  naciones, diversas en costumbres y en modo de vivir de toda su vida; a las  cuales, ya sea por la dificultad de los caminos, por la diversidad del lenguaje  y ya por la desconveniencia del comercio, es imposible que pueda llegar la  fama, no sólo de cada varón en particular, pero ni aun de cada ciudad.  Finalmente, en la edad de Marco Tulio, según él lo da a entender en cierto  lugar, aún no había pasado de la otra parte del Cáucaso la fama de la romana  señoría, pese que estaba entonces en todo su crecimiento y era terror de los  partos y de los otros sus habitadores. ¿Pues no miras cuán estrecha y abreviada  gloria sea la que procuras dilatar y extender? ¿Por ventura la gloria del  nombre romano podrá pasar donde no pudo llegar la fama? ¿Pues qué será cuando  las costumbres e institutos de tan diversas gentes entre sí desconvienen?  Siendo así que acerca de unos hay cosas que siempre son tenidas por dignas de  alabanza y acerca de otros por dignas de castigo. De donde nace que si a uno le  fuere deleitable la estimación de la fama, en ninguna manera le está bien  acerca de otros muchos pueblos publicar su nombre. Luego habráse de contentar  con que sólo ande su gloria entre los suyos; y al fin aquella ilustre  inmortalidad de la fama se habrá de estrechar en los límites de una sola  nación. Además de esto, ¿a cuántos varones insignes en su edad ha sepultado la  ignara negligencia de los escritores? Pero también, ¿qué aprovechan los mismos  escritos si a ellos y a sus autores los oprime la antigüedad cuando es larga y  oscura? Vosotros, pues, parece que queréis adquirir la inmortalidad, cuando  cuidáis de la fama del tiempo venidero; pues si la comparas a los infinitos  espacios de la eternidad, ¿que duración hallarás en tu nombre que pueda  deleitarse? Considera que el breve espacio de un momento, si viene a parangón  con el intervalo de diez mil años, no obstante que uno y otro es espacio  determinado, con todo eso viene a ser de pequeñísima proporción. Pues este  mismo número de años, multiplicado muchas veces, en ningún modo puede ser  comparado a la infinidad. Porque si hay lugar para que tenga comparación entre  sí lo determinado, en ninguna manera le puede haber entre lo finito con lo  infinito. Y así sucede que la fama del tiempo más prolongado, si se coteja con  la inextinguible eternidad, no sólo viene a parecer pequeña, pero totalmente  ninguna. Finalmente, vosotros no sabéis hacer cosa buena, sino sustentaros de  unas ventoleras populares y de unos rumores vanos; y desamparando la bondad de  las virtudes y buena conciencia, andáis a caza de unas ajenas alabancillas.  Pues oye de la manera que se burló un tirano, y cuán donosamente, de la  liviandad de un arrogante. Fue el caso que como cargase de oprobios a éste, que  se había vestido del nombre falso de filósofo, que lo era, no tanto por el  ejercicio de la virtud, cuanto por captar la vanagloria, y le dijese que él  echaría de ver en él si era filósofo cuando le viese llevar bien y con  paciencia algunas injurias. Él, pues, sufrió ya cuantas por un poco de tiempo,  y después de haber pasado por la ignominia, finalmente engreído, le dijo: ¿y  ahora conócesme por filósofo? Y él, mordacísimamente, le respondió: conociéralo  si hubieras callado. Por esto, qué les hace a los varones grandes (porque con  ellos vamos hablando) que en la virtud buscan la alabanza? ¿Qué, diré yo, les  toca a ellos la fama después que se desata el cuerpo con la postrimera muerte?  Porque si (que lo impiden nuestras reglas que así se crea) los hombres mueren  en todo, la gloria totalmente es ninguna, puesto que totalmente no ha quedado  nada de quien era. Pero si el alma bien de sí satisfecha, después de suelta de  la terrena cárcel, busca el cielo ya libre, no entonces desdeñando todos los  negocios terrenales, y gozando de la celestial morada, se regocija en verse  escapada de la tierra.
METRO VII
        El que desatinado
          tiene esta gloria por la suma alteza,
          levante la cabeza,
          y haga atención del cielo dilatado
          y luego de la tierra
          que en tan estrechos 
          límites se encierra,
          y quedará corrido 
          de que la pompa 
          de su  nombre 
          en vano 
          ocupe 
          el sitio humano. 
          ¿Pues por qué          la cerviz del engreído 
          que  tan vana su funda, 
          quiere salir de la mortal coyunda?
          Ya con tendido vuelo 
          se dilate la fama 
          en  mil regiones 
          ya con claros blasones 
          brille el solar y se levante el cielo 
          de  todo 
          hace victoria 
          la muerte 
          y de la más excelsa gloria. 
          Y juntamente esquiva  
          la plebe con los grandes amontona, 
          y también parangona 
          con los valles 
          la cumbre  más altiva, 
          y de los torreones
          hace lo que el gañán de los terrones.
          Si no, ¿díganme dónde 
          yacen los huesos  del leal Fabricio? 
          ¿Qué césped o edificio
          hospeda a Bruto y a Catón esconde?
          Harto breve es la fama
          que en unas pocas letras se derrama.
          Tras esto, ¿qué importancia 
          trae el saber 
          los nombres más válidos? 
          ¿Danse ya los extinguidos 
          acaso a distinguir de la  ignorancia? 
          Luego, al fin, ignorados 
          quedáis 
          y de la fama no aclarados.
          Y si pensáis que el vano 
          soplo 
          de vuestro  nombre 
          os atesora
gran vida, 
          ha de haber hora 
          que os arrebate aun esto de la  mano; 
          y será trance fuerte 
          el padecer después segunda muerte.
PROSA VIII
        Y porque no presumas que yo traigo guerra  implacable con la fortuna, te diré que hay veces en que les aprovecha a los  hombres, y no poco, aquella embustera. Conviene a saber, cuando se descubre  muestra su frente y declara su condición. Pienso que aun lo que te he dicho no  debes de entender. Pero es tan notable lo que voy a decir, que apenas lo puedo explicar  con palabras; pues siento que la fortuna aprovecha más a los hombres adversa  que favorable; porque ésta siempre miente cuando con capa de felicidad nos  parece halagüeña, aquélla siempre dice la verdad cuando se muestra inestable  con la mudanza. Ésta engaña, aquélla enseña; ésta, con la faz de unos falsos  bienes, ata el juicio de los hombres; aquélla los suelta con la experiencia de  su quebrada felicidad. Además de esto, verás a ésta hinchada, floja y siempre  ignorante de sí misma; y a aquélla, templada, diligente y con los ejercicios de  la misma adversidad cuerda. Finalmente, la favorable con sus caricias trae a  los hombres descaminados del verdadero bien; pero la adversa, como con garfio,  los reduce al verdadero camino. Fuera de esto, ¿contaré yo acaso entre las  cosas mínimas ver que aquella áspera y rigurosa fortuna te descubre las  voluntades de los amigos fieles? Ella te hace distinguir los semblantes ciertos  de lo dudoso; porque huyéndose te llevó los que eran de su parte y te dejó los  que eran tuyos. ¿Esto en cuánto lo comprarás tú cuando te presumías entero y  bien afortunado? Pues deja ahora de quejarte de tus bienes perdidos, puesto que  has hallado los amigos, que es el linaje de riqueza más estimado.
        METRO VIII
        Múdase en concordia el mundo
          con una constante ley,
          y las contrarias semillas
          en perpetua paz se ven.
          Con carroza de oro el día
          bañado del rosicler
          nos da el sol, porque la luna
          rija a las noches después;
          las noches que van siguiendo
          el apresurado pie
          del vespertino lucero,
          y con hinchado vaivén
          detiene el mar su corriente,
          y la razón es porque
          no extienda sobre las tierras
          su dilatado poder.
          Todo lo liga el amor
          y hace que la tierra dé
          a su coyunda cerviz,
          y el mar y el cielo también.
          Pero si soltare el freno
          cuando se abraza, hará que
          continuamente guerree
          sin jamás tregua tener;
          y la máquina a quien mueven
          hoy con hermanada fe
          los elementos, que pierda
          su concertado nivel.
          Este de los santos pueblos
          añuda la paz, sin que
          haya división, y al fin
          al matrimonio da ser.
          Este promulga sus fueros
          y se los da a conocer
          a los amigos leales:
  ¡Oh, pues, dichosas; oh, pues,
          almas las de los mortales,
          si llegáis a merecer
          que amor os rija, el que rige
          la celestial redondez!