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Renacimiento
Atrivm
JACOBO BOEHME
(1575-1624)

"AURORA"

Ediciones Siruela, Madrid 2012
Traducción:
Agustín Andreu Rodrigo

Capítulo 19 (Selección)

SOBRE EL CIELO

       El auténtico cielo que es nuestro propio cielo humano, al que viaja el alma cuando se separa del cuerpo; el cielo en el que entró Christus, nuestro rey, y del que vino desde su Padre cuando nació y se hizo hombre en el cuerpo de la Virgen María; [ese cielo] estuvo hasta hoy día casi oculto a los hijos de los hombres, que tuvieron sobre él muy diversas opiniones. También por esto anduvieron los sabios a la greña, con muchos y raros escritos, mesándose unos a otros las barbas, con injurias y vergüenzas. Afrentaron así el nombre de Dios, lastimaron a sus miembros, destrozaron su templo y resultó el cielo con semejantes blasfemias y peleas des-santificado.

       Siempre y de uno u otro modo pensaron los hombres que el cielo está amuchos cientos o miles de millas de este globo terráqueo y que sólo Dios mora en ese cielo. Arregláronselas también algunos physici para medir la altura y averiguar muy raras cosas.

       En verdad antes de [tener] este conocimiento y revelación de DIos, mantuve yo mismo que el único cielo auténtico es el encerrado por el círculo redondo1 azul y luminoso del Universo más allá de las estrellas, pensando que allá dentro tiene sólo Dios su esencia especial y que rige en solitario este mundo con la sola fuerza de su Espíritu Santo.

       Y cuando este asunto me había dado ya muchos quebraderos que venían sin duda del Espíritu, que en ello se complugo, vine a dar al cabo en una áspera melancolía y tristeza, viendo la gran profundidad de este mundo, a más del sol y las estrellas, así como las nubes, la lluvia y la nieve, y contemplando en mi espíritu la entera creación de este mundo. Y en todas las cosas encontré mal y bien, amor e ira: en las criaturas irracionales como la madera, las piedras, la tierra y los elementos igual que en los hombres y en los animales. Consideré entonces esa pequeña chispilla que es el hombre, lo que será ante Dios en comparación de esta gran fábrica que son cielo y tierra. Y como me encontré con que en todas las cosas había mal y bien, en los elementos así como en las criaturas; que en este mundo al impío, le iba tan bien como al piadoso y que los pueblos bárbaros poseían las mejores tierras y les asistía la bonanza más que a los piadosos, púseme con eso melancólico en extremo y muy confuso y no podía consolarme ninguna Escritura, que algo bien ya la conocía, además de que el demonio no se daba reposo y me inculcaba pensamientos paganos sobre los cuales voy a guardar aquí silencio.

Pero cuando mi espíritu, que poco y nada entendía yo lo que era, se elevó en tamaña tribulación seriamente a Dios como en un grande asalto y se encerraron allí mi corazón entero y mi ánimo con todos los demás pensamientos y con la voluntad, sin dejar de pugnar con el amor y la misericordia de Dios ni aflojar; bendíjome Él luego, es decir, me iluminó con su Espíritu Santo para que pudiera entender yo su voluntad y liberarme de mi tristeza. Así irrumpió el Espíritu. Y cuando con el celo que me brotara me arrojé tan reciamente sobre Dios y las puertas de todos los infiernos como si dispusiera aún de más fuerzas, con la voluntad de poner allí la vida, cosa de que no hubiera sido capaz sin la ayuda del Espíritu de Dios, luego después de algunos recios asaltos abriose enseguida paso mi espíritu a través de las puertas del infierno hasta el más interior nacimiento de la Divinidad y allí lo abrazó amorosamente [la Divinidad] como abraza un novio a su querida novia2. Pero no puedo escribir o hablar acerca de la clase de triunfo en el Espíritu que fue aquello; no se puede comparar con nada más que con el nacimiento de la vida en medio de la muerte, y se compara a la resurrección de los muertos.

A esta luz se le hizo enseguida transparente todo a mi espíritu; en todas las criaturas, igual en la hierba que en el heno, conoció a Dios, quién es y como es y cuál es su voluntad; acrecentose también, en seguida, a esa luz mi voluntad con un grande impulso a describir la esencia divina.

Pero como no puede captar enseguida los profundos nacimientos de Dios en su esencia y comprenderlos con mi razón, pasaron doce años antes de que se me diera la auténtica inteligencia. Y ocurrió como con un árbol joven plantado en la tierra, que primero es joven y delicado y tiene un amigable aspecto, especialmente cuando se mueve a crecer, mas no lleva en seguida frutos y, aunque florecen, se le caen. Pasan sobre él mucho viento frío, [mucha] escarcha y mucha nieve antes de que crezca y lleve fruto. Así le fue también a este espíritu. El primer fuego fue sólo una semilla, no una luz constante; desde entonces lo azotó mucho viento frío, pero no se extinguió su voluntad. También intentó el árbol a menudo ver si podía llevar frutos, y floreció, pero hasta el día de hoy la flor fue sacudida del árbol. Y aquí está con su primer fruto en crecimiento3.

De esta sola luz tengo mi conocimiento, así como mi voluntad e impulso; quiero escribir según mis talentos lo que he conocido y dejar que Dios se mueva, y aunque se aíren el mundo, el demonio y todas las puertas del infierno, quiero ver qué es lo que quiere decir Dios con ello, pues soy demasiado débil para conocer su propósito; aunque el Espíritu da a conocer en la luz algunas cosas futuras, soy demasiado débil según el hombre exterior para comprender esas cosas. Compréndelas el espíritu animal que incualifica con Dios, mientras que el cuerpo bestial4 no alcanza a verlo más que en un abrir y cerrar de ojos como en un relámpago: así se presenta el más interior nacimiento del alma cuando atraviesa el nacimiento más exterior en la elevación del Espíritu Santo y atraviesa las puertas del infierno, pero el nacimiento más exterior se cierra desde luego otra vez, porque la ira de Dios le echa un sólido cerrojo y lo mantiene preso en su poder. Allí se queda encerrado el conocimiento del hombre más exterior y con su atribulado y temeroso nacimiento va cual mujer encinta a la que le llegaron los dolores, que bien quisiera siempre alumbrar, pero no puede y está siempre atemorizada. Eso le pasa también al cuerpo bestial; una vez prueba la dulzura de Dios, tiene de continuo hambre y sed de él, pero el demonio se defiende muy bien en la fuerza de la ira de Dios y en tal situación no tiene el hombre más remedio que estar en la angustia del nacimiento ni hay en su nacimiento más que luchas y apuros.

No he escrito esto en alabanza mía, sino para consuelo del lector, por si le place acaso caminar conmigo por esta estrecha pasarela mía, que no se desespere en seguida cuando se encuentre con las puertas del infierno y de la ira de Dios y choquen ante sus mismos ojos. Cuando pasando por la estrecha pasarela del nacimiento carnal5 lleguemos juntos a aquel verde prado al que no llega la ira de Dios, luego nos compensaremos de esta desgracia sufrida, aunque para el mundo seamos ahora unos locos y tengamos que dejar que nos zarandee el demonio en la ira de Dios. No importa, mejor nos irá así en aquella vida que si en ésta hubiésemos llevado una corona real, pues pasa el breve tiempo éste y no vale la pena ni de llamarlo tiempo.


NOTAS
1 Círculo redondo o firmamento (cfr. nn. 26, 31, etc.).
2 Como en otras ocasiones, la descripción sigue el esquema de los tres nacimientos: desde el esfuerzo y pugna con el mal (nacimiento sideral) se atraviesan las puertas de todos los infiernos (el más exterior nacimiento de la ira y de la muerte) y se arriba al nacimiento más interior donde se incualifica con el Corazón de la Divinidad (cfr. aquí nn. 24-33, esp. 58).
3 Aquí está con su primer fruto, con su primer libro...
4 Cfr. Pról., n. 12.
5 El nacimiento carnal es el más exterior donde imperan la ira y la muerte (cfr. aquí, n. 36).